sábado, 26 de enero de 2013

DOMINGO 27 DE ENERO, 2013


             El día primero del mes séptimo, el sacerdote Esdras trajo el libro de la ley ante la comunidad: hombres, mujeres y cuantos tenían uso de razón. Leyó el libro en la plaza que está delante de la Puerta del Agua, desde la mañana hasta el mediodía, ante los hombres, las mujeres y los que tenían uso de razón. El  escriba Esdras se puso en pie sobre una tribuna de madera levantada para la ocasión. Esdras abrió el libro en presencia de todo el pueblo, de modo que toda la multitud podía verlo; al abrirlo, el pueblo entero se puso de pie. Esdras bendijo al Señor, el Dios grande, y todo el pueblo respondió con las manos levantadas: “Amen, amén”. Luego se inclinaron y adoraron al Señor, rostro en tierra. Estamos en el año 444 a.C. y por primera vez después del regreso del exilio de Babilonia el pueblo, convocado por Esdras,  se reúne para escuchar la “Torá”, la “Ley”, y celebrar una comida en común. El pueblo de Israel sabe que es Dios quien les habla a través de los Libros sagrados que contienen la Ley. Por eso, cuando Esdras abre el libro, todos se ponen en pie y después adoran a Dios rostro en tierra. Todos saben que ese Libro sagrado les va a permitir comunicarse con Dios, escucharle y responderle, y por eso es un día de fiesta.
              Los levitas leyeron el libro de la ley de Dios con claridad y explicando su sentido, de modo que entendieran la lectura. Entonces el gobernador Nehemías, el sacerdote y escriba Esdras, y los levitas que instruían al pueblo dijeron a toda la asamblea: “Este día está consagrado al Señor, vuestro Dios. No estéis tristes ni lloréis” (y es que todo el pueblo lloraba al escuchar las palabras de la ley). Nehemías les dijo: “Id, comed buenos manjares, y bebed buen vino, e invitad a los que no tienen nada preparado, pues este día está consagrado al Señor. ¡No os pongáis tristes; el gozo del Señor es vuestra fuerza”. Después de tantos años de exilio, el pueblo se conmueve al oír la Palabra de Dios, y llora. Lloran de alegría porque de nuevo pueden alimentarse con la ley del Altísimo, luz para sus pasos; pero lloran también de dolor, porque al escucharla se dan cuenta de sus pecados y de la necesidad de arrepentirse. Y Esdras les invita a alegrarse por el don que supone poder escuchar a Dios, que cambia sus corazones y los llama a compartir su comida con los que no tienen. Sólo así, compartiendo, la fiesta es completa.

            El evangelio nos traslada al pueblo donde Jesús, Señor y Dios nuestro vivió la mayor parte de su vida. Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el rollo del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor”. En este pasaje, el profeta Isaías habla de un personaje misterioso sobre el que se ha posado el Espíritu del Señor, le ha consagrado ungiéndole y le ha enviado. Su misión es de alegría –evangelio significa mensaje alegre-, de libertad, de sanación.
            Y, enrollando el rollo y devolviéndolo al que le ayudaba, se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en él. Y él comenzó a decirles: “Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír”. Jesús, delante de los que le conocen de toda la vida, anuncia que él es el anunciado por el profeta Isaías, el Mesías, el Ungido por el Espíritu del Señor. ¡Qué humilde eres Jesús porque describes tu actividad como obediencia al Espíritu del Señor que te guía! Ese “hoy”, en la Iglesia, llega hasta nuestros días: en la Liturgia de la Palabra, Jesús nos habla, nos interpela, camina a nuestro lado hablándonos al corazón. Su Palabra es viva y nos pone en comunicación directa, personal con Dios. Gracias, Jesús.

jueves, 17 de enero de 2013

DOMINGO 20 DE ENERO, 2013

             A los tres días, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. La clave para entender el sentido profundo del primer milagro de Jesús –que contemplamos  en el segundo de los “misterios luminosos” del Rosario- nos la da el final del relato: este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él. Para el evangelista Juan,  la “gloria de Jesús” es su “levantamiento” en la Cruz unido a su  “exaltación” al resucitar.  Por tanto, el episodio de Caná no es sólo una manera de ayudar a unos recién casados, sino el primero de los “signos” la primera señal de que “el esposo” –como el Bautista llama a Jesús-  aquel que viene a restaurar la alianza esponsal de Dios con su pueblo, ya está aquí. Por eso Juan: “y sus discípulos creyeron en él”.
            La primera lectura nos ayuda a entender mejor el evangelio. Por amor a Sion no callaré, por amor a Jerusalén no descansaré, hasta que rompa la aurora de su justicia, y su salvación llamee como antorcha. Isaías muestra el proyecto de  Dios: establecer una alianza definitiva con Jerusalén, capital y figura de su pueblo. Ya no te llamarán “Abandonada”, ni a tu tierra “Devastada”; a ti te llamarán “Mi predilecta”, y a tu tierra “Desposada”, porque el Señor te prefiere a ti, y tu tierra tendrá un esposo. (…) Como se regocija el marido con su esposa, se regocija tu Dios contigo. La boda se convierte en símbolo de la alianza de Dios con su pueblo para salvar el mundo. Toda la historia de Israel es una preparación para esta boda de Dios con la humanidad. Pero no se realiza porque falta el vino.
          Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice: “No tienen vino”. Jesús le dice: “Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora. El vino que faltaba para que Dios pudiese tomar como esposa a su Iglesia es el amor con el que Jesús  entrega su vida en la Cruz. La “hora de Jesús” en San Juan es la hora de la Cruz, donde ya está como semilla, la resurrección. Jesús llama a su madre ”Mujer”, como  en la Cruz, nombre que evoca al de la primera mujer. A María, nueva “Eva”, “fruto” precioso de Israel,  la quiere Jesús junto a Él en las “bodas del Cordero”, en el Calvario.
            Su madre dice a los sirvientes: “Haced lo que él os diga”. Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les dice: “Llenad las tinajas de agua” Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dice: “Sacad ahora y llevadlo al mayordomo”. Ellos se lo llevaron. Los sirvientes representan a los discípulos de Jesús, los de entonces y los de ahora. María, la madre de Jesús, sigue diciéndonos a cada uno: “Escucha a mi Hijo y haz lo que Él te diga”.
           El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían pues habían sacado el agua) y entonces llamó al esposo y le dijo: “Todo el mundo pone primero el vino bueno, y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora. Nadie sabía entonces de dónde venía ese vino tan bueno y abundante. Lo descubrieron en la Última Cena, cuando Jesús tomó la copa de vino y dijo: “Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre”. Caná, por tanto, anuncia el misterio de la pasión y resurrección de Cristo, actualizado en cada Eucaristía, en la que el vino se convierte en la “sangre derramada” que trae la vida y la alegría de Dios a nuestro mundo. Y la madre de Jesús estaba allí. Ahora, en cada Misa, dice a su Hijo: No tienen vino.

domingo, 13 de enero de 2013

DESTRUIR EL MUNDO

       No es aceptable que un padre se divorcie porque se ha cansado o se ha desenamorado. Ser padre es comprender que ya no eres lo más importante de tu vida. Ser padre es dejar de compadecerte y ocuparte de lo fundamental, que es el bienestar, la educación y las claras referencias de tu hija. Los padres somos lo que protegemos. Somos lo que callamos, lo que en silencio gritamos o lo que lloramos cuando nadie nos ve para que nuestro hijo –y sobre todo nuestra hija– tenga derecho a su paraíso como una fortaleza que siempre le acompañe.
     Eso lo sabemos mejor que nadie los hijos de padres separados por lo extraños que muchas veces nos hemos sentido, sin saber qué decir ni qué pensar. Amo a mi mujer con locura, pero la promesa de nuestro matrimonio nos trasciende porque sabemos que nos debemos a nuestra hija.
     Muchas veces te dije que antes de hacerlo había que pensarlo muy bien. Si ante la devastación con que estás a punto de arrasar la vida de tu hija todo lo que tienes que decir es que tu mujer ya no te gusta, o que ya no la puedes soportar; si éste es tu argumento ante el terrible dolor que vas a provocar, no has comprendido el deber, el sacrificio, lo  irreversible de ser padre.

     Si a la primera dificultad prefieres tu comodidad a su felicidad, tu lamento a su estructura, ¿dónde vas a esconderte cuando tengas que jugarte la vida por ella? Has de saberlo: vendrán días terribles.
     Tomamos una decisión adulta y libre, y tenemos que responder por ella. Si consideras que te equivocaste, asume tu error y carga con sus consecuencias, procurando no perjudicar a nadie, y mucho menos a tu hija. Fundamos una familia y ésta es nuestra promesa ante Dios, ante nuestra mujer y ante nuestra hija; y ésta es nuestra misión y el sentido de nuestra vida.
     Un hombre aguanta y paga el precio. Nadie dijo que fuera sencillo. Lo demás es propaganda relativista y destruir el mundo.

artículo de salvador sostres, columnista /www.elmundo.es / jueves 10 de enero de 2013
Enlace a la noticia: (artículo de pago) http://elmundo.orbyt.es/2013/01/10/orbyt_en_elmundo/1357807987.html

miércoles, 9 de enero de 2013

FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR, 13 ENERO 2012

             Como el pueblo estaba expectante y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió dirigiéndose a todos: “Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará con Espíritu Santo y fuego.” El bautismo de Juan era un rito que preparaba para acoger la salvación del Mesías. La gente venía al Jordán, confesaban sus pecados y Juan les sumergía en el río y les levantaba. La inmersión simbolizaba la muerte a la vida anterior, como si el agua fuese un sepulcro. La salida del agua expresaba el deseo de renacer a una vida nueva. 

            Y sucedió que, cuando todo el pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado; y, mientras oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre él con apariencia corporal semejante a una paloma y vino una voz del cielo: “Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco”. Jesús está en oración. Dialoga con su Padre, que le ha enviado al mundo para que cargue con la culpa de toda la humanidad. Al ponerse a la cola para ser bautizado, Jesús abraza el querer de su Padre, y se solidariza con todos los pecadores. La inmersión en el agua es una anticipación de su muerte y sepultura; y la salida del río, un acto de confianza en su Padre que le resucitará. Con esta humillación,  Jesús  acepta  “un bautismo de sangre”, su muerte en la Cruz.
           El profeta Isaías nos presenta en la primera lectura un retrato interior del “Siervo de Dios”, como llama al personaje que vendrá para restablecer la alianza rota por nuestros pecados: Mirad a mi Siervo, a quien sostengo; mi elegido, en quien me complazco. Jesús se hace nuestro siervo, desde que nace en Belén hasta su muerte en el Calvario, y resume toda su vida cuando lava los pies a sus discípulos, oficio del último esclavo de la casa. He puesto mi espíritu sobre él, manifestará la justicia a las naciones. Mesías significa “ungido”. Jesús fue ungido con el Espíritu Santo.

            No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará. Así describe el profeta Isaías la mansedumbre de Jesús y su humildad de corazón. No vendrá con violencia, no  arrasará a los enemigos de Israel.  Se pondrá a disposición de todos, se dejará perseguir, insultar, calumniar y malinterpretar. Se dejará conducir al suplicio  “como un cordero que es llevado al matadero”, pero su amor vencerá a la muerte, y el poder de su bondad a la maldad del pecado, y su humildad a la arrogancia del demonio.
            Manifestará la justicia con verdad. No vacilará ni se quebrará, hasta implantar la justicia en el país. Con esta firmeza Jesús hace frente a su pasión. No se echó atrás, sino que marchó voluntariamente a Jerusalén para ser crucificado. Cuando le arrestaron, impidió a sus discípulos que le defendieran: quería “beber el cáliz” hasta el final, para traernos la salvación.

            Yo, el Señor, te he llamado en mi justicia, te cogí de la mano, te formé e hice de ti alianza de un pueblo y luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la cárcel, de la prisión a los que habitan en tinieblas. Esta es la misión del “Siervo de Dios”, que encarna Jesús, y transmite a los suyos mediante el Bautismo. Hoy es un día para tomar conciencia de la misión que hemos recibidos al ser sepultados en la muerte de Cristo y resucitar con Él: dejar a Jesús vivir en nosotros para mostrarle a los demás con nuestra conducta, que ha de reproducir la suya en toda  circunstancia.   

sábado, 5 de enero de 2013

NOMBRAR

           En una casa cerca de Teixeiro hay una perrita sin nombre por culpa de mi hermana, que se niega a dárselo. Tiene unos dos meses y es la última hija de Bart, un cruce de pastor alemán y husky, bautizado así por mi sobrino en honor al protagonista de la serie animada, gamberro como él. Bart murió hace unas semanas y mi hermana no sabe aún si quedarse con su hija o regalarla. Y no le pone nombre para sentirse libre. Dice que si le da un nombre, ya no puede separarse de ella
 
           Siempre me ha impresionado su razonamiento, que trasluce el poder de nombrar, privilegio humano. Cuando le damos nombre a algo o a alguien, lo separamos, lo convertimos en único y nos comprometemos con su existencia. Hacemos eso incluso con quien ya tiene nombre: le damos otro solo para nosotros, para hacerlo todavía más único y especial. Ocurre así, por ejemplo, con casi todos los apelativos familiares. De la misma manera, al presentamos a alguien, le otorgamos vía libre para que se dirija a nosotros, para que nos llame, para que entre en nuestra vida. Quizá de ahí el carácter formal, casi de rito, que aún revisten las presentaciones.

           Estoy casi seguro de que esos ciento y pico mil niños que no llegaron a nacer el año pasado carecían de nombre, como tantos mendigos que se quedan sin la limosna de nuestra mirada, como tantos estafados, robados, violentados. Todos sin nombre, NN’s como les llaman en Colombia. El anonimato nos hace injustos, con el benéfico donante anónimo como excepción. Le pido a los Reyes Magos que traigan nombres para todos, especialmente para los niños.
                   Escrito por mi amigo Paco Sánchez en su blog WAGON-BAR EL 5 de enero de 2013