viernes, 21 de diciembre de 2012

SOBRE EL ORIGEN DE LA CRISIS DE LA FAMILIA

           En el tema de la familia no se trata únicamente de una determinada forma social, sino de la cuestión del hombre mismo; de la cuestión sobre qué es el hombre y sobre lo que es preciso hacer para ser hombres del modo justo. Los desafíos en este contexto son complejos. Tenemos en primer lugar la cuestión sobre la capacidad del hombre de comprometerse, o bien de su carencia de compromisos. ¿Puede el hombre comprometerse para toda la vida? ¿Corresponde esto a su naturaleza? ¿Acaso no contrasta con su libertad y las dimensiones de su autorrealización? El hombre, ¿llega a ser sí mismo permaneciendo autónomo y entrando en contacto con el otro solamente a través de relaciones que puede interrumpir en cualquier momento? Un vínculo para toda la vida ¿está en conflicto con la libertad? El compromiso, ¿merece también que se sufra por él? El rechazo de la vinculación humana, que se difunde cada vez más a causa de una errónea comprensión de la libertad y la autorrealización, y también por eludir el soportar pacientemente el sufrimiento, significa que el hombre permanece encerrado en sí mismo y, en última instancia, conserva el propio «yo» para sí mismo, no lo supera verdaderamente. Pero el hombre sólo logra ser él mismo en la entrega de sí mismo, y sólo abriéndose al otro, a los otros, a los hijos, a la familia; sólo dejándose plasmar en el sufrimiento, descubre la amplitud de ser persona humana. Con el rechazo de estos lazos desaparecen también las figuras fundamentales de la existencia humana: el padre, la madre, el hijo; decaen dimensiones esenciales de la experiencia de ser persona humana.
               El gran rabino de Francia, Gilles Bernheim, en un tratado cuidadosamente documentado y profundamente conmovedor, ha mostrado que el atentado, al que hoy estamos expuestos, a la auténtica forma de la familia, compuesta por padre, madre e hijo, tiene una dimensión aún más profunda. Si hasta ahora habíamos visto como causa de la crisis de la familia un malentendido de la esencia de la libertad humana, ahora se ve claro que aquí está en juego la visión del ser mismo, de lo que significa realmente ser hombres. Cita una afirmación que se ha hecho famosa de Simone de Beauvoir: «Mujer no se nace, se hace» (“On ne naît pas femme, on le devient”). En estas palabras se expresa la base de lo que hoy se presenta bajo el lema «gender» como una nueva filosofía de la sexualidad. Según esta filosofía, el sexo ya no es un dato originario de la naturaleza, que el hombre debe aceptar y llenar personalmente de sentido, sino un papel social del que se decide autónomamente, mientras que hasta ahora era la sociedad la que decidía. La falacia profunda de esta teoría y de la revolución antropológica que subyace en ella es evidente. El hombre niega tener una naturaleza preconstituida por su corporeidad, que caracteriza al ser humano. Niega la propia naturaleza y decide que ésta no se le ha dado como hecho preestablecido, sino que es él mismo quien se la debe crear.        

Según el relato bíblico de la creación, el haber sido creada por Dios como varón y mujer pertenece a la esencia de la criatura humana. Esta dualidad es esencial para el ser humano, tal como Dios la ha dado. Precisamente esta dualidad como dato originario es lo que se impugna. Ya no es válido lo que leemos en el relato de la creación: «Hombre y mujer los creó» (Gn 1,27). No, lo que vale ahora es que no ha sido Él quien los creó varón o mujer, sino que hasta ahora ha sido la sociedad la que lo ha determinado, y ahora somos nosotros mismos quienes hemos de decidir sobre esto. Hombre y mujer como realidad de la creación, como naturaleza de la persona humana, ya no existen. El hombre niega su propia naturaleza. Ahora él es sólo espíritu y voluntad. La manipulación de la naturaleza, que hoy deploramos por lo que se refiere al medio ambiente, se convierte aquí en la opción de fondo del hombre respecto a sí mismo. En la actualidad, existe sólo el hombre en abstracto, que después elije para sí mismo, autónomamente, una u otra cosa como naturaleza suya. Se niega a hombres y mujeres su exigencia creacional de ser formas de la persona humana que se integran mutuamente. Ahora bien, si no existe la dualidad de hombre y mujer como dato de la creación, entonces tampoco existe la familia como realidad preestablecida por la creación. Pero, en este caso, también la prole ha perdido el puesto que hasta ahora le correspondía y la particular dignidad que le es propia. Bernheim muestra cómo ésta, de sujeto jurídico de por sí, se convierte ahora necesariamente en objeto, al cual se tiene derecho y que, como objeto de un derecho, se puede adquirir. Allí donde la libertad de hacer se convierte en libertad de hacerse por uno mismo, se llega necesariamente a negar al Creador mismo y, con ello, también el hombre como criatura de Dios, como imagen de Dios, queda finalmente degradado en la esencia de su ser. En la lucha por la familia está en juego el hombre mismo. Y se hace evidente que, cuando se niega a Dios, se disuelve también la dignidad del hombre. Quien defiende a Dios, defiende al hombre.
                        Benedicto XVI, Discurso a la Curia romana con motivo de la felicitación de Navidad, 21.XII.2012

 

jueves, 20 de diciembre de 2012

FELIZ NAVIDAD

En estos días previos a la Navidad,  sugiero cómo poner “un belén en el corazón”:

            Primero, la Virgen. Ella recibe a Dios porque es “la sin-mancha”, la Inmaculada. Nosotros, en cambio, necesitamos que Dios nos limpie en el sacramento de la Penitencia. Confiésate en estos días.
           José, modelo de todos los padres, hombre de la mirada limpia y  amor grande. Cuida estos días la mirada, evitando las imágenes que enturbian tu corazón.

 Los ángeles vendrán y se quedarán en tu belén interior si pierdes la vergüenza para cantar. Canta villancicos.

 Para poner a los pastores, mira a tu alrededor, descubre las necesidades de los que te rodean y remédialas en lo que puedas. 

            La estrella es la Luz de Dios. Para que baje al belén de tu corazón,  lee y medita en Evangelio de S. Lucas, aunque sean sólo unos minutos cada día. Si aún no lo haces, comienza este año a vivir en tu casa una nueva costumbre:  que el más joven lea en familia el capítulo 2 del evangelio de  S. Lucas en Nochebuena, a las doce de la noche.

             Los Reyes traen regalos al Niño Jesús. Regala a los que te rodean el tesoro más precioso: tiempo, interés por sus cosas, buen humor, alegría.

            Jesús vendrá: nacerá y se quedará dentro de nuestro corazón. “A cuantos le recibieron les dio la potestad de ser hijos de Dios”

 

 

miércoles, 19 de diciembre de 2012

MAKI

        Esta es Maki,  una alumna de 2º de infantil, hija de Carmina, una profe de educación física, muy querida y popular en el colegio Montealto, de Madrid. A Maki le han descubierto hace meses una lesión en el cerebro que le produce frecuentes pérdidas de consciencia. Sus padres, Carmina y Richi y sus hermanos, que la adoran, están que no viven. En estos días los médicos deciden si pueden operarla o no, después de un sinfín de pruebas. Yo cada día en la Misa le pido a Jesús que la cure, como sea, con operación o sin ella, pero que la cure. Pero Jesús a veces tarda. Quería pediros que os unieseis a mi oración por Maki. Quizá Jesús espera que le "presionemos" más.

DOMINGO 23 DE DICIEMBRE, 2012

             En aquellos mismos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel de Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!”¿Quién soy para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor, se cumplirá.” Hasta ahora ha sido Juan el Bautista quien nos ha guiado en estos domingos de Adviento para prepararnos a la venida del Salvador. Hoy, ya cercano el Nacimiento de Jesús, el Bautista cede su puesto a María, madre del Dios hecho hombre.

            María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña. La impulsa su Hijo, el Verbo de Dios que se ha puesto en camino para venir  a este mundo. María es ahora Sagrario de Dios, Custodia que encierra al que viene a dar su vida para salvarnos. El Espíritu Santo acaba de posarse en ella para hacerla Madre de Dios. Lleva en sus entrañas a su Creador, al Eterno, al Todopoderoso. Ella es el centro del universo. ¡Tiene tantos motivos para gozar a solas con ese Dios que ha comenzado a crecer como hombre en sus entrañas! Pero no lo hace. En su mente resuenan las últimas palabras del arcángel: tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril. María no piensa en ella, sino en su prima, mayor, embarazada de seis meses, sin ayuda para llevar la casa. Ayn Karim, donde vive Isabel está a 130 kilómetros de Nazaret. Son cuatro o cinco días de camino. María tiene prisa. El Amor que lleva dentro la urge. Señora y reina mía, contágiame tu prontitud para detectar las necesidades de los demás,  tu olvido de ti misma, tu alegría de servir.
          “¡Bendita tú entre las mujeres!” Dios crea a los seres vivos y los bendice: por eso crecen y se multiplican. Crea a Adán y Eva y los bendice: “Sed fecundos y multiplicaos”. A María la llamamos “bendita entre las mujeres” porque en ella la fertilidad alcanza su plenitud ya que da a luz al mismo Autor de la vida.  Llamémosla así muchas veces, “bendita entre las mujeres”.

           ¡Bendito el fruto de tu vientre!” Jesús es el Bendito por antonomasia, es Dios hecho hombre. Su Espíritu es quien hace saltar de alegría a Juan dentro del seno de su madre, y quien revela a Isabel que María lleva a Dios recién encarnado en sus entrañas. A la Virgen le agradará que estos días previos a la celebración del Nacimiento de su Hijo, la alabemos con estas palabras de Isabel: “María, ¡Bendito el fruto de tu vientre!”
           “Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor, se cumplirá.” Los teólogos distinguen entre la maternidad corporal de María -el proceso fisiológico que da lugar a la venida visible del Verbo al mundo- y su maternidad espiritual, con la que atrae hacia ella a Dios por su fe y su humildad. La fe es hacer propios los planes divinos: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra. Así entra María en sintonía con el Verbo: Cuando Cristo entró en el mundo dijo: “Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro”: “Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad”. El cuerpo que prepara Dios a su Hijo, sacado de María, será ofrecido por Jesús en la Cruz  para nuestra salvación en obediencia amorosa e incondicional a su Padre. Belén mira al calvario, el pesebre se hace cruz. Jesús, haz de mi vida una ofrenda agradable a tus ojos, unida a Ti en la Misa.

domingo, 16 de diciembre de 2012

EGERIA

         Aconsejo a mi amigos que lean "EL VIAJE DE EGERIA", de Ana Muncharaz, ediciones  Palabra. Ya sé que el gusto por un libro es algo personal, y no todo lo que a uno le entusiasma tiene que agradar a todos. Pero con el paso del tiempo se desarrolla el instinto para detectar la calidad. Este libro la tiene: ensancha el alma, abre al Misterio y deja sabor a paz. Me agradaría comprobar que no estoy equivocado.

DOMINGO 16 DE DICIEMBRE, 2012

             Alégrate, hija de Sión, grita de gozo, Israel, regocíjate y disfruta con todo tu ser, hija de Jerusalén. Con la primera palabra de este pasaje de Sofonías, Alégrate, saludó el arcángel Gabriel a María. Y  hoy –cerca de la Navidad- lo leemos como la profecía de la llegada del Salvador y  encontramos ahí descrito el motivo de nuestro gozo: El Señor ha revocado tu sentencia, ha expulsado a tu enemigo. El rey de Israel, el Señor, está en medio de ti, no temas mal alguno. La presencia de Dios en medio de su pueblo se manifestaba a través de los profetas y de sus intervenciones para proteger a Israel. Pero ahora la expresión: “el Señor está en medio de ti” quiere decir otra cosa: Dios se ha hecho hombre. Al encarnarse en María, está verdaderamente en medio de nosotros, es uno de nosotros. Jesús, que no me acostumbre a este prodigio, que no deje de asombrarme a ver hecho niño a mi Creador, mi Dueño y mi Señor. El Señor tu Dios está en medio de ti, valiente y salvador; se alegra y goza contigo, te renueva con su amor; exulta y se alegra contigo como en día de fiesta. Nuestro gozo se apoya en el gozo de Dios.

           Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca. Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y en la súplica, con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios que supera todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. Este Señor que está cerca de nosotros es Jesús resucitado. La palabra griega que traducimos como mesura “epieikes” significa clemencia, capacidad de ceder, de mostrarse amable, tolerante, acogedor. Se podría traducir también como “gentileza”, una virtud que convendría redescubrir porque es como bálsamo para las relaciones humanas. Para que nada nos preocupe hemos de poner nuestra confianza en Dios, dejar en sus manos nuestros problemas. El fruto de abandonar en Dios nuestras preocupaciones es la paz, no la superficial, sino la que sale de Dios, rey de paz y llega a nosotros en Jesucristo.

               La gente preguntaba a Juan Bautista: “Entonces, ¿qué debemos hacer?”. Él contestaba: “El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo”. Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron: “Maestro, ¿qué debemos hacer nosotros? “. Él les contestó: “No exijáis más de lo establecido”. Unos soldados igualmente le preguntaban: “Y nosotros, ¿qué debemos hacer?” Él les contestó: “No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga”. La conversión interior, el cambio de corazón que predica Juan para acoger el reino de Dios que trae Jesús, ha de manifestarse también con acciones concretas, la primera, compartir solidariamente los propios bienes con el prójimo quo no tiene para vestirse y alimentarse. Las otras dos concreciones –vivir la justicia al recaudar impuestos y ejercer la autoridad con moderación- son también de mucha actualidad.

              Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Lo que Juan pide a sus oyentes está en la línea de lo que enseñaban los profetas del Antiguo Testamento. Por eso él no debe ser confundido con el Mesías que ha de venir. Este Salvador, ante quien el Bautista se humilla, trae un instrumento de purificación totalmente distinto: el Espíritu Santo, que nos mostrará nuestros pecados desde Dios y que puede quemarlos con su fuego.

domingo, 9 de diciembre de 2012

DOMINGO, 9 DE DICIEMBRE, 2012

               En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y Lisanio virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. En este pasaje de su evangelio, S. Lucas sitúa el comienzo de la salvación en el marco de la historia del mundo. Con estos detallados datos históricos y cronológicos nos muestra que lo que va a narrar no son imágenes o símbolos, sino hechos concretos. El primero de ellos es éste: vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías. Dios es quien toma la iniciativa en los albores de la salvación. Así lo señala el profeta Baruc en la primera lectura: Jerusalén, Dios mostrará tu esplendor a cuantos viven bajo el cielo. Dios te dará un nombre para siempre: “Paz en la justicia” y “Gloria en la piedad”. (…) Dios traerá a tus hijos con gloria, como llevados en carroza real. Dios ha mandado abajarse a todos los montes elevados y a las colinas encumbradas, ha mandado llenarse a los barrancos hasta allanar el suelo, para que Israel camine con seguridad, guiado por la gloria de Dios. Ha mandado al boscaje y a los árboles aromáticos hacer sombra a Israel. Porque Dios guiará a Israel con alegría a la luz de su gloria, con su justicia y su misericordia.

             Vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. El desierto de Judá  es lugar de silencio, de soledad, ideal para estar a solas con Dios. Hoy se admite la necesidad de la soledad, pero se entiende por soledad un tiempo para mí sólo, para recargas las “baterías” tranquilo. La soledad de Juan y de todos los que han seguido y siguen ahora a Jesús no es un lugar terapéutico privado sino el lugar donde escuchamos la palabra de Dios haciendo silencio en nuestro interior, el lugar donde muere el viejo yo y nace uno nuevo con la conversión.

              Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados. El desierto es el lugar donde recibe la Palabra; el Jordán es el lugar donde proclama esta Palabra invitando a todos a  la conversión. Para que la salvación que Dios nos trae en Jesucristo llegue a cada uno, se precisa nuestra libre colaboración, nuestra apertura, nuestra recepción agradecida del don de Dios. La llamada a la conversión que hoy escuchamos de labios de Juan Bautista es una invitación a “cambiar de posición”. Casi sin darnos cuenta situamos nuestro yo en el centro de una circunferencia en cuya periferia colocamos todo lo demás, incluido el mismo Dios. Convertirse es “cambiar de sitio”: dejar que el centro de nuestra vida sea Dios y sus cosas.

              Juan, tomando las palabras de Isaías, dice: Una voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor. Cuando un rey viajaba por su país, iba precedido por unos heraldos que, además de anunciarle, arreglaban los caminos para facilitar su llegada. El camino del que habla Juan es nuestra actitud ante la salvación que trae Jesús. Allanad sus senderos: quita, Jesús, de mi corazón lo que estorba a tu venida. Elévense los valles: expulsa de mí la desconfianza de fondo que me impide vivir como un niño en tus brazos. Desciendan los montes y colinas: cura, Jesús, mi autosuficiencia. Que lo torcido se enderece: que mi mirada no se tuerza y te pierda de vista durante el día. Que lo escabroso se iguale: rebaja Jesús, mi egoísmo, para que aprenda a querer como  quieres tú. Y todos verán la salvación de Dios: dame tu afán de almas, enséñame a anunciarte con una efectiva preocupación por el bien de los que me rodean, mostrándoles con mi vida tu rostro misericordioso para que accedan a la alegría que sólo tú  puedes dar.