Esto
dice el Señor, que abrió camino en el mar y una senda en las aguas
impetuosas; que sacó a batalla carros y caballos, la tropa y los
héroes: caían para no levantarse, se apagaron como mecha que se
extingue.”No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que
realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? Abriré un camino en
el desierto, corrientes en el yermo”. Isaías anima a los judíos
exiliados en Babilonia a no vivir de los recuerdos del pasado, sino a mirar
hacia adelante porque Dios cumplirá su promesa con una “nueva creación”.
Hermanos:
todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de
Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo considero basura con
tal de ganar a Cristo y ser hallado en él, no con una justicia mía, la de
la ley, sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios
y se apoya en la fe.
La palabra “justicia” en S. Pablo significa la acción divina de salvarnos.
Cristo le conquistó y lo transformó interiormente cuando se le apareció en el
camino de Damasco. Antes de eso, Pablo se creía salvado porque era un celoso
observante de la Ley. Pero Jesús le descubre la soberbia oculta detrás de ese
creerse bueno e impecable por cumplir la Ley. Jesús se le presenta como el
verdadero salvador, porque carga por amor con los pecados de todos. El alma de
Pablo se ilumina con este descubrimiento: Dios nos salva cuando nos abrimos a su acción interior por
la fe en Jesucristo. Y con esta luz, todo lo anterior es basura, nada. Pablo es
“otro”. Es la “nueva creación”.
Los
escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y,
colocándola en medio, le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida
en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las
adúlteras; tú, ¿qué dices?». Le preguntaban esto para comprometerlo y
poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como
insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que
le tire la primera piedra». E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos,
al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno empezando por los más viejos. La actitud de
los escribas y fariseos ante la mujer sorprendida en adulterio es de juicio y condena:
aplican la Ley de Moisés. Pero Jesús mira a la mujer de otra manera. Él no ha
venido al mundo para juzgar y condenar sino para salvar, para crear una vida
nueva, un nuevo comienzo, una nueva creación. Por eso encuentra el modo de
liberar a la mujer de la muerte por lapidación, sin contradecir la Ley de
Moisés: “El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra”.
Y
quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante. Jesús se
incorporó y le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha
condenado?». Ella contestó: «Ninguno, Señor». Jesús dijo: «Tampoco yo te
condeno. Anda, y en adelante no peques más». En el segundo acto de este
mini-drama sólo hay dos personas: Jesús y la mujer adúltera. Sólo Jesús podría
tirar la primera piedra, porque es el único que no tiene culpa. Pero la libera
del castigo merecido porque Él ha cargado con todas nuestras culpas. Sin
embargo, Jesús no se contenta con liberarla de la lapidación, sino que le
enseña el camino que lleva a la vida: “Anda, y en adelante no peques más”.
Se ha cumplido la profecía de Isaías: en el desierto del pecado irrumpe la
novedad: un río de misericordia que purifica y sana todo lo que encuentra
haciendo nueva a toda criatura. “Anda” significa: vuelve a vivir, a esperar,
vuelva a casa, recobra tu dignidad de mujer, anuncia a los hombres que no sólo
existe la Ley, que existe también la gracia. Ya está aquí.
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