viernes, 21 de diciembre de 2012

SOBRE EL ORIGEN DE LA CRISIS DE LA FAMILIA

           En el tema de la familia no se trata únicamente de una determinada forma social, sino de la cuestión del hombre mismo; de la cuestión sobre qué es el hombre y sobre lo que es preciso hacer para ser hombres del modo justo. Los desafíos en este contexto son complejos. Tenemos en primer lugar la cuestión sobre la capacidad del hombre de comprometerse, o bien de su carencia de compromisos. ¿Puede el hombre comprometerse para toda la vida? ¿Corresponde esto a su naturaleza? ¿Acaso no contrasta con su libertad y las dimensiones de su autorrealización? El hombre, ¿llega a ser sí mismo permaneciendo autónomo y entrando en contacto con el otro solamente a través de relaciones que puede interrumpir en cualquier momento? Un vínculo para toda la vida ¿está en conflicto con la libertad? El compromiso, ¿merece también que se sufra por él? El rechazo de la vinculación humana, que se difunde cada vez más a causa de una errónea comprensión de la libertad y la autorrealización, y también por eludir el soportar pacientemente el sufrimiento, significa que el hombre permanece encerrado en sí mismo y, en última instancia, conserva el propio «yo» para sí mismo, no lo supera verdaderamente. Pero el hombre sólo logra ser él mismo en la entrega de sí mismo, y sólo abriéndose al otro, a los otros, a los hijos, a la familia; sólo dejándose plasmar en el sufrimiento, descubre la amplitud de ser persona humana. Con el rechazo de estos lazos desaparecen también las figuras fundamentales de la existencia humana: el padre, la madre, el hijo; decaen dimensiones esenciales de la experiencia de ser persona humana.
               El gran rabino de Francia, Gilles Bernheim, en un tratado cuidadosamente documentado y profundamente conmovedor, ha mostrado que el atentado, al que hoy estamos expuestos, a la auténtica forma de la familia, compuesta por padre, madre e hijo, tiene una dimensión aún más profunda. Si hasta ahora habíamos visto como causa de la crisis de la familia un malentendido de la esencia de la libertad humana, ahora se ve claro que aquí está en juego la visión del ser mismo, de lo que significa realmente ser hombres. Cita una afirmación que se ha hecho famosa de Simone de Beauvoir: «Mujer no se nace, se hace» (“On ne naît pas femme, on le devient”). En estas palabras se expresa la base de lo que hoy se presenta bajo el lema «gender» como una nueva filosofía de la sexualidad. Según esta filosofía, el sexo ya no es un dato originario de la naturaleza, que el hombre debe aceptar y llenar personalmente de sentido, sino un papel social del que se decide autónomamente, mientras que hasta ahora era la sociedad la que decidía. La falacia profunda de esta teoría y de la revolución antropológica que subyace en ella es evidente. El hombre niega tener una naturaleza preconstituida por su corporeidad, que caracteriza al ser humano. Niega la propia naturaleza y decide que ésta no se le ha dado como hecho preestablecido, sino que es él mismo quien se la debe crear.        

Según el relato bíblico de la creación, el haber sido creada por Dios como varón y mujer pertenece a la esencia de la criatura humana. Esta dualidad es esencial para el ser humano, tal como Dios la ha dado. Precisamente esta dualidad como dato originario es lo que se impugna. Ya no es válido lo que leemos en el relato de la creación: «Hombre y mujer los creó» (Gn 1,27). No, lo que vale ahora es que no ha sido Él quien los creó varón o mujer, sino que hasta ahora ha sido la sociedad la que lo ha determinado, y ahora somos nosotros mismos quienes hemos de decidir sobre esto. Hombre y mujer como realidad de la creación, como naturaleza de la persona humana, ya no existen. El hombre niega su propia naturaleza. Ahora él es sólo espíritu y voluntad. La manipulación de la naturaleza, que hoy deploramos por lo que se refiere al medio ambiente, se convierte aquí en la opción de fondo del hombre respecto a sí mismo. En la actualidad, existe sólo el hombre en abstracto, que después elije para sí mismo, autónomamente, una u otra cosa como naturaleza suya. Se niega a hombres y mujeres su exigencia creacional de ser formas de la persona humana que se integran mutuamente. Ahora bien, si no existe la dualidad de hombre y mujer como dato de la creación, entonces tampoco existe la familia como realidad preestablecida por la creación. Pero, en este caso, también la prole ha perdido el puesto que hasta ahora le correspondía y la particular dignidad que le es propia. Bernheim muestra cómo ésta, de sujeto jurídico de por sí, se convierte ahora necesariamente en objeto, al cual se tiene derecho y que, como objeto de un derecho, se puede adquirir. Allí donde la libertad de hacer se convierte en libertad de hacerse por uno mismo, se llega necesariamente a negar al Creador mismo y, con ello, también el hombre como criatura de Dios, como imagen de Dios, queda finalmente degradado en la esencia de su ser. En la lucha por la familia está en juego el hombre mismo. Y se hace evidente que, cuando se niega a Dios, se disuelve también la dignidad del hombre. Quien defiende a Dios, defiende al hombre.
                        Benedicto XVI, Discurso a la Curia romana con motivo de la felicitación de Navidad, 21.XII.2012

 

jueves, 20 de diciembre de 2012

FELIZ NAVIDAD

En estos días previos a la Navidad,  sugiero cómo poner “un belén en el corazón”:

            Primero, la Virgen. Ella recibe a Dios porque es “la sin-mancha”, la Inmaculada. Nosotros, en cambio, necesitamos que Dios nos limpie en el sacramento de la Penitencia. Confiésate en estos días.
           José, modelo de todos los padres, hombre de la mirada limpia y  amor grande. Cuida estos días la mirada, evitando las imágenes que enturbian tu corazón.

 Los ángeles vendrán y se quedarán en tu belén interior si pierdes la vergüenza para cantar. Canta villancicos.

 Para poner a los pastores, mira a tu alrededor, descubre las necesidades de los que te rodean y remédialas en lo que puedas. 

            La estrella es la Luz de Dios. Para que baje al belén de tu corazón,  lee y medita en Evangelio de S. Lucas, aunque sean sólo unos minutos cada día. Si aún no lo haces, comienza este año a vivir en tu casa una nueva costumbre:  que el más joven lea en familia el capítulo 2 del evangelio de  S. Lucas en Nochebuena, a las doce de la noche.

             Los Reyes traen regalos al Niño Jesús. Regala a los que te rodean el tesoro más precioso: tiempo, interés por sus cosas, buen humor, alegría.

            Jesús vendrá: nacerá y se quedará dentro de nuestro corazón. “A cuantos le recibieron les dio la potestad de ser hijos de Dios”

 

 

miércoles, 19 de diciembre de 2012

MAKI

        Esta es Maki,  una alumna de 2º de infantil, hija de Carmina, una profe de educación física, muy querida y popular en el colegio Montealto, de Madrid. A Maki le han descubierto hace meses una lesión en el cerebro que le produce frecuentes pérdidas de consciencia. Sus padres, Carmina y Richi y sus hermanos, que la adoran, están que no viven. En estos días los médicos deciden si pueden operarla o no, después de un sinfín de pruebas. Yo cada día en la Misa le pido a Jesús que la cure, como sea, con operación o sin ella, pero que la cure. Pero Jesús a veces tarda. Quería pediros que os unieseis a mi oración por Maki. Quizá Jesús espera que le "presionemos" más.

DOMINGO 23 DE DICIEMBRE, 2012

             En aquellos mismos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel de Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!”¿Quién soy para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor, se cumplirá.” Hasta ahora ha sido Juan el Bautista quien nos ha guiado en estos domingos de Adviento para prepararnos a la venida del Salvador. Hoy, ya cercano el Nacimiento de Jesús, el Bautista cede su puesto a María, madre del Dios hecho hombre.

            María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña. La impulsa su Hijo, el Verbo de Dios que se ha puesto en camino para venir  a este mundo. María es ahora Sagrario de Dios, Custodia que encierra al que viene a dar su vida para salvarnos. El Espíritu Santo acaba de posarse en ella para hacerla Madre de Dios. Lleva en sus entrañas a su Creador, al Eterno, al Todopoderoso. Ella es el centro del universo. ¡Tiene tantos motivos para gozar a solas con ese Dios que ha comenzado a crecer como hombre en sus entrañas! Pero no lo hace. En su mente resuenan las últimas palabras del arcángel: tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril. María no piensa en ella, sino en su prima, mayor, embarazada de seis meses, sin ayuda para llevar la casa. Ayn Karim, donde vive Isabel está a 130 kilómetros de Nazaret. Son cuatro o cinco días de camino. María tiene prisa. El Amor que lleva dentro la urge. Señora y reina mía, contágiame tu prontitud para detectar las necesidades de los demás,  tu olvido de ti misma, tu alegría de servir.
          “¡Bendita tú entre las mujeres!” Dios crea a los seres vivos y los bendice: por eso crecen y se multiplican. Crea a Adán y Eva y los bendice: “Sed fecundos y multiplicaos”. A María la llamamos “bendita entre las mujeres” porque en ella la fertilidad alcanza su plenitud ya que da a luz al mismo Autor de la vida.  Llamémosla así muchas veces, “bendita entre las mujeres”.

           ¡Bendito el fruto de tu vientre!” Jesús es el Bendito por antonomasia, es Dios hecho hombre. Su Espíritu es quien hace saltar de alegría a Juan dentro del seno de su madre, y quien revela a Isabel que María lleva a Dios recién encarnado en sus entrañas. A la Virgen le agradará que estos días previos a la celebración del Nacimiento de su Hijo, la alabemos con estas palabras de Isabel: “María, ¡Bendito el fruto de tu vientre!”
           “Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor, se cumplirá.” Los teólogos distinguen entre la maternidad corporal de María -el proceso fisiológico que da lugar a la venida visible del Verbo al mundo- y su maternidad espiritual, con la que atrae hacia ella a Dios por su fe y su humildad. La fe es hacer propios los planes divinos: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra. Así entra María en sintonía con el Verbo: Cuando Cristo entró en el mundo dijo: “Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro”: “Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad”. El cuerpo que prepara Dios a su Hijo, sacado de María, será ofrecido por Jesús en la Cruz  para nuestra salvación en obediencia amorosa e incondicional a su Padre. Belén mira al calvario, el pesebre se hace cruz. Jesús, haz de mi vida una ofrenda agradable a tus ojos, unida a Ti en la Misa.

domingo, 16 de diciembre de 2012

EGERIA

         Aconsejo a mi amigos que lean "EL VIAJE DE EGERIA", de Ana Muncharaz, ediciones  Palabra. Ya sé que el gusto por un libro es algo personal, y no todo lo que a uno le entusiasma tiene que agradar a todos. Pero con el paso del tiempo se desarrolla el instinto para detectar la calidad. Este libro la tiene: ensancha el alma, abre al Misterio y deja sabor a paz. Me agradaría comprobar que no estoy equivocado.

DOMINGO 16 DE DICIEMBRE, 2012

             Alégrate, hija de Sión, grita de gozo, Israel, regocíjate y disfruta con todo tu ser, hija de Jerusalén. Con la primera palabra de este pasaje de Sofonías, Alégrate, saludó el arcángel Gabriel a María. Y  hoy –cerca de la Navidad- lo leemos como la profecía de la llegada del Salvador y  encontramos ahí descrito el motivo de nuestro gozo: El Señor ha revocado tu sentencia, ha expulsado a tu enemigo. El rey de Israel, el Señor, está en medio de ti, no temas mal alguno. La presencia de Dios en medio de su pueblo se manifestaba a través de los profetas y de sus intervenciones para proteger a Israel. Pero ahora la expresión: “el Señor está en medio de ti” quiere decir otra cosa: Dios se ha hecho hombre. Al encarnarse en María, está verdaderamente en medio de nosotros, es uno de nosotros. Jesús, que no me acostumbre a este prodigio, que no deje de asombrarme a ver hecho niño a mi Creador, mi Dueño y mi Señor. El Señor tu Dios está en medio de ti, valiente y salvador; se alegra y goza contigo, te renueva con su amor; exulta y se alegra contigo como en día de fiesta. Nuestro gozo se apoya en el gozo de Dios.

           Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca. Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y en la súplica, con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios que supera todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. Este Señor que está cerca de nosotros es Jesús resucitado. La palabra griega que traducimos como mesura “epieikes” significa clemencia, capacidad de ceder, de mostrarse amable, tolerante, acogedor. Se podría traducir también como “gentileza”, una virtud que convendría redescubrir porque es como bálsamo para las relaciones humanas. Para que nada nos preocupe hemos de poner nuestra confianza en Dios, dejar en sus manos nuestros problemas. El fruto de abandonar en Dios nuestras preocupaciones es la paz, no la superficial, sino la que sale de Dios, rey de paz y llega a nosotros en Jesucristo.

               La gente preguntaba a Juan Bautista: “Entonces, ¿qué debemos hacer?”. Él contestaba: “El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo”. Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron: “Maestro, ¿qué debemos hacer nosotros? “. Él les contestó: “No exijáis más de lo establecido”. Unos soldados igualmente le preguntaban: “Y nosotros, ¿qué debemos hacer?” Él les contestó: “No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga”. La conversión interior, el cambio de corazón que predica Juan para acoger el reino de Dios que trae Jesús, ha de manifestarse también con acciones concretas, la primera, compartir solidariamente los propios bienes con el prójimo quo no tiene para vestirse y alimentarse. Las otras dos concreciones –vivir la justicia al recaudar impuestos y ejercer la autoridad con moderación- son también de mucha actualidad.

              Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Lo que Juan pide a sus oyentes está en la línea de lo que enseñaban los profetas del Antiguo Testamento. Por eso él no debe ser confundido con el Mesías que ha de venir. Este Salvador, ante quien el Bautista se humilla, trae un instrumento de purificación totalmente distinto: el Espíritu Santo, que nos mostrará nuestros pecados desde Dios y que puede quemarlos con su fuego.

domingo, 9 de diciembre de 2012

DOMINGO, 9 DE DICIEMBRE, 2012

               En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y Lisanio virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. En este pasaje de su evangelio, S. Lucas sitúa el comienzo de la salvación en el marco de la historia del mundo. Con estos detallados datos históricos y cronológicos nos muestra que lo que va a narrar no son imágenes o símbolos, sino hechos concretos. El primero de ellos es éste: vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías. Dios es quien toma la iniciativa en los albores de la salvación. Así lo señala el profeta Baruc en la primera lectura: Jerusalén, Dios mostrará tu esplendor a cuantos viven bajo el cielo. Dios te dará un nombre para siempre: “Paz en la justicia” y “Gloria en la piedad”. (…) Dios traerá a tus hijos con gloria, como llevados en carroza real. Dios ha mandado abajarse a todos los montes elevados y a las colinas encumbradas, ha mandado llenarse a los barrancos hasta allanar el suelo, para que Israel camine con seguridad, guiado por la gloria de Dios. Ha mandado al boscaje y a los árboles aromáticos hacer sombra a Israel. Porque Dios guiará a Israel con alegría a la luz de su gloria, con su justicia y su misericordia.

             Vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. El desierto de Judá  es lugar de silencio, de soledad, ideal para estar a solas con Dios. Hoy se admite la necesidad de la soledad, pero se entiende por soledad un tiempo para mí sólo, para recargas las “baterías” tranquilo. La soledad de Juan y de todos los que han seguido y siguen ahora a Jesús no es un lugar terapéutico privado sino el lugar donde escuchamos la palabra de Dios haciendo silencio en nuestro interior, el lugar donde muere el viejo yo y nace uno nuevo con la conversión.

              Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados. El desierto es el lugar donde recibe la Palabra; el Jordán es el lugar donde proclama esta Palabra invitando a todos a  la conversión. Para que la salvación que Dios nos trae en Jesucristo llegue a cada uno, se precisa nuestra libre colaboración, nuestra apertura, nuestra recepción agradecida del don de Dios. La llamada a la conversión que hoy escuchamos de labios de Juan Bautista es una invitación a “cambiar de posición”. Casi sin darnos cuenta situamos nuestro yo en el centro de una circunferencia en cuya periferia colocamos todo lo demás, incluido el mismo Dios. Convertirse es “cambiar de sitio”: dejar que el centro de nuestra vida sea Dios y sus cosas.

              Juan, tomando las palabras de Isaías, dice: Una voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor. Cuando un rey viajaba por su país, iba precedido por unos heraldos que, además de anunciarle, arreglaban los caminos para facilitar su llegada. El camino del que habla Juan es nuestra actitud ante la salvación que trae Jesús. Allanad sus senderos: quita, Jesús, de mi corazón lo que estorba a tu venida. Elévense los valles: expulsa de mí la desconfianza de fondo que me impide vivir como un niño en tus brazos. Desciendan los montes y colinas: cura, Jesús, mi autosuficiencia. Que lo torcido se enderece: que mi mirada no se tuerza y te pierda de vista durante el día. Que lo escabroso se iguale: rebaja Jesús, mi egoísmo, para que aprenda a querer como  quieres tú. Y todos verán la salvación de Dios: dame tu afán de almas, enséñame a anunciarte con una efectiva preocupación por el bien de los que me rodean, mostrándoles con mi vida tu rostro misericordioso para que accedan a la alegría que sólo tú  puedes dar.

viernes, 30 de noviembre de 2012

IDEOLOGÍA DE GÉNERO


Antecedentes. Los antecedentes de esta ideología hay que buscarlos en el feminismo radical y en los primeros grupos organizados a favor de una cultura en la que prima la despersonalización absoluta de la sexualidad. Este primer germen cobró cuerpo con la interpretación sociológica de la sexualidad llevada a cabo por el informe Kinsey, en los años cincuenta del siglo pasado. Después, a partir de los años sesenta, alentado por el influjo de un cierto marxismo que interpreta la relación entre hombre y mujer en forma de lucha de clases, se ha extendido ampliamente en ciertos ámbitos culturales. El proceso de “deconstrucción” de la persona, el matrimonio y la familia, ha venido después propiciado por filosofías inspiradas en el individualismo liberal, así como por el constructivismo y las corrientes freudo-marxistas. Primero se postuló la práctica de la sexualidad sin la apertura al don de los hijos: la anticoncepción y el aborto. Después, la práctica de la sexualidad sin matrimonio: el llamado “amor libre”. Luego, la práctica de la sexualidad sin amor. Más tarde la “producción” de hijos sin relación sexual: la llamada reproducción asistida (fecundación in vitro, etc.). Por último, con el anticipo que significó la cultura unisex y la incorporación del pensamiento feminista radical, se separó la “sexualidad” de la persona: ya no habría varón y mujer; el sexo sería un dato anatómico sin relevancia antropológica. El cuerpo ya no hablaría de la persona, de la complementariedad sexual que expresa la vocación a la donación, de la vocación al amor. Cada cual podría elegir configurarse sexualmente como desee.
            Así se ha llegado a configurar una ideología con un lenguaje propio y unos objetivos determinados, de los que no parece estar ausente la intención de imponer a la sociedad una visión de la sexualidad que, en aras de un pretendido “liberacionismo”, “desligue” a las personas de concepciones sobre el sexo, consideradas opresivas y de otros tiempos.

               Descripción de la ideología de género. Con la expresión “ideología de género” nos referimos a un conjunto sistemático de ideas, encerrado en sí mismo, que se presenta como teoría científica respecto del “sexo” y de la persona. Su idea fundamental, derivada de un fuerte dualismo antropológico, es que el “sexo” sería un mero dato biológico: no configuraría en modo alguno la realidad de la persona. El “sexo”, la “diferencia sexual” carecería de significación en la realización de la vocación de la persona al amor. Lo que existiría –más allá del “sexo” biológico– serían “géneros” o roles que, en relación con su conducta sexual, dependerían de la libre elección del individuo en un contexto cultural determinado y dependiente de una determinada educación [Cfr. Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el mundo (31.VII.2004), n. 2: «La diferencia corpórea, llamada sexo, se minimiza, mientras la dimensión estrictamente cultural, llamada género, queda subrayada al máximo y considerada primaria».].
          “Género”, por tanto, es, según esta ideología un término cultural para indicar las diferencias socioculturales entre el varón y la mujer. Se dice, por eso, que es necesario distinguir entre lo que es “dado” por la naturaleza biológica (el “sexo”) y lo que se debe a las construcciones culturales “hechas” según los roles o tareas que cada sociedad asigna a los sexos (el “género”). Porque –según se afirma–, es fácil constatar que, aunque el sexo está enraizado en lo biológico, la conciencia que se tiene de las implicaciones de la sexualidad y el modo de manifestarse socialmente están profundamente influidos por el marco sociocultural.

Se puede decir que el núcleo central de esta ideología es el “dogma” pseudocientífico según el cual el ser humano nace “sexualmente neutro”. Hay –sostienen– una absoluta separación entre sexo y género. El género no tendría ninguna base biológica: sería una mera construcción cultural. Desde esta perspectiva la identidad sexual y los roles que las personas de uno y otro sexo desempeñan en la sociedad son productos culturales, sin base alguna en la naturaleza. Cada uno puede optar en cada una de las situaciones de su vida por el género que desee, independientemente de su corporeidad. En consecuencia, “hombre” y “masculino” podrían designar tanto un cuerpo masculino como femenino; y “mujer” y “femenino” podrían señalar tanto un cuerpo femenino como masculino. Entre otros “géneros” se distinguen: el masculino, el femenino, el homosexual masculino, el homosexual femenino, el bisexual, el transexual, etc. La sociedad atribuiría el rol de varón o de mujer mediante el proceso de socialización y educación de la familia. Lo decisivo en la construcción de la personalidad sería que cada individuo pudiese elegir sobre su orientación sexual a partir de sus preferencias. Con esos planteamientos no puede extrañar que se “exija” que a cualquier “género sexual” se le reconozcan los mismos derechos. De no hacerlo así, sería discriminatorio y no respetuoso con su valor personal y social.
           Sin necesidad de hacer un análisis profundo, es fácil descubrir que el marco de fondo en el que se desenvuelve esta ideología es la cultura “pansexualista”. Una sociedad moderna –se postula– ha de considerar bueno “usar el sexo” como un objeto más de consumo. Y si no cuenta con un valor personal, si la dimensión sexual del ser humano carece de una significación personal, nada impide caer en la valoración superficial de las conductas a partir de la mera utilidad o la simple satisfacción. Así se termina en el permisivismo más radical y, en última instancia, en el nihilismo más absoluto. No es difícil constatar las nocivas consecuencias de este vaciamiento de significado: una cultura que no genera vida y que vive la tendencia cada vez más acentuada de convertirse en una cultura de muerte [Cfr. Juan Pablo II, Evangelium vitae, n. 12.].

                         Tomado de: CEE, "La verdad del amor humano. Orientaciones sobre el amor conyugal, la ideología de género y la legislación familiar", 26.IV,2012 , nn. 54-58

EDUCACIÓN AFECTIVO-SEXUAL


            Una educación afectivo-sexual adecuada exige, en primer lugar, cuidar la formación de toda la comunidad cristiana en los fundamentos del evangelio del matrimonio y de la familia. Una buena formación es el mejor modo para responder a los problemas y cuestiones que pueda presentar cualquier ideología. Todos los cristianos responsables de su fe han de estar capacitados para «dar explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza» (1 Pe 3, 15). Para la consecución de ese objetivo puede prestar un gran servicio el Catecismo de la Iglesia Católica [Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 2331-2400.], además de otros documentos relevantes [Al menos: Pontifico Consejo Justicia y Paz, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia y Pontificio Consejo de la Familia, Lexicón. Términos ambiguos y discutidos sobre familia, vida y cuestiones éticas (2004).]. En cualquier caso, serán siempre necesarios planteamientos que busquen la formación integral. Ese es el marco adecuado para que la persona responda, como debe hacerlo, a su vocación al amor.

La familia es, sin duda, el lugar privilegiado para esa educación y formación. Se desarrollan allí las relaciones personales y afectivas más significativas, llamadas a transmitir los significados básicos de la sexualidad [Cfr. Conferencia Episcopal Española, Directorio de la Pastoral Familiar de la Iglesia en España, nn. 70 y 91.]. La familia es el sujeto primero e insustituible de la formación de sus miembros. Y por eso, aunque podrá y deberá ser ayudada desde las diferentes instancias educativas de la Iglesia y del Estado, nunca deberá ser sustituida o interferida en el derecho-deber que le asiste. Así lo recordaba ya, entre otros documentos, el Directorio de pastoral familiar [Cfr. Cfr. Conferencia Episcopal Española, Directorio de la Pastoral Familiar de la Iglesia en España  n. 93: «Como complemento y ayuda a la tarea de los padres, es absolutamente necesario que todos los colegios católicos preparen un programa de educación afectivo-sexual, a partir de métodos suficientemente comprobados y con la supervisión del obispo. La delegación diocesana de Pastoral Familiar debe preparar personas expertas en este campo».]. Pero se hace ahora más urgente si se advierte que las disposiciones legales al respecto permiten al Estado dirigir este ámbito de educación. Y no es pequeño el riesgo de sucumbir a las imposiciones de la ya referida ideología de “género”.
             La educación afectivo-sexual, acorde con la dignidad del ser humano, no puede reducirse a una información biológica de la sexualidad humana. Tampoco debe consistir en unas orientaciones generales de comportamiento, a merced de las estadísticas del momento. Sobre la base de una “antropología adecuada”, como subrayaba el beato Juan Pablo II [Cf. Juan Pablo II, Catequesis (2.IV.1980), nn. 3-6.], la educación en esta materia debe consistir en la iluminación de las experiencias básicas que todo hombre vive y en las que encuentra el sentido de su existencia. Así se evitará el subjetivismo que conduce a nuestros jóvenes a juzgar sus actos tan solo por el sentimiento que despiertan, lo que les hace poco menos que incapaces para construir una vida en la solidez de las virtudes. Esa educación, que debe comenzar en la infancia, se ha de prolongar después en la pre-adolescencia; las instituciones educativas deben de velar por ella, siempre en estrecha colaboración con la ya dada por los padres en la familia.

Descubrir la verdad y significado del lenguaje del cuerpo permitirá saber identificar las expresiones del amor auténtico y distinguirlas de aquellas que lo falsean. Se estará en disposición de valorar debidamente el significado de la fecundidad, sin cuyo respeto no es posible asumir responsablemente la donación propia de la sexualidad en todo su valor personal. Se abre así a los jóvenes un camino de conocimiento de sí mismos, que, mediante la integración de las dimensiones implicadas en la sexualidad –la inclinación natural, las respuestas afectivas, la complementariedad psicológica y la decisión personal–, les llevará a apreciar el don maravilloso de la sexualidad y la exigencia moral de vivirlo en su integridad. Se comprende enseguida que una educación afectivo-sexual auténtica no es sino una educación en la virtud de la castidad[118].

 Tomado de: CEE, "La verdad del amor humano. Orientaciones sobre el amor conyugal,la ideología de género y la legislación familiar", 26.IV.2012, nn. 122-126.

 

DOMINGO 2 DE DICIEMBRE, 2012


            Ya llegan días –oráculo del Señor- en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá. En aquellos días y en aquella hora, suscitaré a David un vástago legítimo que hará justicia y derecho en la tierra. En aquellos días se salvará Judá, y en Jerusalén vivirán tranquilos, y la llamarán así: “El Señor es nuestra justicia”. La venida de Dios a la tierra es el acontecimiento central de la historia. El Señor lo preparó durante siglos, anunciándolo por boca de los profetas de Israel. En el tiempo  de Adviento que hoy comienza, la Iglesia actualiza aquellos siglos de espera del Mesías. Estas palabras del profeta Jeremías son una invitación a apoyarnos en las promesas de Jesucristo, a pedir y aguardar la bendición divina para alcanzar la visión de Dios. Hoy podemos servirnos de las palabras del salmo para levantar nuestra alma hacia el Señor, para poner nuestra confianza en Dios y dejarnos ayudar por Él: “Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad; enséñame porque tú eres mi Dios y Salvador.

             Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo serán sacudidas. Entonces verán  al Hijo del hombre venir en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación. El evangelio de hoy es una visión anticipada del retorno de Cristo al final de los tiempos. Con la primera venida de Dios a la tierra comienza la última etapa de la historia humana que acabará con la venida triunfal de Jesucristo.  La Navidad y el juicio final son dos momentos que se implican mutuamente. Dios ha pronunciado –nos ha enviado- su Palabra, su Verbo, para salvarnos. En este tiempo intermedio sólo cabe esperar que los hombres queramos escucharla. El intervalo entre la primera y la segunda venida de Jesús es el plazo que se nos da los hombres para decidir. De ahí la llamada apremiante de Jesús al final de este pasaje de S. Lucas.

           Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder y manteneros en pie ante el Hijo del hombre. Jesús nos previene contra una manera de vivir en la que el disfrute inmoderado de lo que se posee impide sentir la necesidad de acoger la salvación divina. Entonces el corazón se embota y la esperanza desaparece. Sólo se busca asegurar en esta vida los bienes materiales para calmar el anhelo de felicidad que sólo Dios puede saciar. Se vive como en un sueño, anestesiado por el señuelo de los placeres y distraído por el afán de novedades. Jesús, despiértame, conviérteme, dame la lucidez de estar en la realidad, ven a mi corazón en el sacramento de la Penitencia y de la Eucaristía, entra en mi vida con tu vida cuando medito la Palabra de Dios cada día.

Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos a vosotros. Se trata de pedir a Jesús que nos ayude a cursar la asignatura central de nuestra vida: la caridad; que nos dé su manera de querer, que es olvido de sí y entrega a los demás. Y que afiance así vuestros corazones, de modo que os presentéis ante Dios, nuestro Padre, santos e irreprochables, en la venida de nuestro Señor Jesús con todos sus santos. Necesito tu fuerza, tu fortaleza, Jesús, pues yo sólo no puedo. Renueva en mí y en todos los cristianos el deseo de ser santos.

viernes, 23 de noviembre de 2012

CÓMO CURAR LAS HERIDAS AFECTIVAS DE LOS JÓVENES

Resumen de la ponencia de Mons. Munilla en el Congreso Nacional de Pastoral Juvenil, celebrado en Valencia, XI-2012, titulada: "La evangelización de los jóvenes ante la emergencia afectiva".
 Introducción. Si queremos conocer al joven de nuestros días necesitamos conocer en profundidad a Jesucristo, ya que solo en Cristo conoceremos en profundidad al joven. Decía la propia Santa Teresa de Jesús: «A mi parecer, jamás acabamos de conocernos si no procuramos conocer a Dios». Y el Vaticano II hace cincuenta años: «Bajo la luz de Cristo, imagen de Dios invisible, primogénito de toda la creación, el Concilio habla a todos para esclarecer el misterio del hombre.» (‘Gaudium et Spes’ nº 10). Necesitamos conocer la realidad de los jóvenes desde Cristo y en Cristo, porque como decía San Bernardo: «El desconocimiento propio genera soberbia, pero el desconocimiento de Dios genera desesperación». ¿Cuáles son los daños principales que la cultura moderna y postmoderna ha generado y genera en la afectividad de los jóvenes? ¿Cómo sanar esas heridas y volver a nacer en Cristo?
 
1.      Primera herida: NARCISISMO
            Descripción. El narcicismo es  quedarse encerrado en la contemplación de uno mismo. El mito cuenta que una ninfa se enamora de Narciso, y este no le corresponde. Mientras huía de ella, se queda pasmado ante su propia imagen reflejada en las aguas de un río, y se enamora perdidamente de sí mismo, lo que le lleva a lanzarse al agua y morir ahogado. El narcisismo es la incapacidad, o dificultad de amar a un ‘tú’ distinto de uno mismo. El narcisismo está ligado a la hipersensibilidad, a la absolutización de los sentimientos y temores, a la percepción errónea de que todo en la vida gira en torno a uno mismo…
                     Manifestaciones del narcisismo. El narcisismo tiene dos manifestaciones que parecen –sin serlo– contradictorias. En los momentos de euforia, el Narciso actual tiene la ridícula pretensión de ocupar en cualquier escenario el puesto de la ‘novia de la boda’ o del ‘niño del bautizo’. Pero en los momentos de depresión – cada vez  más frecuentes–, nuestro Narciso se consuela y hasta se complace con ser el ‘muerto del entierro’. Considera siempre como insuficiente lo que se recibe de los demás, es un mendigo perpetuamente insatisfecho. Paradójicamente  busca ansiosamente la realización personal por medio de la lamentación victimista: «¡Nadie me hace caso!», «¡Todo me toca a mí!», «¡Soy un incomprendido!» Aunque las formulaciones sean diferentes en un momento de ‘subidón’ o de ‘bajonazo’,  se respira siempre por la misma herida afectiva, buscando ansiosamente aprecio, reconocimiento, elogio, admiración… Sin la sanación del narcisismo es imposible conocer, amar y –sobre todo– seguir a Jesucristo, en profundidad y con coherencia; y, en último término, ser feliz.
       Qué es amar. La Revelación judeo-cristiana  ha mostrado que amar es un éxodo. Dios llama a su pueblo para que salga  de su entorno y vaya  en busca de una tierra nueva, distinta, desconocida, sabiendo que Dios quiere su felicidad. Dios nos ha creado –hombre y mujer- a su imagen y semejanza y nos llama a la comunión en el amor. Hombres y mujeres somos distintos y complementarios. Amar es promover el bien que hay en el otro; lo contrario de ‘poseer’ al prójimo, asimilándolo a uno mismo, hasta el punto de hacerlo desaparecer. El móvil del joven es de última generación, pero su corazón se asemeja a la tortuga de la aporía de Zenón («Aquiles y la tortuga»): ésta no parece terminar nunca de llegar a la meta… a la meta del amor.
2.      CURACIÓN DEL NARCISISMO
                   A)   La experiencia de ser amado por Dios. En realidad, lo opuesto al narcisismo no es el autodesprecio, sino una equilibrada autoestima. La curación del narcisismo pasa por una educación en un sano y equilibrado amor a uno mismo. Es más, dicho ‘amor a uno mismo’ (‘autoestima’, que diríamos hoy), es la medida indicada por Cristo para tomarla como referencia a la hora de amar al prójimo («Amarás al prójimo como a ti mismo»). La autoestima no proviene de hacer muchas cosas, ni de lograr éxitos, ni de la apariencia física, sino de saberse amado. Uno de los motivos principales de la falta de autoestima en nuestra cultura, es la crisis de la familia, unida a la falta de conciencia del amor personal e incondicional que Dios nos tiene. Por eso es preciso anunciar a los jóvenes el infinito amor que Dios tiene a cada persona, sea cual sea su conducta y, sobre todo, ayudarles a adquirir una experiencia vida y actual de esa realidad, enseñándoles a cultivar la amistad con Jesucristo vivo y resucitado por medio de la meditación de la Palabra de Dios contenida en la Sagrada Escritura.
             Quien tiene la experiencia de ser amado incondicionalmente por Dios, se encuentra a sí mismo, y es entonces cuando puede olvidarse de sí mismo en cada relación con los demás; pero no por un afán de autodespreciarse, sino porque se siente sobrado de aprecio y conciencia del amor incondicional recibido de Dios.
Nuestra autoestima no puede depender de que otros hablen bien o mal de nosotros, ni siquiera de que las cosas nos salgan mejor o peor… Cristo crucificado es la medida exacta de lo que cada uno de nosotros valemos para Dios. No se trata de entenderlo solo en la teoría, sino de interiorizarlo y personalizarlo, haciendo de ello nuestro carnet de identidad. Sin esta fe, sería literalmente imposible la abnegación de uno mismo, y estaríamos condenados a la esclavitud del narcisismo .
                  B) Redescubrir la Cruz.  El Evangelio de Jesucristo nos presenta y propone la mística del amor, que integra una ascética del olvido de nosotros mismos y la oblación generosa. Tal vez, en las últimas décadas no hayamos subrayado los pasajes evangélicos que resaltan esta dimensión ascética: «El que quiera seguirme, que cargue con su cruz y me siga», «El que no está conmigo, está contra mí», «No podéis servir a dos señores», «El que busque su vida la perderá, pero el que la pierda por mí la encontrará»… El Evangelio nos presenta la abnegación de uno mismo, como indispensable para la propia madurez y para poder abrirse al encuentro con Dios.
           En el contexto la crisis afectiva en la que nos encontramos, no es suficiente proclamar el ideal del amor, sino que es necesario profundizar en los pasajes del Evangelio en los que la escuela del amor es el Corazón de Cristo. El lugar del Evangelio en el que la mística y la ascética se unen es la Cruz de Cristo. La Pasión de Cristo es pura mística y pura ascética, al mismo tiempo. Para sanar las heridas afectivas de los jóvenes hemos de presentarles la Pasión de Cristo, no sólo como el lugar en el que se revela el amor divino, sino también como escuela del amor humano. Sin la escuela de la Cruz de Cristo, el anuncio de la Resurrección se reduce a un hermoso mensaje de consolación,  incapaz de sanar nuestras heridas y de movernos al amor. Cuando hablamos de ‘resurrección’, estamos hablando siempre de ‘Resurrección del Crucificado’.
                  C)  El Sacramento de la Penitencia y el acompañamiento espiritual para lograr la «la aceptación humilde de la realidad». El narcisista tiende a refugiarse en la utopía, o escudarse en ella: justifica su descontento y queja permanente con un falso recurso a los sueños utópicos. El Evangelio nos  enseña a aspirar más alto, sin despegar los pies del suelo. La aceptación de la realidad no nos impide aspirar a cambiarla, es más, es un presupuesto indispensable para poder mejorarla. El narcisista quiere cambiarlo todo menos a sí mismo, mientras que el cristiano aspira a cambiarlo todo, pero empezando por uno mismo.
El Sacramento de la Penitencia y el acompañamiento espiritual ayudan a conjugar nuestros ‘ideales’ con nuestra ‘realidad’. No hay verdadero idealismo si no parte de la propia conversión. El idealismo de la generación utópica del ‘Mayo del 68’. se tradujo más en una queja contra el sistema político, que en un esfuerzo por la propia renovación.
         En el ideal cristiano, el máximo de utopía convive junto al máximo de realismo. Se trata de abrazar la propia realidad –nuestros estudios, las relaciones con la familia, el trabajo…–, viéndola como el lugar donde sale el Señor a nuestro encuentro: «Mirad mis manos y mis pies: soy yo mismo», dijo Jesús resucitado. «Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo» (cf. Lc 24, 39).
                 D)  Acercarse al sufrimiento del prójimo. Una de las mejores formas de superar el narcisismo que  lleva a sentirse “víctimas”  es acercarse y conocer a las verdaderas víctimas, es decir, a los ancianos que viven en soledad, enfermos psíquicos que son esquivados  por la sociedad, usuarios de los comedores de emergencia, pobres del Tercer Mundo… Es una terapia de choque,  muy efectiva para la sanación de nuestro narcisismo y para la educación en el amor generoso. Los hemos comprobado en los jóvenes que han participado campos de trabajo, grupos de apoyo a proyectos misioneros, voluntariado en África u otros lugares, etc. La experiencia nos ha enseñando la conveniencia de acompañar adecuadamente estas inserciones en el mundo del dolor y de la marginación. No es la mera pobreza la que educa el corazón del joven, sino la posibilidad de descubrir a Cristo en toda situación de sufrimiento. Es Él quien sale al encuentro de los que salen al encuentro de los sufrientes.
 
3.      Segunda herida: PANSEXUALISMO
           Descripción. Vivimos en una ‘alerta sexual’ permanente, que condiciona lo más cotidiano de la vida. El bombardeo de erotismo facilita las adicciones y conductas compulsivas, provoca  desequilibrios y la falta de dominio de la propia voluntad, nos incapacita para  para la donación. La fe se ve seriamente comprometida en la medida en que los jóvenes no mantienen una capacidad crítica ante una visión fragmentada y desintegrada de la afectividad, la sexualidad y el amor. Muchos jóvenes han nacido y crecido en este contexto cultural pansexualista y lo perciben como normal, como el que ha nacido y vivido a seis mil metros de altura se  acostumbra a esa presión atmosférica. Pero aunque él no se dé cuenta, la presión atmosférica en la que vive afecta a su organismo y a su salud.
         La pérdida del sentido y valor de la sexualidad. El origen del amor no se encuentra en el hombre, ya que la fuente originaria del amor es el misterio de Dios mismo, que se revela y sale al encuentro del hombre. A partir de ese amor originario entendemos que el hombre ha sido creado para amar, y que el amor humano es una respuesta al amor divino. La verdad del amor está inscrita en el lenguaje de nuestro cuerpo. En efecto, el hombre es espíritu y materia, alma y cuerpo; en una unión sustancial, de forma que el sexo no es una especie de prótesis en la persona, sino que pertenece a su núcleo más íntimo. Es la persona misma la que siente y se expresa a través de la sexualidad, de forma que jugar con el sexo, es jugar con la propia personalidad. A la situación actual se ha llegado a través de un proceso largo, en la segunda parte del siglo pasado.
         Las tres rupturas y sus consecuencias. En primer lugar se produjo un ‘divorcio’ entre sexo y procreación: La difusión de la anticoncepción fue determinante. La utilización masiva de anticonceptivos ha cambiado el modo de enfocar la sexualidad humana. La relación sexual ya no significa abrir la puerta a la vida. El gesto sexual se ha banalizado y ha  pasado a ser un gesto sin densidad y sin trascendencia, una mera diversión, un juego. Al separarse sexo e inicio de  vida humana, la vida se ha desvinculado de la relación sexual: La ‘fecundación in vitro’  termina de completar el desgaje entre sexo y procreación.
         De la mano del primer ‘divorcio’ entre sexo y procreación, vino el segundo ‘divorcio’ entre amor y matrimonio. El «Mayo del 68» llama ‘fríos papeles grises’ a ese contexto legal que protege a los débiles: la madre y sobre todo, al niño. Sin embargo, la mentalidad  de «Mayo del 68» presenta el matrimonio como la tumba del amor. ¿Por qué iba a ser necesario un contrato jurídico para vivir un encuentro sexual cuando dos personas se aman? Muchas  parejas conviven antes del matrimonio
       El tercer ‘divorcio’ es la separación entre sexo y amor. Muchas  parejas conviven antes del matrimonio, consecuencia de “divorcio” entre sexo y amor. La sexualidad ha dejado de ser la expresión de la entrega total de dos personas que se aman, para pasar a ser un instrumento de diversión, o  para hacer daño: «si él ha jugado conmigo, yo también sabré jugar con otros. No voy a volver a sufrir de esta manera, no me volverán a hacer daño. Simplemente me divertiré con ellos».
        Como consecuencia de estas tres rupturas el amor ha dejado de informar la sexualidad desde dentro. El sexo tendría sentido por sí mismo, y deja de ser un vehículo del afecto y del amor. Según el Ministerio de Salud Pública, la edad de comienzo en el consumo del alcohol son los 13 años. Es obvio que el consumo del alcohol está directamente vinculado a eso que se llama ‘el rollo’, ‘pillar cacho’. El recurso al alcohol suele conllevar la anulación del sentido del pudor, y la desinhibición de los principios morales. Esta ruptura entre el lenguaje sexual del cuerpo y el amor, es una distorsión que incapacita claramente para la fidelidad. Toda esta deriva dificulta vivir la vocación al amor en fidelidad, que  es lo único que puede hacernos felices. La infidelidad no sólo impide establecer relaciones de amor duraderas, sino que impide construir la propia personalidad. La cultura del ‘rollo’ termina provocando una crisis, porque  la idea de que la libertad se identifica con no comprometerse: la fidelidad implicaría esclavitud, mientras que la infidelidad implicaría libertad.
 
        4. CURACIÓN DEL PANSEXUALISMO
                A.- Poner de moda la virtud de la castidad. El cristiano no es alguien arrastrado por sus pasiones, sino que participa del señorío de Cristo que le permite ser dueño de sí mismo, gobernar sus tendencias pasionales, poniéndolas al servicio de los demás, para gloria de Dios. Para poder ‘darse’, primero hay que ‘poseerse’. La conquista del mundo pasa por la conquista de uno mismo. La castidad consiste en poner en sintonía lo que expresa el lenguaje corporal sexual, con la autenticidad del afecto y del amor expresado. Con frecuencia, los jóvenes que ni viven esta virtud, no lo hacen por una decisión libre y voluntaria, sino por la esclavitud que genera la dinámica de la lujuria. Cuando un joven decide a seguir a Cristo con todas las consecuencias, no le resulta tan fácil romper  con todos sus malos hábitos anteriores: el cuerpo tiene ‘memoria’ y pide su ‘tributo’. La batalla por la castidad puede ser largapero merece la pena luchar; con la santa rebeldía de quienes no se conforman con menos que con la bienaventuranza de Cristo: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios»
 
                B.- Cursos de formación afectivo-sexual.  Una de las grandes carencias en las familias y en los colegios es la educación en el amor humano. La felicidad de nuestros jóvenes depende en buena medida del descubrimiento del verdadero sentido del amor humano, y de la educación para la madurez afectivo-sexual.
                 C.- Educación en la belleza. Hoy en día está muy extendida la mentalidad que reduce los cánones de la belleza a un modelo corporal erótico, que está lejos de ser expresión de la interioridad del ser humano y de su riqueza espiritual. El cuerpo deja de ser el icono del alma, para pasar a ser una incitación de nuestras pasiones. La belleza es el esplendor de la verdad, al mismo tiempo que «la santidad es la belleza absoluta”. La belleza es una clave fundamental para la comprensión del misterio de la existencia. Encierra una invitación a gustar la vida y a abrirse a la plenitud de la eternidad. La belleza es un destello del Espíritu de Dios que transfigura la materia, abriendo nuestras mentes al sentido de lo eterno. Dostoievski escribió: «La belleza salvará al mundo». Pero nosotros no identificamos la belleza con la «guapura», con lo «atractivo», con lo «placentero»… En realidad, la belleza no es para nosotros una mera experiencia estética. El concepto pleno y consumado de belleza se identifica con la  «santidad».
 
5.      Tercera herida: EL SÍNDROME DE DESCONFIANZA
          Descripción. Este síndrome presupone una ‘inseguridad en uno mismo’, acompañado de una notable dificultad para confiar en los otros y en Dios. Los jóvenes tienen la sensación de no pisar suelo firme y les asusta el futuro. Muchos jóvenes viven aislados en su Twitter o en su Facebook. La soledad es uno de los grandes dramas de nuestro tiempo; y difícilmente podrá ser paliada por la comunicación en las redes sociales, en numerosas ocasiones en el anonimato, a través de un ‘nick’ falso o inidentificable.
           Causas. La constatación del egoísmo que nos rodea lleva a replegarse en uno mismo y hace nacer  una desconfianza generalizada hacia el prójimo, y hasta hacia Dios mismo. Uno de los fenómenos más determinantes en la extensión de esta desconfianza ha sido el divorcio y la falta de estabilidad familiar. Cuando un niño o un adolescente  escucha a sus padres discutir, faltándose al respeto, llega a dudar sobre si su familia continuará unida al día siguiente o si se separarán cualquier día. La crisis de autoridad y la ausencia de referentes morales dificultan el desarrollo de  la confianza en Dios. Las traiciones en las amistades, así como las infidelidades en las relaciones amorosas, suelen provocar decepción y desconfianza hacia todos y hacia todo. Se llega a desconfiar de la vida en sí misma, e incluso de Dios, autor de la vida.
            Consecuencias. Son muchas  serias: erosión de las relaciones sociales, aislamiento personal, suspicacias e hipersensibilidades… La misma experiencia religiosa puede verse seriamente comprometida por el síndrome de desconfianza. Al que desconfía de todos, le cuesta mucho confiar en Dios. A los jóvenes de ahora, las experiencias decepcionantes en esta vida no les llevan a refugiarse en Dios.
 
            6. CURACIÓN DE LA HERIDA DE LA DESCONFIANZA
                      A.- Experiencia de comunión en el seno de la Iglesia: confiar en los jóvenes, sin asustarse de los riesgos. Cuando un joven comprueba que nos fiamos de él, que poco a poco vamos delegando en él pequeñas responsabilidades, que lo sentimos como miembro vivo de la Iglesia y no como mero cliente de ella, empieza a superar su tendencia a la desconfianza. Si quieres que alguien confíe en Dios, empieza tú por confiar en él. Al joven no podemos transmitirle la imagen de que le queremos interesadamente: exclusivamente para darle un sacramento. ¡No!, le queremos a él, nos interesa él, su vida, sus inquietudes, sus problemas… Y de ahí se deriva, obviamente, nuestro deseo de llevarle a Cristo. Como decía San Juan Bosco: «Amad aquello que aman los jóvenes, y ellos aprenderán a amar lo que vosotros queréis que amen».
                   B.- Evangelio de la confianza y del abandono: El Evangelio de Jesucristo es el Evangelio de la confianza: Pedro camina sobre las aguas, Jesús nos invita a fijarnos en el cuidado amoroso que Dios tiene de los lirios del campo, la tempestad calmada, etc. Para aprender a confiar hay que  de afrontar los propios miedos, mirarlos a los ojos, y comprobar qe, unidos a Cristo, los miedos se disipan como la nieve al sol. Así nos enseña San Pablo a sanar el síndrome de la desconfianza: «Después de esto, ¿qué diremos? Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, que murió, más todavía resucitó, y está a la derecha de Dios, y que además intercede por nosotros? ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?; como está escrito: Por tu causa nos degüellan cada día, nos tratan como a ovejas de matanza. Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor»… ¿A qué temeremos? ¿A la oscuridad? –Cristo es nuestra luz ¿A la soledad? –Cristo es compañero de camino ¿A la pobreza? –Cristo es nuestro tesoro ¿A la burla? –Cristo es nuestra honra ¿A la propia incapacidad? –El Espíritu Santo es dador de toda gracia ¿A la enfermedad o a la muerte? –Cristo es la Resurrección y la Vida.
              La escuela para confiar en el Padre es la vida de Jesucristo: Es verdad que a veces la vida resulta opaca más que transparente; pero hemos aprendido de Cristo, que dijo en la cruz «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»; a decir con Él, «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu».
            Como he dicho al comienzo, no dudemos de que la emergencia afectiva que padece esta generación, nos ofrece una oportunidad única para recordar a todos los jóvenes que «Dios es amor», que hemos sido creados en una vocación a la comunión de amor, y que necesitamos descubrir la eterna novedad del Evangelio de Cristo para alcanzar nuestra plenitud.

DOMINGO 25 DE NOVIEMBRE, 2012, JESUCRISTO REY

              Mientras miraba, en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él. Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin. Daniel describe en esta visión oscura y nebulosa la investidura real del Hijo por parte del Padre, un acontecimiento eterno, previo a la creación y a la redención. Los profetas suelen ver fundidos en uno los diversos planos temporales, sin perspectiva. Por eso en este pasaje podemos ver  descrita la segunda venida de Cristo, que usó estas palabras de Daniel al responder a Caifás: “Veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo”. Así introduce la liturgia de la Palabra la fiesta de Jesucristo, Rey del universo. El final del año litúrgico sirve para anunciar el último acto de la historia: la venida triunfal de Jesucristo.

             En aquel tiempo, dijo Pilato a Jesús: -“¿Eres tú el rey de los judíos?” Jesús le contestó: -“¿Dices esto por tu cuenta  o te lo han dicho otros de mí?” Aunque el sanedrín había condenado a Jesús a muerte por blasfemo pues con las palabras de la visión de Daniel se proclamó Hijo del Altísimo, la acusación que los judíos presentaron ante el procurador romano fue: “Hemos encontrado a éste sublevando a nuestro pueblo y prohibiendo pagar tributo al César, y dice que él es Cristo Rey” De ahí la pregunta con que Jesús responde a la investigación de Pilato.

           Pilato replicó: -“¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?” Jesús le contestó: -“Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.”  Pilato le dijo: -“Con que, ¿tú eres rey?” Jesús le contestó: - “Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.” Atado, humillado por las huellas del maltrato de la noche anterior en casa de Caifás, acusado de delitos gravísimos, a punto de ser clavado en la cruz, Jesús habla con claridad de su identidad, proclama la verdad: Soy rey. Jesús, tu reino no es de este mundo porque no has venido a dominar, sino a salvar. Dios es amor infinito, Dios es el Padre que entrega a su único Hijo a la muerte para liberarnos a nosotros, criaturas suyas, del poder del demonio, del pecado y de la muerte.  Esta es la verdad que anuncias con tu muerte en la Cruz. Aquí tu palabra  toma un lenguaje que todos pueden entender. Reina, Jesús, en mi vida, sé tu mi Rey y mi Amor. Que escuche siempre esa canción de amor que sale de tu Cruz. Y que te siga.

          Jesucristo es aquel que nos amó, nos ha librado de nuestros pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre. A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén. Reino de sacerdotes porque Jesús nos ha obtenido con su sacrificio una nueva relación con Dios. Por el Bautismo, somos hijos en el Hijo, Sacerdote eterno y podemos convertir nuestra vida en una ofrenda, que en la Misa unimos a la única ofrenda de Jesús en el Calvario. Así podremos ayudar a los demás a escuchar su Palabra de amor en la Cruz.  

 
         Mirad: El viene en las nubes. Todo ojo lo verá; también los que lo atravesaron. Todos los pueblos de la tierra se darán golpes de pecho por él.  La Apocalipsis  relee a  Daniel, y nos invita a convertirnos, porque nuestros pecados siguen atravesando el corazón de Jesús.