domingo, 16 de diciembre de 2012

DOMINGO 16 DE DICIEMBRE, 2012

             Alégrate, hija de Sión, grita de gozo, Israel, regocíjate y disfruta con todo tu ser, hija de Jerusalén. Con la primera palabra de este pasaje de Sofonías, Alégrate, saludó el arcángel Gabriel a María. Y  hoy –cerca de la Navidad- lo leemos como la profecía de la llegada del Salvador y  encontramos ahí descrito el motivo de nuestro gozo: El Señor ha revocado tu sentencia, ha expulsado a tu enemigo. El rey de Israel, el Señor, está en medio de ti, no temas mal alguno. La presencia de Dios en medio de su pueblo se manifestaba a través de los profetas y de sus intervenciones para proteger a Israel. Pero ahora la expresión: “el Señor está en medio de ti” quiere decir otra cosa: Dios se ha hecho hombre. Al encarnarse en María, está verdaderamente en medio de nosotros, es uno de nosotros. Jesús, que no me acostumbre a este prodigio, que no deje de asombrarme a ver hecho niño a mi Creador, mi Dueño y mi Señor. El Señor tu Dios está en medio de ti, valiente y salvador; se alegra y goza contigo, te renueva con su amor; exulta y se alegra contigo como en día de fiesta. Nuestro gozo se apoya en el gozo de Dios.

           Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca. Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y en la súplica, con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios que supera todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. Este Señor que está cerca de nosotros es Jesús resucitado. La palabra griega que traducimos como mesura “epieikes” significa clemencia, capacidad de ceder, de mostrarse amable, tolerante, acogedor. Se podría traducir también como “gentileza”, una virtud que convendría redescubrir porque es como bálsamo para las relaciones humanas. Para que nada nos preocupe hemos de poner nuestra confianza en Dios, dejar en sus manos nuestros problemas. El fruto de abandonar en Dios nuestras preocupaciones es la paz, no la superficial, sino la que sale de Dios, rey de paz y llega a nosotros en Jesucristo.

               La gente preguntaba a Juan Bautista: “Entonces, ¿qué debemos hacer?”. Él contestaba: “El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo”. Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron: “Maestro, ¿qué debemos hacer nosotros? “. Él les contestó: “No exijáis más de lo establecido”. Unos soldados igualmente le preguntaban: “Y nosotros, ¿qué debemos hacer?” Él les contestó: “No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga”. La conversión interior, el cambio de corazón que predica Juan para acoger el reino de Dios que trae Jesús, ha de manifestarse también con acciones concretas, la primera, compartir solidariamente los propios bienes con el prójimo quo no tiene para vestirse y alimentarse. Las otras dos concreciones –vivir la justicia al recaudar impuestos y ejercer la autoridad con moderación- son también de mucha actualidad.

              Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Lo que Juan pide a sus oyentes está en la línea de lo que enseñaban los profetas del Antiguo Testamento. Por eso él no debe ser confundido con el Mesías que ha de venir. Este Salvador, ante quien el Bautista se humilla, trae un instrumento de purificación totalmente distinto: el Espíritu Santo, que nos mostrará nuestros pecados desde Dios y que puede quemarlos con su fuego.

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