miércoles, 19 de diciembre de 2012

DOMINGO 23 DE DICIEMBRE, 2012

             En aquellos mismos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel de Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!”¿Quién soy para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor, se cumplirá.” Hasta ahora ha sido Juan el Bautista quien nos ha guiado en estos domingos de Adviento para prepararnos a la venida del Salvador. Hoy, ya cercano el Nacimiento de Jesús, el Bautista cede su puesto a María, madre del Dios hecho hombre.

            María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña. La impulsa su Hijo, el Verbo de Dios que se ha puesto en camino para venir  a este mundo. María es ahora Sagrario de Dios, Custodia que encierra al que viene a dar su vida para salvarnos. El Espíritu Santo acaba de posarse en ella para hacerla Madre de Dios. Lleva en sus entrañas a su Creador, al Eterno, al Todopoderoso. Ella es el centro del universo. ¡Tiene tantos motivos para gozar a solas con ese Dios que ha comenzado a crecer como hombre en sus entrañas! Pero no lo hace. En su mente resuenan las últimas palabras del arcángel: tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril. María no piensa en ella, sino en su prima, mayor, embarazada de seis meses, sin ayuda para llevar la casa. Ayn Karim, donde vive Isabel está a 130 kilómetros de Nazaret. Son cuatro o cinco días de camino. María tiene prisa. El Amor que lleva dentro la urge. Señora y reina mía, contágiame tu prontitud para detectar las necesidades de los demás,  tu olvido de ti misma, tu alegría de servir.
          “¡Bendita tú entre las mujeres!” Dios crea a los seres vivos y los bendice: por eso crecen y se multiplican. Crea a Adán y Eva y los bendice: “Sed fecundos y multiplicaos”. A María la llamamos “bendita entre las mujeres” porque en ella la fertilidad alcanza su plenitud ya que da a luz al mismo Autor de la vida.  Llamémosla así muchas veces, “bendita entre las mujeres”.

           ¡Bendito el fruto de tu vientre!” Jesús es el Bendito por antonomasia, es Dios hecho hombre. Su Espíritu es quien hace saltar de alegría a Juan dentro del seno de su madre, y quien revela a Isabel que María lleva a Dios recién encarnado en sus entrañas. A la Virgen le agradará que estos días previos a la celebración del Nacimiento de su Hijo, la alabemos con estas palabras de Isabel: “María, ¡Bendito el fruto de tu vientre!”
           “Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor, se cumplirá.” Los teólogos distinguen entre la maternidad corporal de María -el proceso fisiológico que da lugar a la venida visible del Verbo al mundo- y su maternidad espiritual, con la que atrae hacia ella a Dios por su fe y su humildad. La fe es hacer propios los planes divinos: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra. Así entra María en sintonía con el Verbo: Cuando Cristo entró en el mundo dijo: “Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro”: “Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad”. El cuerpo que prepara Dios a su Hijo, sacado de María, será ofrecido por Jesús en la Cruz  para nuestra salvación en obediencia amorosa e incondicional a su Padre. Belén mira al calvario, el pesebre se hace cruz. Jesús, haz de mi vida una ofrenda agradable a tus ojos, unida a Ti en la Misa.

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