María
se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña. La impulsa su
Hijo, el Verbo de Dios que se ha puesto en camino para venir a este mundo. María es ahora Sagrario de
Dios, Custodia que encierra al que viene a dar su vida para salvarnos. El
Espíritu Santo acaba de posarse en ella para hacerla Madre de Dios. Lleva en
sus entrañas a su Creador, al Eterno, al Todopoderoso. Ella es el centro del
universo. ¡Tiene tantos motivos para gozar a solas con ese Dios que ha
comenzado a crecer como hombre en sus entrañas! Pero no lo hace. En su mente
resuenan las últimas palabras del arcángel: tu pariente Isabel ha concebido
un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril. María
no piensa en ella, sino en su prima, mayor, embarazada de seis meses, sin ayuda
para llevar la casa. Ayn Karim, donde vive Isabel está a 130 kilómetros de
Nazaret. Son cuatro o cinco días de camino. María tiene prisa. El Amor que
lleva dentro la urge. Señora y reina mía, contágiame tu prontitud para detectar
las necesidades de los demás, tu olvido
de ti misma, tu alegría de servir.
“¡Bendita
tú entre las mujeres!” Dios crea a los seres vivos y los bendice: por eso
crecen y se multiplican. Crea a Adán y Eva y los bendice: “Sed fecundos y multiplicaos”.
A María la llamamos “bendita entre las mujeres” porque en ella la fertilidad
alcanza su plenitud ya que da a luz al mismo Autor de la vida. Llamémosla así muchas veces, “bendita
entre las mujeres”.
“¡Bendito
el fruto de tu vientre!” Jesús es el Bendito por antonomasia, es Dios hecho
hombre. Su Espíritu es quien hace saltar de alegría a Juan dentro del seno de
su madre, y quien revela a Isabel que María lleva a Dios recién encarnado en
sus entrañas. A la Virgen le agradará que estos días previos a la celebración
del Nacimiento de su Hijo, la alabemos con estas palabras de Isabel: “María,
¡Bendito el fruto de tu vientre!”
“Bienaventurada
la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor, se cumplirá.” Los teólogos
distinguen entre la maternidad corporal de María -el proceso fisiológico que da
lugar a la venida visible del Verbo al mundo- y su maternidad espiritual, con
la que atrae hacia ella a Dios por su fe y su humildad. La fe es hacer propios
los planes divinos: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu
palabra. Así entra María en sintonía con el Verbo: Cuando Cristo entró
en el mundo dijo: “Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado
un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije lo
que está escrito en el libro”: “Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad”.
El cuerpo que prepara Dios a su Hijo, sacado de María, será ofrecido por Jesús
en la Cruz para nuestra salvación en
obediencia amorosa e incondicional a su Padre. Belén mira al calvario, el
pesebre se hace cruz. Jesús, haz de mi vida una ofrenda agradable a tus ojos,
unida a Ti en la Misa.
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