jueves, 17 de enero de 2013

DOMINGO 20 DE ENERO, 2013

             A los tres días, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. La clave para entender el sentido profundo del primer milagro de Jesús –que contemplamos  en el segundo de los “misterios luminosos” del Rosario- nos la da el final del relato: este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él. Para el evangelista Juan,  la “gloria de Jesús” es su “levantamiento” en la Cruz unido a su  “exaltación” al resucitar.  Por tanto, el episodio de Caná no es sólo una manera de ayudar a unos recién casados, sino el primero de los “signos” la primera señal de que “el esposo” –como el Bautista llama a Jesús-  aquel que viene a restaurar la alianza esponsal de Dios con su pueblo, ya está aquí. Por eso Juan: “y sus discípulos creyeron en él”.
            La primera lectura nos ayuda a entender mejor el evangelio. Por amor a Sion no callaré, por amor a Jerusalén no descansaré, hasta que rompa la aurora de su justicia, y su salvación llamee como antorcha. Isaías muestra el proyecto de  Dios: establecer una alianza definitiva con Jerusalén, capital y figura de su pueblo. Ya no te llamarán “Abandonada”, ni a tu tierra “Devastada”; a ti te llamarán “Mi predilecta”, y a tu tierra “Desposada”, porque el Señor te prefiere a ti, y tu tierra tendrá un esposo. (…) Como se regocija el marido con su esposa, se regocija tu Dios contigo. La boda se convierte en símbolo de la alianza de Dios con su pueblo para salvar el mundo. Toda la historia de Israel es una preparación para esta boda de Dios con la humanidad. Pero no se realiza porque falta el vino.
          Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice: “No tienen vino”. Jesús le dice: “Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora. El vino que faltaba para que Dios pudiese tomar como esposa a su Iglesia es el amor con el que Jesús  entrega su vida en la Cruz. La “hora de Jesús” en San Juan es la hora de la Cruz, donde ya está como semilla, la resurrección. Jesús llama a su madre ”Mujer”, como  en la Cruz, nombre que evoca al de la primera mujer. A María, nueva “Eva”, “fruto” precioso de Israel,  la quiere Jesús junto a Él en las “bodas del Cordero”, en el Calvario.
            Su madre dice a los sirvientes: “Haced lo que él os diga”. Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les dice: “Llenad las tinajas de agua” Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dice: “Sacad ahora y llevadlo al mayordomo”. Ellos se lo llevaron. Los sirvientes representan a los discípulos de Jesús, los de entonces y los de ahora. María, la madre de Jesús, sigue diciéndonos a cada uno: “Escucha a mi Hijo y haz lo que Él te diga”.
           El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían pues habían sacado el agua) y entonces llamó al esposo y le dijo: “Todo el mundo pone primero el vino bueno, y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora. Nadie sabía entonces de dónde venía ese vino tan bueno y abundante. Lo descubrieron en la Última Cena, cuando Jesús tomó la copa de vino y dijo: “Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre”. Caná, por tanto, anuncia el misterio de la pasión y resurrección de Cristo, actualizado en cada Eucaristía, en la que el vino se convierte en la “sangre derramada” que trae la vida y la alegría de Dios a nuestro mundo. Y la madre de Jesús estaba allí. Ahora, en cada Misa, dice a su Hijo: No tienen vino.

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