La
primera lectura nos ayuda a entender mejor el evangelio. Por amor a Sion no
callaré, por amor a Jerusalén no descansaré, hasta que rompa la aurora de su
justicia, y su salvación llamee como antorcha. Isaías muestra el proyecto
de Dios: establecer una alianza
definitiva con Jerusalén, capital y figura de su pueblo. Ya no te llamarán
“Abandonada”, ni a tu tierra “Devastada”; a ti te llamarán “Mi predilecta”, y a
tu tierra “Desposada”, porque el Señor te prefiere a ti, y tu tierra tendrá un
esposo. (…) Como se regocija el marido con su esposa, se regocija tu
Dios contigo. La boda se convierte en símbolo de la alianza de Dios con su
pueblo para salvar el mundo. Toda la historia de Israel es una preparación para
esta boda de Dios con la humanidad. Pero no se realiza porque falta el vino.
Faltó
el vino, y la madre de Jesús le dice: “No tienen vino”. Jesús le dice: “Mujer,
¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora. El vino que
faltaba para que Dios pudiese tomar como esposa a su Iglesia es el amor con el
que Jesús entrega su vida en la Cruz. La
“hora de Jesús” en San Juan es la hora de la Cruz, donde ya está como semilla,
la resurrección. Jesús llama a su madre ”Mujer”, como en la Cruz, nombre que evoca al de la primera
mujer. A María, nueva “Eva”, “fruto” precioso de Israel, la quiere Jesús junto a Él en las “bodas del
Cordero”, en el Calvario.
Su
madre dice a los sirvientes: “Haced lo que él os diga”. Había allí
colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de
unos cien litros cada una. Jesús les dice: “Llenad las tinajas de agua” Y las
llenaron hasta arriba. Entonces les dice: “Sacad ahora y llevadlo al mayordomo”.
Ellos se lo llevaron. Los sirvientes representan a los discípulos de Jesús,
los de entonces y los de ahora. María, la madre de Jesús, sigue diciéndonos a
cada uno: “Escucha a mi Hijo y haz lo que Él te diga”.
El mayordomo probó el agua convertida en
vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían pues habían sacado
el agua) y entonces llamó al esposo y le dijo: “Todo el mundo pone primero el
vino bueno, y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el
vino bueno hasta ahora. Nadie sabía entonces de dónde venía ese vino tan
bueno y abundante. Lo descubrieron en la Última Cena, cuando Jesús tomó la copa
de vino y dijo: “Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre”. Caná, por
tanto, anuncia el misterio de la pasión y resurrección de Cristo, actualizado
en cada Eucaristía, en la que el vino se convierte en la “sangre derramada” que
trae la vida y la alegría de Dios a nuestro mundo. Y la madre de Jesús
estaba allí. Ahora, en cada Misa, dice a su Hijo: No tienen vino.
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