sábado, 11 de mayo de 2013

LA PANCARTA


                   En una manifestación en Lalín contra el proyecto de ley del ministro Wert se exhibió una pancarta maravillosa por lo que decía y por cómo lo decía. Era apenas una cartulina amarilla tamaño A3, manuscrita, que una chica levantaba sobre su cabeza: «Queremos una educación que forme PERSONAS no TÉCNICOS EN MANTENIMIENTO de este SISTEMA». Firmaría con entusiasmo debajo de esa frase. Comparto todos sus subrayados y todas sus mayúsculas, sin excepción ni matices. Cualquier modelo educativo avanzado debería proponerse semejante objetivo, pero…
                  También firmaría esa pancarta contra la vigente ley de educación y contra la anterior, forjadoras ambas de los técnicos en mantenimiento del sistema que padecemos, tan quebrado e inmoral. El medio más seguro de formar técnicos del sistema consiste en desconsiderar a los estudiantes como personas e intentar uniformarlos, convertirlos en clicks de Playmobil perfectamente intercambiables, indiferenciados, prescindibles (van incluso más allá de los famosos muñecos, porque los clicks, al menos, diferencian entre sexos). Se consigue excluyendo del proceso educativo a todo el que no esté de acuerdo con quien manda, de manera que el poder quede libre para moldear a capricho conciencias y espíritus, sin que ni siquiera los padres puedan decir o hacer nada, o muy poco, o a muy alto precio.
                  Y al final, en efecto, se logra criar un ganado tranquilo, que pasta manso en los centros comerciales mientras sueña con que es muy contestatario, revolucionario o liberal, porque se mueve en las lindes, señaladas ya en la infancia, de lo políticamente correcto. Ningún halcón capitalista sería capaz de inventar un modelo educativo más a propósito o conveniente para sus negocios, para el sistema.
 

Paco Sánchez, publicado en La Voz de Galicia, 11.mayo.2013

LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR, DOMINGO 12 DE MAYO, 2013



Los que se habían reunido, le preguntaron diciendo: “Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino a Israel?”. Jesús les dijo: “No os toca a vosotros conocer los tiempos o momentos  que el Padre ha establecido con su propia autoridad; en cambio, recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria y hasta el confín de la tierra” En estos momentos que preceden a la ascensión de Jesús al cielo, sus discípulos siguen anhelando que el Mesías restaure el reino de Israel. Jesús rechaza  la pregunta sobre el futuro, pues sus discípulos no deben hacer conjeturas sobre lo que sucederá, sino vivir el momento presente. Jesús les responde con una promesa y una tarea: les enviará el Espíritu Santo  para que sean sus testigos hasta los confines del mundo. Esa promesa y esa tarea son actuales. Por medio de la Iglesia, Jesús no cesa de enviarnos su Espíritu en los sacramentos para que en este momento de la historia sus discípulos anunciemos a Jesús con nuestra vida y nuestra palabra.
 
            Dicho esto, a la vista de ellos, fue levantado al cielo, hasta que una nube se lo quitó de la vista. La nube no significa aquí un viaje hacia las estrellas, un recorrido cósmico-geográfico, sino un entrar en el misterio de Dios, pues cuando aparece la nube en la Escritura –por ejemplo en la Transfiguración, o durante la peregrinación por el desierto como guía y sobre la tienda sagrada- es para expresar la cercanía de Dios. Jesús no va a ningún astro lejano, sino que entra en la comunión de vida y poder con Dios. Por eso su marcha a Dios le permite estar junto a nosotros, conforme nos había prometido: “Me voy y vuelvo a vuestro lado” (Jn, 14,28). Se va para poder estar más cerca de nosotros en cualquier tiempo y lugar donde nos encontremos. Este “Cristo junto al Padre” nos abre la senda hacia Dios y espera que le busquemos para morar en cada uno y guiarnos hasta el Padre.
 
            Cuando miraban fijos al cielo, mientras él se iba marchando, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: “Galileos, ¿qué hacéis aquí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá como le habéis visto marcharse al cielo”. La Ascensión no sólo es el fundamento de la esperanza de volvernos a reunir con Jesucristo resucitado, sino un estímulo para trabajar en la transformación del mundo según el plan de Dios. Ahora no es  momento para quedarnos parados mirando al cielo, sino para preparar esta tierra para la segunda venida de Jesús llevando a cabo la tarea que nos confió cuando salió de este mundo.
Y les dijo: «Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día  y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto. Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros la promesa de mi Padre; vosotros, por vuestra parte, quedaos en la ciudad hasta que os revistáis de la fuerza que viene de lo alto». La conversión y el perdón de los pecados que los apóstoles, sus sucesores y todos los cristianos hemos de anunciar y ofrecer en nombre del Señor, son fruto de la Pasión,  Muerte y Resurrección del Señor. Pero Jesús no nos deja solos en esa tarea. Dentro de pocos días va a cumplir la promesa suya y del Padre: traernos el gran Don del Espíritu Santo, que nos atrae hacia Jesucristo dándonos la fuerza para ayudar a los demás a encontrarle, siendo testigos del amor de Cristo.
           
Y los sacó hasta cerca de Betania y, levantando sus manos, los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos, y fue llevado hacia el cielo.  Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios. Bendecir con las manos levantadas sobre el pueblo es lo que hacía el sumo sacerdote de Israel después del sacrificio solemne. Con este gesto, Jesús, verdadero Sumo sacerdote, propaga en la Iglesia la gracia conseguida por su sacrificio en la Cruz entre todos los hombres de todos los tiempos. Se va, pero sus manos quedan sobre nuestras vidas, bendiciendo, perdonando, enviándonos su Espíritu.  Por eso sus discípulos y nosotros estamos llenos de alegría. Jesús se ha quedado, no nos ha dejado huérfanos.
                                  


sábado, 4 de mayo de 2013

DOMINGO 5 DE MAYO, 2013


               En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. Amamos a Jesús cuando dejamos que sus enseñanzas se hagan vida en nosotros, sobre todo su “mandamiento nuevo”: que nos amemos unos a otros como Él nos amó. Al vivir así, el Padre reconoce en cada uno de nosotros a su Hijo y nos ama como ama a su Hijo, entregándonos su Espíritu. La Trinidad Santísima se aloja entonces en nuestro corazón, somos templos de Dios. La comunión eucarística refuerza este habitar de Dios Uno y Trino en nuestras almas. Gracias, Jesús, por esta promesa tuya que supera nuestra imaginación.
 
             Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado,  pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho. El Espíritu Santo ayuda a interiorizar la enseñanza de Jesús, a comprenderla y a convertirla en vida, en caridad. El Espíritu Santo despierta el gusto y el deseo de las realidades que Jesucristo nos ofrece: la fe hecha vida de unión con Él a través de todas las circunstancias, también las dolorosas. El Espíritu Santo nos da la escucha dócil, la “obediencia de la fe” a la voz de Jesús. Nos consuela porque con sus dones nos permite vivir metidos en Dios.
 
            La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde. La paz de Cristo es un don interior. No es la ausencia de conflictos exteriores, sino una armonía que es fruto de nuestro abandono en Dios, al que vemos siempre como un Padre amoroso. Es una paz duradera, no frágil como la mundana. Esta paz es la única que puede calmar nuestro corazón y hacerlo valiente para afrontar las circunstancias más difíciles.
 
            En la primera lectura vemos actuar al Espíritu Santo que ilumina a los apóstoles en el concilio de Jerusalén para que la Iglesia apostólica recupere la paz, enturbiada por los problemas de convivencia entre algunos cristianos procedentes del judaísmo que querían obligar a los bautizados no judíos a observar las prescripciones rituales –circuncisión, no comer carne de cerdo, etc.- que venían de Moisés. Entonces los apóstoles y los presbíteros con toda la Iglesia acordaron elegir a algunos de ellos para mandarlos a Antioquía con Pablo y Bernabé. Eligieron a Judas llamado Barsabás y a Silas, miembros eminentes entre los hermanos,  y enviaron por medio de ellos esta carta: (…) Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables: que os abstengáis de carne sacrificada a los ídolos, de sangre, de animales estrangulados y de uniones ilegítimas. Haréis bien en apartaros de todo esto. Saludos». Conseguir una convivencia pacífica exigía renuncias por ambas partes y las deliberaciones de los apóstoles y, sobre todo, su oración, condujeron a esas conclusiones en  que se pedía a los cristianos provenientes del judaísmo no imponer a los otros sus costumbres y a los procedentes del paganismo restringir su libertad para tomar todo tipo de alimentos y no casarse entre parientes.
 
                Y me llevó en Espíritu a un monte grande y elevado, y me mostró la ciudad santa de Jerusalén que descendía del cielo, de parte de Dios, y tenía la gloria de Dios; su resplandor era semejante a una piedra muy preciosa, como piedra de jaspe cristalino.  Tenía una muralla grande y elevada, tenía doce puertas y sobre las puertas doce ángeles y nombres grabados que son las doce tribus de Israel.(…) Y en ella no vi santuario, pues el Señor, Dios todopoderoso es su santuario y también el Cordero.  Y la ciudad no necesita del sol ni de la luna que la alumbre, pues la gloria del Señor la ilumina, y su lámpara es el Cordero. En esta ciudad “santa” está representado el proyecto de Dios para su Iglesia y para toda la humanidad. La vida de esta ciudad está en estrecha relación con Jesús, el Cordero de Dios, degollado y resucitado. Nuestra vida de cristianos en la Iglesia, con la Trinidad habitando en nuestra alma, es un anticipo de la felicidad futura que nos espera en la Jerusalén celestial.
                                    

DOMINGO 28 DE ABRIL, 2013


Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: “Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará”. La gloria de Dios y, por tanto, también la de Jesús, es la gloria de amar. La glorificación de Jesús comienza cuando inicia su Pasión. En ella, movido por un amor inmenso, lleva a cabo voluntariamente el plan de su Padre que nos entrega a su Hijo para que dé la vida por nosotros. En el amor con que Jesús se abraza a la Cruz está la semilla de su resurrecc
ión. El misterio Pascual aúna la Pasión, la Muerte y la Resurrección de Jesús.
 
             Hijitos, me queda poco de estar con vosotros. (…) Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros» Jesús quiere prolongar de un modo nuevo su presencia en el mundo después de su partida al Padre por la muerte en la Cruz. Se queda en la Eucaristía, en su Palabra, custodiada por la Iglesia en  la Sagrada Escritura, y en el amor con que los suyos debemos amar, que es el mismo amor con que Jesús nos ama. Este mandamiento, resumen y culminación de la Ley de Cristo, es nuevo porque su referencia es la misma persona de Jesús y especialmente la entrega amorosa de su vida en la Cruz. Jesús, ¿me identifican como discípulo tuyo por mi modo de querer? ¿Está en mí tu amor generoso, sin límites, universal, capaz de transformar las circunstancias negativas y los obstáculos en ocasión de servir y entregar mi vida a los demás por Ti? Porque tú transformaste la peor situación –rechazado, escarnecido, abandonado, condenado, ajusticiado- en oportunidad de ofrecernos el amor más grande.
 
              Pablo y Bernabé, después de predicar el Evangelio en aquella ciudad y de ganar bastantes discípulos, volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquía, animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios. Pablo ha experimentado que para amar como Jesús hay que pasar por muchas tribulaciones, como el Señor le había revelado a Ananías refiriéndose a Pablo:”Yo le mostraré lo que tiene que sufrir por mi nombre”. Realmente amar como Jesús nos supera. Tenemos en nosotros muchas tendencias que se oponen al amor y provocan divisiones, resentimientos, rencores, odios… Pero Jesús no nos ha dejado solos. La fuerza para amar como Él nos la ofrece en la Eucaristía. Cuando recibimos a Jesús, entra en nosotros su corazón repleto de amor-entrega. Por eso, contigo dentro, Jesús, nosotros podemos decir como Santiago y Juan: “Podemos”.
 
              Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe.  Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén que descendía del cielo, de parte de Dios, preparada como una esposa que se ha adornado para su esposo.  Y oí una gran voz desde el trono que decía: «He aquí la morada de Dios entre los hombres, y morará entre ellos, y ellos serán su pueblo, y el “Dios con ellos” será su Dios».  Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor, porque lo primero ha desaparecido.  Y dijo el que está sentado en el trono: «Mira, hago nuevas todas las cosas». Esta renovación de cielos y tierra es el resultado final de la resurrección de Jesús. Con ella comienza una cadena de transformaciones que culminará en esta escena de la Apocalipsis. Nosotros ahora estamos inmensos en este proceso de “renovación” de todas las cosas. Viviendo el “mandamiento nuevo” colaboramos con Dios a preparar este mundo nuevo  en el que Dios enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor, porque lo primero ha desaparecido. Vale la pena.
                                                                                                                    

domingo, 21 de abril de 2013

DOMINGO 21 DE ABRIL, 2013


             En aquel tiempo, dijo Jesús: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen,  y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Jesús nos habla, al final de la alegría del Buen Pastor, sobre las características de nuestra amistad con Él. Para que esa relación sea profunda, lo primero es escuchar su voz, la Palabra de Dios. Para seguir a Jesús hemos de meditar la Sagrada Escritura y, en particular, los Evangelios, corazón de la Biblia. Sin la lectura meditada de la Palabra de Dios, tal como nos la ofrece la Iglesia, nuestra relación con Jesús será superficial y apenas se reflejará en la vida.
           Mi Padre, que me las ha dado, es mayor que todo, y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno”. Nuestro acercamiento a Jesús realmente es iniciativa del Padre celestial, como dijo el Señor en otra ocasión: “Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado”. La fuerza de nuestro amor a Jesús está basada en la fe, la esperanza y el amor, en los sacramentos, dones de Dios.   El Buen Pastor nos conoce personalmente y nosotros, meditando su Palabra con las luces del Espíritu Santo, entramos en comunión con Jesús, Camino y Puerta para entrar en  Dios-Trinidad.
          Disuelta la asamblea sinagogal, muchos judíos y prosélitos adoradores de Dios siguieron a Pablo y Bernabé, que hablaban con ellos exhortándolos a perseverar fieles a la gracia de Dios.  El sábado siguiente, casi toda la ciudad acudió a oír la palabra del Señor.  Al ver el gentío, los judíos se llenaron de envidia y respondían con blasfemias a las palabras de Pablo.  Entonces Pablo y Bernabé dijeron con toda valentía: «Teníamos que anunciaros primero a vosotros la palabra de Dios; pero como la rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicamos a los gentiles.  Así nos lo ha mandado el Señor: Yo te he puesto como luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el confín de la tierra». Cuando los gentiles oyeron esto, se alegraron y alababan la palabra del Señor; y creyeron los que estaban destinados a la vida eterna. Muchos judíos escucharon y se adhirieron a Jesús cuando Pablo y Bernabé hablaron de Él en la sinagoga de Antioquía de Pisidia. Pero otros tuvieron celos porque pensaban que la salvación era exclusivamente para los judíos. Con esta actitud se cierran a amor universal del Padre, y por eso rechazan a Jesús.  
          Yo les doy la vida eterna, dice Jesús. No os consideráis dignos de la vida eterna, espeta Pablo a los judíos que rechazan a Jesús. La fe es semilla de vida eterna. Cuando recibimos los sacramentos, especialmente la Sagrada Eucaristía, la vida eterna,  vida de Dios, entra en nosotros. Después de esto vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos.  Y uno de los ancianos me dijo: «Estos que están vestidos con vestiduras blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido?». Yo le respondí: «Señor mío, tú lo sabrás». Él me respondió: «Estos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero. Los santos no han vivido una existencia perfecta, sin manchas, sin pecados, sino que se han dejado curar por el Buen Pastor: Porque el Cordero que está delante del trono los apacentará y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas. Jesús, Buen Pastor convertido en Cordero degollado y resucitado, danos el buen alimento de tu Palabra y guíanos en esta vida hacia Ti, única fuente de aguas vivas. Condúcenos al sacramento de la reconciliación cuando nos veamos manchados por nuestros pecados y faltas.

DOMINGO 14 DE ABRIL, 2013


             Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, apodado el Mellizo; Natanael, el de Caná de Galilea; los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.  Simón Pedro les dice: «Me voy a pescar». Ellos contestan: «Vamos también nosotros contigo». Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada.  Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.  Jesús les dice: «Muchachos, ¿tenéis pescado?». Ellos contestaron: «No».  Él les dice: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». La echaron, y no podían sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro: «Es el Señor». Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos doscientos codos, remolcando la red con los peces. Los apóstoles han vuelto a su trabajo habitual y Jesús se les aparece de una manera discreta. No les deslumbra con su gloria de resucitado sino que se inserta en su vida cotidiana de una forma natural. De hecho sólo Juan, con su intuición especial, le reconoce. Esto mismo pasa en nuestra vida. Sólo si tenemos los ojos y el corazón vigilantes, como Juan, reconocemos a Jesús presente, cercano y activo en nuestra vida de cada día.
           Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: «Traed de los peces que acabáis de coger». Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: «Vamos, almorzad». Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Jesús resucitado les ha preparado una comida que evoca la Eucaristía. También cada nos ofrece Jesús el pan de la Eucaristía sobre las brasas de su pasión y muerte. Y nos pide, como a esos apóstoles, que aportemos algo nuestro. Los apóstoles le llevan los peces que acaban de coger. Son conscientes de que esos pescados son don de Dios, pero ellos han cooperado, los han subido a la barca y los han arrastrado hasta la orilla donde está Jesús. Por eso aportan algo que es también suyo. Jesús nos pide reciprocidad en el amor. Él quiere ofrecerse en la Misa con todos sus miembros, que somos nosotros. Por eso hemos de contribuir con nuestros dones, nuestro trabajo, nuestros sacrificios, nuestra entrega a los demás.
            Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?». Él le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis corderos». Por segunda vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». Él le contesta: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Él le dice: «Pastorea mis ovejas». Por tercera vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?». Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez: « ¿Me quieres?» y le contestó: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas.  En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras». Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: «Sígueme» Las tres preguntas de Jesús son tres oportunidades para reparar las tres negaciones. Y son también una prueba para ver si ha aprendido la lección de la humildad. En la última Cena, Pedro lleno de seguridad se había puesto por encima de los demás al afirmar que aunque todos abandonasen a Jesús él no lo haría sino que daría la vida por su Maestro. Ahora no responde que le quiere más que los demás. Ya no  confía en sí mismo. Se apoya en Jesús. Por eso el Señor le confirma como Pastor de su Iglesia. Y le revela el don del martirio que le tiene reservado: una muerte con la que glorificará al Padre, por el mismo camino que Jesús. Por eso añade: «Sígueme». Y Pedro, con los demás apóstoles, pronto tuvieron ocasión de experimentar la  alegría se ser ultrajados al presentarse ante todos como testigos de Jesús resucitado. Todo esto –tanto las preguntas de Jesús, como su «Sígueme»,- es actual, nos afecta.
                                  

DOMINGO 7 DE ABRIL, 2013


            Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros».  Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. A Jesús resucitado ya no le detienen las puertas cerradas. Puede hacerse visible donde quiere y como quiere. Y la misma tarde del primer día de la semana, -desde entonces el “dies Domini”, el día del Señor, o domingo- viene a traer a los suyos el don que más necesitan en esos momentos de miedo e inquietud: la paz. En sus labios, el saludo tradicional de los judíos, -“shalom lajem”, paz a vosotros- trae a sus apóstoles la paz que tanto necesitan. Al mostrar sus manos y costado, les señala la fuente de la paz que les ha conquistado. Sus llagas son la prueba de hasta dónde llega el amor que Dios Padre les tiene. Y aunque habían abandonado a su Señor y Pedro le había negado, Jesús resucitado no les reprocha nada.
          Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. La alegría es el segundo don que nos trae Jesús en el tiempo de Pascua. El motivo de nuestra alegría es que Jesús ha vencido a la muerte, al demonio y al pecado con su resurrección.  Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».  Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.  El tercer regalo de Jesús resucitado es su fuerza para transformar el mundo anunciando y dando la salvación ganada por Jesús en la Cruz. Al perdonar los pecados, los apóstoles darán vida a las almas muertas por el pecado. Los primeros cristianos, como nosotros ahora, tenemos la experiencia de haber sido resucitados por el perdón divino. Y, al mismo tiempo, de haber sido instrumentos de Dios para vivificar a otros.
            Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».  A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros».  Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente». Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!».  Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto» Esta es nuestra bienaventuranza. Nuestra fe, donde de Dios acogido libremente, nos permite vivir ahora una relación profunda con Jesús resucitado.
           Por mano de los apóstoles se realizaban muchos signos y prodigios en medio del pueblo.(…) La gente sacaba los enfermos a las plazas, y los ponía en catres y camillas, para que, al pasar Pedro, su sombra, por lo menos, cayera sobre alguno.  Acudía incluso mucha gente de las ciudades cercanas a Jerusalén, llevando a enfermos y poseídos de espíritu inmundo, y todos eran curados. Jesús efectivamente hizo partícipes a los apóstoles y sus sucesores del poder de personar los pecados, pues estas curaciones espirituales son señal de  curaciones espirituales.
          «No temas; yo soy el Primero y el Último,  el Viviente; estuve muerto, pero ya ves: vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del abismo. Esta visión de Jesús resucitado  que Juan describe al comienzo de la Apocalipsis tiene lugar “en el día del Señor, el domingo. En la Eucaristía, Jesús resucitado se nos muestra como el Viviente con poder de resucitar a los muertos. Señor, aumenta mi fe, que viva de ella, que es vivir de Ti.

DOMINGO DE RAMOS, 24 MARZO, 2013


         Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba;  no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos. El Señor Dios me ayuda,  por eso no sentía los ultrajes;  por eso endurecí el rostro como pedernal,  sabiendo que no quedaría defraudado. Isaías destaca en este pasaje el carácter amorosamente voluntario de la pasión del “siervo del Señor” –figura de Jesucristo- y su confianza en la ayuda de Dios que le exaltará por su docilidad filial.
         Cristo Jesús, siendo de condición divina,  no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo  tomando la condición de esclavo,  hecho semejante a los hombres.  Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo,  hecho obediente hasta la muerte,  y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo  y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús  toda rodilla se doble  en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor,  para gloria de Dios Padre. Adán quiso hacerse igual a Dios;  por eso desobedeció a su Creador y, al hacerlo, dejó al demonio y al pecado enseñorearse de él y de su descendencia. Pero el inmenso  amor de Dios hacia los hombres delineó y puso en práctica el plan para rescatar a Adán de esa esclavitud  y devolverle su condición de hijo de Dios. Jesús, en su pasión, desanda el camino de Adán: cura la falsa exaltación de Adán descendiendo hasta hacerse uno de nosotros. Su Padre Dios exalta a la humanidad de Cristo resucitándolo para proclamarlo “Kyrios”, Señor. Nosotros meditamos la Pasión de Jesucristo a la luz de su victoria sobre el demonio, el pecado y la muerte, a la luz de su resurrección y divinización, al sentarse a la derecha del Padre.
         Y cuando llegó la hora, se sentó a la mesa y los apóstoles con él  y les dijo: «Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer,  porque os digo que ya no la volveré a comer hasta que se cumpla en el reino de Dios». Jesús afronta su pasión con un “deseo ardiente”, impulsado por su amor de fuego a su Padre y a nosotros, sus hermanos.  Y, tomando pan, después de pronunciar la acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía». Después de cenar, hizo lo mismo con el cáliz, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros. Ahora, movido por su amor, asume anticipadamente su pasión y su muerte y la transforma en una ofrenda voluntaria de su vida por nosotros.
         San Lucas narra la pasión de Jesús con una gran veneración y admiración por su Señor. Lo presenta con la disposición humilde del “siervo de Dios” que acepta con mansedumbre todos los sufrimientos y ayuda a los que le rodean a volver a Dios. Insiste en la inocencia de Jesús: «Me habéis traído a este hombre como agitador del pueblo; y resulta que yo lo he interrogado delante de vosotros y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas de que lo acusáis; pero tampoco Herodes, porque nos lo ha devuelto». En el relato de la agonía, insiste en la necesidad de “no caer en la tentación”. Cuando le arrestan, muestra su generosidad al curar la oreja de Malco, criado del sumo sacerdote. Evita describir los detalles más crueles y humillantes de la pasión: no usa el término “flagelar”, sino que pone en labios de Pilato la expresión: “le daré un escarmiento”. San Lucas no habla de la coronación de espinas ni de las humillaciones que sufrió Jesús a manos de la soldadesca de Pilato. Omite las declaraciones de los testigos falsos que le acusaron y resalta la respuesta de Jesús, llena de dignidad: «Si os lo digo, no lo vais a creer;  y si os pregunto, no me vais a responder. Pero, desde ahora, el Hijo del hombre estará sentado a la derecha del poder de Dios». Dijeron todos: «Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?». Él les dijo: «Vosotros lo decís, yo lo soy».
           Presenta a Jesús lleno de misericordia: mira a Pedro después de las tres negaciones para facilitarle la conversión; consuela a las hijas de Jerusalén, más preocupado por las desgracias que iban a venir sobre la ciudad que por sus propios sufrimientos; reza por los que le crucifican para que sean perdonados; promete al buen ladrón la felicidad eterna ese mismo día; cuenta los frutos inmediatos de la muerte de Cristo: El centurión, al ver lo ocurrido, daba gloria a Dios, diciendo: «Realmente, este hombre era justo». Toda la muchedumbre que había concurrido a este espectáculo, al ver las cosas que habían ocurrido, se volvía dándose golpes de pecho. En esta Semana Santa meditemos despacio la Pasión de Jesús, reviviéndola con María, como Ella la vivió, iluminada por su fe en la resurrección victoriosa de su Hijo.
                                  

lunes, 18 de marzo de 2013

FRANCISCO

                Parecía decir con su compostura «aquí me tenéis, ya podéis empezar a devorarme». Seguramente no pensaba eso, pero su actitud era la de un eccehomo ante la turba, no la de la plaza, sino la de los medios de comunicación que empezaban en ese justo momento a reproducir interminablemente su imagen, a vigilarlo, a desposeerlo de cualquier vida propia. Sin los atavíos de los que suelen revestir a los papas cuando aparecen por primera vez en la logia de las bendiciones de San Pedro, solo con la sotana blanca, parecía más desprotegido aún, los brazos caídos a los lados -ni recogidos en actitud de plegaria ni extendidos hacia la multitud-, con el semblante sereno, pero grave, la mirada quieta y esos setenta y seis años. A tal edad, la mayor parte de las personas llevan jubiladas una década o más y él empieza la etapa más exigente de su vida, casi una vida distinta, incluso con otro nombre. Al verle en la televisión con tal aire de desvalimiento, se me escapó un «¡Ay, pobre!».
 
                 Pero que nadie se engañe. Francisco es un papa que mandará mucho y sorprenderá a los comentaristas tempranos que se apresuran a clasificarlo y etiquetarlo, partiendo casi siempre de estereotipos equivocados de los jesuitas, olvidando que la Compañía de Jesús ha producido muchos más santos que papas. En esa muchedumbre de santos jesuitas deberían buscar indicios de cómo será el pontificado de Francisco, y en su nuevo nombre: una lectura de cualquiera de las muchas excelentes biografías de San Francisco podría ayudarles. La de Chesterton, por ejemplo, es muy breve y está al alcance de personas que comentan mucho y leen poco.


DOMINGO 17 DE MARZO, 2013

            Esto dice el Señor, que abrió camino en el mar  y una senda en las aguas impetuosas; que sacó a batalla carros y caballos,  la tropa y los héroes: caían para no levantarse,  se apagaron como mecha que se extingue.”No recordéis lo de antaño,  no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo;  ya está brotando, ¿no lo notáis? Abriré un camino en el desierto,  corrientes en el yermo”. Isaías anima a los judíos exiliados en Babilonia a no vivir de los recuerdos del pasado, sino a mirar hacia adelante porque Dios cumplirá su promesa con una “nueva creación”.
           Hermanos: todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo  y ser hallado en él, no con una justicia mía, la de la ley, sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe. La palabra “justicia” en S. Pablo significa la acción divina de salvarnos. Cristo le conquistó y lo transformó interiormente cuando se le apareció en el camino de Damasco. Antes de eso, Pablo se creía salvado porque era un celoso observante de la Ley. Pero Jesús le descubre la soberbia oculta detrás de ese creerse bueno e impecable por cumplir la Ley. Jesús se le presenta como el verdadero salvador, porque carga por amor con los pecados de todos. El alma de Pablo se ilumina con este descubrimiento: Dios nos salva  cuando nos abrimos a su acción interior por la fe en Jesucristo. Y con esta luz, todo lo anterior es basura, nada. Pablo es “otro”. Es la “nueva creación”.
           Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio,  le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio.  La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?».  Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».  E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.  Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno empezando por los más viejos. La actitud de los escribas y fariseos ante la mujer sorprendida en adulterio es de juicio y condena: aplican la Ley de Moisés. Pero Jesús mira a la mujer de otra manera. Él no ha venido al mundo para juzgar y condenar sino para salvar, para crear una vida nueva, un nuevo comienzo, una nueva creación. Por eso encuentra el modo de liberar a la mujer de la muerte por lapidación, sin contradecir la Ley de Moisés: “El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra”.
            Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?». Ella contestó: «Ninguno, Señor». Jesús dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más». En el segundo acto de este mini-drama sólo hay dos personas: Jesús y la mujer adúltera. Sólo Jesús podría tirar la primera piedra, porque es el único que no tiene culpa. Pero la libera del castigo merecido porque Él ha cargado con todas nuestras culpas. Sin embargo, Jesús no se contenta con liberarla de la lapidación, sino que le enseña el camino que lleva a la vida: “Anda, y en adelante no peques más”. Se ha cumplido la profecía de Isaías: en el desierto del pecado irrumpe la novedad: un río de misericordia que purifica y sana todo lo que encuentra haciendo nueva a toda criatura. “Anda” significa: vuelve a vivir, a esperar, vuelva a casa, recobra tu dignidad de mujer, anuncia a los hombres que no sólo existe la Ley, que existe también la gracia. Ya está aquí.

DOMINGO 10 DE MARZO, 2013

           Solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Ese acoge a los pecadores y come con ellos». Jesús les dijo esta parábola. «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”. El padre les repartió los bienes. La parábola del padre misericordioso y sus dos hijos está dirigida a los fariseos y escribas  que critican a Jesús. Para ellos un pecador siempre es y será un pecador y como tal ha de ser condenado y rechazado. Al mismo tiempo, con esta parábola Jesús nos revela el corazón de su Padre celestial y el suyo, en sintonía perfecta con su Padre. La herencia que Dios nos ha repartido es nuestra propia vida, nuestra libertad personal, aunque sabe que la vamos a usar mal.
         No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada. Recapacitando entonces, se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre.  Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti;  ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”.  Se levantó y vino a donde estaba su padre” Después de derrochar su herencia –su “sustancia”, es decir, su mismo ser que, al pecar, se deteriora- el hijo menor acaba perdiendo su dignidad: tiene que trabajar como criado, dedicarse a cuidar cerdos,   -animal inmundo para los judíos-, y al llegar la carestía comienza a padecer  hambre.
           Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.  Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Pero el padre dijo a sus criados: “Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”. Y empezaron a celebrar el banquete. Su padre le reconoce de lejos porque cada día subía a la loma cercana a la casa para ver si venía su hijo. El padre no le espera, sino que sale a por él, “echando a correr”. Al ver el estado en que se halla –flaco, desarrapado, sucio, casi irreconocible- el padre le abraza y le llena de besos, no le deja hablar. Así es nuestro Padre Dios. Ojalá mantuviésemos esta imagen de Dios en nuestro pensamiento constantemente. La mejor túnica y el anillo son expresiones de la dignidad de hijo del rey que su padre le devuelve. No le recrimina, no le castiga, sino que hace una fiesta.
            Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Este le contestó: “Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”. Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Entonces él respondió a su padre: “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”. Él le dijo: “Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo;  pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”».El hijo mayor se comporta de manera impecable pero no comprender la misericordia de su padre. Piensa que a su hermano habría que humillarle, y no hacer una fiesta en su honor. Él ni le considera ya hermano, le llama “ese hijo tuyo”. Después echa en cara a su padre que nunca le haya regalado un cabrito. Este hijo representa a los fariseos y letrados, y a todos los que ven la religión como un “cumplir unas obligaciones exteriores” y lo hacen, pero no tienen la relación filiar y gradecida con su padre que ahora tiene el hijo menor. Cumplen, pero no aman. Por eso no entienden la misericordia y la generosidad de nuestro Padre Dios. Jesús, ayúdanos a volver a ti una y otra vez como el hijo pequeño.

lunes, 4 de marzo de 2013

DOMINGO 3 DE MARZO, 2013

              Moisés pastoreaba el rebaño de su suegro Jetró, sacerdote de Madián. Llevó el rebaño trashumando por el desierto hasta llegar al Horeb, la montaña de Dios.  El ángel del Señor se le apareció en una llamarada entre las zarzas. Moisés se fijó: la zarza ardía sin consumirse. El fuego es símbolo de Dios, que es todo amor. No se consume porque es eterno. «Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob». Nuestro Dios busca establecer un relación personal con cada uno. “He visto la opresión de mi pueblo en Egipto y he oído sus quejas contra los opresores; conozco sus sufrimientos. He bajado a librarlo de los egipcios, a sacarlo de esta tierra, para llevarlo a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel” El Señor nos revela aquí su misericordia. El siempre nos mira y nuestros sufrimientos no le dejan indiferente, sino que actúa para librarnos de ellos. Si ellos me preguntan: “¿Cuál es su nombre?”, ¿qué les respondo?».  Dios dijo a Moisés: «“Yo soy el que soy”; esto dirás a los hijos de Israel: “Yo soy” me envía a vosotros» El nombre define a la persona. Dios no es abarcable, por eso su nombre está lleno de misterio. “Yo soy” quiere decir: “Yo soy el que se hace presente para liberaros”.

              Pues no quiero que ignoréis, hermanos, que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube y todos atravesaron el mar  y todos fueron bautizados en Moisés por la nube y por el mar;  y todos comieron el mismo alimento espiritual;  y todos bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que los seguía; y la roca era Cristo.  Pero la mayoría de ellos no agradaron a Dios, pues sus cuerpos quedaron tendidos en el desierto. Estas cosas sucedieron en figura para nosotros, para que no codiciemos el mal como lo codiciaron ellos. Estas palabras de San Pablo son una advertencia. La acción salvadora de Dios, siempre a nuestro lado, lleno de misericordia, sólo es eficaz si  nos abrimos a ella por la conversión. De la roca que es Cristo brota siempre agua viva. Nosotros accedemos a ella mediante la Eucaristía y la meditación de la Palabra de Dio.
            En aquel momento se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilatos con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús respondió: “¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos porque han padecido todo esto? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. O aquellos dieciocho sobre los que cayó la torre en Siloé y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén?  Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera»  Los judíos que rodean a Jesús razonaban así: “Las personas que perecieron ahí eran culpables y por eso fueron castigadas. Nosotros no somos culpables: por eso no seremos castigados”. Cada uno  puede pensar que la llamada de la Iglesia a la conversión personal en esta Cuaresma es para otros, no mí. Por eso Jesús advierte que la salvación que Él nos ganó en la Cruz llega a cada uno si nos convertimos. La conversión comienza por mirar a Aquel a quien traspasaron nuestros pecados. Meditemos despacio la Pasión del Señor, sigamos paso a paso sus dolores. Escuchemos sus palabras en la Cruz.

           Y les dijo esta parábola: «Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró.  Dijo entonces al viñador: “Ya ves, tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a perjudicar el terreno?”.  Pero el viñador respondió: “Señor, déjala todavía este año y mientras tanto yo cavaré alrededor y le echaré estiércol,  a ver si da fruto en adelante. Si no, la puedes cortar” La misericordia de Dios siempre deja al hombre un tiempo para la conversión. Año tras año, el Señor nos ofrece su gracia para cambiar de vida. Pero el tiempo no es ilimitado. No demoremos más nuestra vuelta a Dios.

 

DOMINGO 24 DE FEBRERO, 2013

             En aquel tiempo, Jesús toma consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, sube aparte con ellos solos a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Sólo S. Lucas menciona el motivo -subió a lo alto del monte para orar-  y da la clave para entender este acontecimiento: Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor.  Jesús conversa con su Padre, en una perfecta compenetración. Cuando Moisés bajó del monte Sinaí, donde le había hablado Dios, tenía radiante la piel de la cara, relata el Éxodo. Esa luz  que emanaba del rostro de Moisés venía de fuera. En el caso de Jesús, Él mismo es la Luz, es Dios Hijo, Luz de Luz, por eso su resplandor viene de dentro, reverbera en su humanidad la gloria de su divinidad.

            Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Aquí se hace visible lo que Jesús resucitado explicará a los discípulos de Emaús: que la Ley -representada por Moisés-  y los Profetas  -representados por Elías- hablan de Jesús. De nuevo S. Lucas nos dice de qué hablaban: hablaban de su éxodo, que él iba a consumar en Jerusalén. El éxodo de Jesús es su salida de esta vida a través de la Cruz - “mar Rojo”, color de sangre- que iba a  sufrir en Jerusalén para alcanzar la gloria. El tema de la charla de Elías y Moisés con Jesús es la Pasión de Cristo. Mientras hablan con el Transfigurado, nos enseñan que esa Pasión nos salva, porque se transforma en luz, en liberación y gozo. El episodio de la Transfiguración ilumina el camino escogido por Dios para salvarnos: la Pasión y Muerte del Hijo. Desde ahora, toda la Escritura –la Ley y los Profetas- ha de ser leída a la luz de esta revelación novedosa. Benedicto XVI comenta en su libro “Jesús de Nazaret”: “Tenemos que dejar que el Señor nos introduzca de nuevo en su conversación con Moisés y Elías; tenemos que aprender a comprender  la Escritura de nuevo a partir de Él, el Resucitado”.

            Entonces Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. No sabía qué decir, pues estaban asustados. En esos días, los judíos  celebraban la fiesta de las Tiendas, para recordar y agradecer la protección de Dios  cuando Israel vivía en tiendas al atravesar el desierto camino de la tierra prometida. Una de las características de los tiempos mesiánicos era que los justos vivirían en las “moradas divinas”, de las cuales eran figura las tiendas de Israel. Por eso Pedro, al ver a Jesús transfigurado, piensa que en ese momento se ha hecho realidad lo que esperaban con la fiesta de las Tiendas. El Papa comenta: “Al bajar del monte, Pedro debe aprender a comprender de un modo nuevo que el tiempo mesiánico es, en primer lugar, el tiempo de la cruz; y que la transfiguración –ser luz en virtud del Señor y con Él- comporta nuestro ser abrasados por la luz de la pasión”.

           Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: “Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo”. Durante la travesía por el desierto, la presencia de Dios se manifestaba en forma de nube que cubría con su sombra la “tienda del encuentro”. Ahora, Jesús es la Tienda donde habita Dios, y su sombra cubre a sus amigos. Se repite la escena del Bautismo de Cristo, cuando el Padre proclama a Jesús como su Hijo, el amado. Y añade: “Escuchadlo”: un mandato del Padre. Escuchar al Hijo, su Palabra, es meditar la Escritura Santa. A través de esas “palabras de vida eterna”, leídas y meditadas según el sentir de la Iglesia, Dios se pone en contacto con nosotros.  Jesús, que yo y todos los cristianos nos alimentemos con tu Palabra cada día.

miércoles, 13 de febrero de 2013

DOMINGO 17 DE FEBRERO, 2013

               En aquel tiempo, Jesús lleno del Espíritu Santo, regresó del Jordán, y fue conducido por el Espíritu al desierto, donde estuvo cuarenta días y fue tentado por el diablo. Jesús se hace solidario con nosotros y guiado por el Espíritu se somete a los peligros y amenazas propias de nuestra condición. Quiere recorrer el camino de Adán y Eva, que fueron tentados y vencidos, el camino del pueblo elegido y toda nuestra historia de rebelión contra Dios para transformarla en aceptación amorosa de los planes divinos. El desierto es también una situación de soledad y desolación en la que podemos  encontrarnos para madurar en la fe. Jesús nos precedió. Estas tentaciones fueron fortísimas y reales y no fueron las únicas, siguieron hasta que murió en la Cruz.

            No comió nada en estos días y, al cabo de ellos, tuvo hambre. Entonces le dijo el diablo: “Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan”. Y Jesús le respondió: “Escrito está que no sólo de pan vive el hombre”. Por una parte, el diablo quiere inducir a Jesús a usar sus poderes divinos en beneficio propio. De hecho, Jesús multiplicará los panes, pero para calmar el hambre de los que le seguían y estaban lejos de la ciudad. Por otro lado, lo que el diablo pide  a Jesús  es una prueba de que es quien dice ser: “Si eres Hijo de Dios… Esto mismo volverá a oír Jesús en la Cruz, de boca de los pontífices judíos y de uno de los ladrones crucificado  con él. ¿Y no es eso mismo –exigirle a Dios que dé pruebas de ser Dios-  lo que hemos hecho y seguimos haciendo los hombres a lo largo de la historia? Es la tentación de querer manipular a Dios a nuestro antojo, en vez que escuchar su Palabra y aceptar sus designios, a veces incomprensibles pero siempre amorosos.
                 Después el diablo lo llevó a un lugar elevado, y le mostró todos los reinos de la superficie de la tierra en un instante. Y le dijo: “Te daré todo este poder y su gloria, porque me han sido entregados y los doy a quien quiero. Por tanto, si me adoras, todo será tuyo”. Y Jesús le respondió:”Escrito está: Adorarás al Señor tu Dios, a Él sólo servirás”. El diablo ofrece a Jesús un camino más fácil que el previsto por Dios Padre para convertirse en salvador del mundo: adorarle a él, que se presenta falsamente como dueño de todos los reinos. En la historia de la Iglesia siempre se ha dado la tentación de asegurar la fe por medio del poder político, como si un fin bueno justificara cualquier medio. Jesús se sabe destinado a convertirse en señor de todo el universo, pero por medio de la obediencia amorosa a su Padre hasta la Cruz. Es un camino más costoso, pero es el querer de su Padre al que Jesús adora haciéndolo suyo. También Simón Pedro le tentará en este sentido, y por eso Jesús le llamará Satanás.

            Entonces lo llevó a Jerusalén, lo puso sobre el pináculo del Templo, y le dijo:”Si eres Hijo de Dios, arrójate de aquí abajo, porque escrito está: “Dará órdenes acerca de ti a sus ángeles para que te protejan y te lleven en sus manos, no sea que tropiece tu pie contra alguna piedra. Y Jesús le respondió: “Dicho está: No tentarás al Señor tu Dios”. El diablo sugiere a Jesús “tentar a Dios”, es decir, hacer una acción presuntuosa para obligarle a hacer un milagro. La cita de la Escritura con la cual el diablo tienta a Jesús está tomada del salmo 91, que habla de la protección que Dios ofrece al hombre fiel. Precisamente Jesús, al rechazar esta tentación, manifiesta su deseo de ser fiel a su Padre.
                Todas las tentaciones se proponen perjudicar la relación de amistad del hombre con Dios, desde la primera a Adán y Eva hasta las que sufrió Jesús y las que sufrimos nosotros. Si cedemos a sus palabras engañosas –nunca viene de frente, siempre nos propone cosas aparentemente buenas- el diablo nos esclaviza. Por eso pedimos en el Padrenuestro: no nos dejes caer en la tentación. Fomentamos en nuestro corazón una permanente actitud de agradecimiento a Dios que nos lleve a adorarle, viviendo de fe, escuchando su Palabra y dejándonos guiar por su Espíritu.  

DOMINGO 10 DE FEBRERO, 2013

              Una vez que la gente se agolpaba en torno a Jesús para oír la palabra de Dios, estando él de pie junto al lago de Genesaret, vio dos barcas que estaban en la orilla; los pescadores que habían desembarcado, estaban lavando las redes. Subiendo a una de las barcas, que era la de Simón, le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. Aquellas gentes se agolpan en la pequeña ensenada del lago porque sólo las palabras que salen de la boca de Jesús calman su sed de Dios. Ojalá yo también Jesús, me espabile cada día para buscar un buen lugar donde escuchar tu Palabra. Hoy te ofrezco la barca de mi vida, para que  subas y estés cómodo y nos hables de tu Padre y del Reino de Dios y de la Vida junto a Tí.

             Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: “Rema mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca”. Respondió Simón y dijo:”Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes”. Y, puestos a la obra, hicieron una redada tan grande de peces que las redes comenzaban a reventarse. Jesús está preparando a Simón para“pescador de hombres”, es decir, apóstol, enviado como Él para anunciar y ofrecer la salvación a todos. Primero le pide su barca para poder hablar a la multitud. Después le da una orden que se ha convertido en el lema del tercer milenio para toda la Iglesia: “Duc in altum”, entrad en el mar del mundo sin miedo, lanzad las redes, sed emprendedores, audaces.  Simón era un profesional y sabía que aquel no era ni el lugar ni la hora para pescar;  además,  ellos habían estado faenando por la noche en los lugares adecuados y no había cogido nada. Pero Simón cree que Jesús es Señor del mar y de los peces, y por eso, porque se fía más de Él que de su experiencia: obedece.
             Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús diciendo: “Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador”. Y es que es estupor se había apoderado de él y de los que estaban con él, por la redada de peces que habían cogido. Simón ve en este suceso una manifestación del poder de Dios, y experimenta un estupor, un “asombro”, un profundo estremecimiento interior. Es la misma impresión que  describe Isaías en la primera lectura cuando ve al Señor sentado sobre un trono alto y excelso y serafines en pie junto a él diciendo Santo, santo, santo, y que temblaban los umbrales de las puertas al clamor de su voz. Yo dije: -“¡Hay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos”. Este santo temor ante la cercanía de Dios prepara a Isaías, como a Simón, para responder a la llamada de Dios con una disponibilidad total. Entonces escuché la voz del Señor, que decía: -“¿A quién enviaré? ¿Y quién irá por nosotros?”. Contesté: “aquí estoy, mándame”.

           Jesús dijo a Simón: -“No temas; desde ahora serás pescador de hombres”. Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron. Simón se dará cuenta enseguida que el único Pescador de hombres es Jesús. De Pedro se espera que sea instrumento humilde y generoso en manos de Jesús,  el único que puede de verdad sacar a los peces humanos del pecado para llevarlos a la Vida eterna. Así lo explica San Pablo cuando recuerda a los cristianos de Corinto el Evangelio que os anuncié y que vosotros aceptasteis,  en el que además estáis fundados, y que os está salvando. (…) Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo.
          En nuestro bautismo, todos los cristianos hemos recibido la llamada a anunciar a Jesucristo vivo y resucitado a nuestros familiares y amigos. Jesús, danos la audacia de Pedro, la entrega de Pablo y el amor de Juan. Haznos buenos anzuelos para tu pesca.

martes, 12 de febrero de 2013

RAZON DE AMOR

            Era libre para aceptar y libre para renunciar. Hizo ambas cosas: aceptó en el 2005, con 78 años, y renunció ayer, con 85. Dos decisiones tremendas: dudo que nadie sea capaz de ponerse en la cabeza y en el corazón de un hombre que sueña con retirarse a descansar y escribir, pero de pronto deviene papa, oficio poco compatible con tales aspiraciones, especialmente a los 78 años. Y luego, ya con 85, la duda tremenda de conciencia: «¿Debo seguir?», «¿renuncio porque quiero descansar, porque no puedo más o porque es lo que Dios pide, el mismo Dios ante el que pronto tendré que rendir cuentas?».

           Benedicto XVI escribió tres encíclicas en siete años: dos sobre el amor y una sobre la esperanza, como si esas dos fueran a la vez las grandes dolencias de nuestro mundo y sus grandes remedios: amor y esperanza contra las plagas de desamor y desesperación. De ahí su empeño en volver a explicar a Jesús de Nazaret, que es Dios y es amor -como dice el título de su primera encíclica- y es hombre. Quizá su pontificado pueda resumirse en esto, en volver a Jesús. Frente a la percepción simplificada de la Iglesia como un conjunto casposo de normas morales, principalmente de carácter sexual, Ratzinger propone al mismo Cristo. Y frente al sentimentalismo relativista, tan inseguro como angustioso, reivindica el papel decisivo de la razón: Caritas in Veritate se titula su tercera encíclica.

          Joseph Ratzinger pasará a la historia como uno de los más grandes teólogos de nuestra época, pero también como uno de los intelectuales que mejor supo entender y diagnosticar las crisis de nuestro tiempo. Crisis de la inteligencia y del amor. Justo las dos claves que explican la grandeza de su generosa aceptación en el 2005 y de su renuncia ayer.
Paco Sánchez, La Voz de Galicia, 12.II.2013

domingo, 3 de febrero de 2013

EL PODER DE UN PADRE

           La paternidad de Dios es infinito amor, ternura que se inclina sobre nosotros, hijos débiles, necesitados de todo. El salmo 103, el gran himno de la misericordia divina, proclama: "Como un padre es tierno con sus hijos, así el Señor es tierno para con los que le temen, porque sabe bien cómo están formados, se acuerda de que somos polvo" (vv. 13-14). Nuestra pequeñez, nuestra débil naturaleza humana, nuestra fragilidad se convierte en una llamada a la misericordia del Señor, para que  manifieste la grandeza y ternura de un Padre que nos ayuda, nos perdona y nos salva.

         Dios responde a nuestra llamada, enviando a su Hijo, que murió y resucitó por nosotros; entra en nuestra fragilidad y hace lo que el hombre solo nunca podría haber hecho: él toma sobre sí el pecado del mundo, como cordero inocente y abre el camino a la comunión con Dios, nos hace verdaderos hijos de Dios. Está allí, en el Misterio pascual, que revela en todo su esplendor, el rostro definitivo del Padre. Y está allí, en la Cruz gloriosa, que viene a ser la plena manifestación de la grandeza de Dios como "Padre Todopoderoso".

          ¿Pero cómo es posible imaginar a un Dios todopoderoso, al mirar la cruz de Cristo?  Quisiéramos una omnipotencia divina según nuestros esquemas mentales y nuestros deseos: un Dios "todopoderoso" que resuelve los problemas, e interviene para evitarnos  problemas, que vence al adversario, cambia el curso de los acontecimientos y anula el dolor. Hoy en día muchos teólogos dicen que Dios no puede ser omnipotente, pues si lo fuera, no habría tanto sufrimiento, tanta maldad en el mundo. De hecho, para muchos, para nosotros, ante el mal y el sufrimiento, es problemático, y difícil creer en Dios Padre y creer que es todopoderoso; algunos buscan refugio en los ídolos, cediendo a la tentación de encontrar una respuesta en una supuesta omnipotencia "mágica" y en sus promesas ilusorias.

          Sin embargo la fe en Dios Todopoderoso va por caminos muy diferentes: aprender a conocer que el pensamiento de Dios es diferente al nuestro, que los caminos de Dios son diferentes de los nuestros (cf. Is. 55,8), e incluso su omnipotencia es diferente: no se expresa como una fuerza automática o arbitraria, sino que se caracteriza por una libertad amorosa y paternal. En realidad, Dios, al crear criaturas libres, dándoles libertad, renunció a una parte de su poder, dejando el poder en nuestra libertad. Así, Él ama y respeta la respuesta libre de amor a su llamada. Como Padre, Dios quiere que seamos sus hijos y que vivamos como tales en su Hijo, en comunión, en plena intimidad con Él. Su omnipotencia no se expresa en la violencia, no se expresa en la destrucción de todo poder adverso como quisiéramos, sino que se expresa en el amor, en la misericordia, en el perdón, en la aceptación de nuestra libertad y en la incansable llamada a la conversión del corazón; en una actitud aparentemente débil: Dios parece débil si pensamos en Jesucristo orando, que se deja matar. ¡Una actitud aparentemente débil, hecha de paciencia, de mansedumbre y de amor, muestra que este es el camino correcto para ser poderoso! ¡Esta es la potencia de Dios! ¡Y este poder vencerá! El sabio del libro de la Sabiduría se dirige así a Dios: "Tú eres misericordioso con todos, porque todo lo puedes; cierras los ojos ante los pecados de los hombres, esperando su arrepentimiento. Amas a todos los seres que existen... ¡Eres indulgente con todas las cosas, porque son tuyas, Señor, amante de la vida!" (11,23-24a.26).

 Sólo quien es realmente poderoso puede soportar el mal y mostrarse compasivo; solo quien es verdaderamente poderoso puede ejercer plenamente el poder del amor. Y Dios, a quien pertenecen todas las cosas, porque todas las cosas fueron hechas por Él, revela su fuerza amando todo y a todos, en una paciente espera de la conversión de nosotros los hombres, que quiere tener como hijos. Dios espera nuestra conversión. El amor todopoderoso de Dios no tiene límites, hasta el punto de que "no retuvo a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros" (Rm. 8,32). La omnipotencia del amor no es la del poder del mundo, sino la del don total, y Jesús, el Hijo de Dios, revela al mundo la verdadera omnipotencia del Padre dando su vida por nosotros pecadores. Este es el verdadero, auténtico y perfecto poder divino. Entonces el mal es  vencido porque es lavado por el amor de Dios; entonces la muerte es definitivamente derrotada porque es transformada en don de vida. Dios Padre resucita al Hijo: la muerte, el gran enemigo (cf. 1 Cor. 15,26), es engullida y privada de su veneno (cf. 1 Cor. 15, 54-55), y nosotros, liberados del pecado, podemos acceder a nuestra realidad de hijos de Dios.
Benedicto XVI, Audiencia general, 30.I.2013.