domingo, 21 de abril de 2013

DOMINGO 7 DE ABRIL, 2013


            Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros».  Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. A Jesús resucitado ya no le detienen las puertas cerradas. Puede hacerse visible donde quiere y como quiere. Y la misma tarde del primer día de la semana, -desde entonces el “dies Domini”, el día del Señor, o domingo- viene a traer a los suyos el don que más necesitan en esos momentos de miedo e inquietud: la paz. En sus labios, el saludo tradicional de los judíos, -“shalom lajem”, paz a vosotros- trae a sus apóstoles la paz que tanto necesitan. Al mostrar sus manos y costado, les señala la fuente de la paz que les ha conquistado. Sus llagas son la prueba de hasta dónde llega el amor que Dios Padre les tiene. Y aunque habían abandonado a su Señor y Pedro le había negado, Jesús resucitado no les reprocha nada.
          Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. La alegría es el segundo don que nos trae Jesús en el tiempo de Pascua. El motivo de nuestra alegría es que Jesús ha vencido a la muerte, al demonio y al pecado con su resurrección.  Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».  Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.  El tercer regalo de Jesús resucitado es su fuerza para transformar el mundo anunciando y dando la salvación ganada por Jesús en la Cruz. Al perdonar los pecados, los apóstoles darán vida a las almas muertas por el pecado. Los primeros cristianos, como nosotros ahora, tenemos la experiencia de haber sido resucitados por el perdón divino. Y, al mismo tiempo, de haber sido instrumentos de Dios para vivificar a otros.
            Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».  A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros».  Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente». Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!».  Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto» Esta es nuestra bienaventuranza. Nuestra fe, donde de Dios acogido libremente, nos permite vivir ahora una relación profunda con Jesús resucitado.
           Por mano de los apóstoles se realizaban muchos signos y prodigios en medio del pueblo.(…) La gente sacaba los enfermos a las plazas, y los ponía en catres y camillas, para que, al pasar Pedro, su sombra, por lo menos, cayera sobre alguno.  Acudía incluso mucha gente de las ciudades cercanas a Jerusalén, llevando a enfermos y poseídos de espíritu inmundo, y todos eran curados. Jesús efectivamente hizo partícipes a los apóstoles y sus sucesores del poder de personar los pecados, pues estas curaciones espirituales son señal de  curaciones espirituales.
          «No temas; yo soy el Primero y el Último,  el Viviente; estuve muerto, pero ya ves: vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del abismo. Esta visión de Jesús resucitado  que Juan describe al comienzo de la Apocalipsis tiene lugar “en el día del Señor, el domingo. En la Eucaristía, Jesús resucitado se nos muestra como el Viviente con poder de resucitar a los muertos. Señor, aumenta mi fe, que viva de ella, que es vivir de Ti.

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