viernes, 30 de noviembre de 2012

IDEOLOGÍA DE GÉNERO


Antecedentes. Los antecedentes de esta ideología hay que buscarlos en el feminismo radical y en los primeros grupos organizados a favor de una cultura en la que prima la despersonalización absoluta de la sexualidad. Este primer germen cobró cuerpo con la interpretación sociológica de la sexualidad llevada a cabo por el informe Kinsey, en los años cincuenta del siglo pasado. Después, a partir de los años sesenta, alentado por el influjo de un cierto marxismo que interpreta la relación entre hombre y mujer en forma de lucha de clases, se ha extendido ampliamente en ciertos ámbitos culturales. El proceso de “deconstrucción” de la persona, el matrimonio y la familia, ha venido después propiciado por filosofías inspiradas en el individualismo liberal, así como por el constructivismo y las corrientes freudo-marxistas. Primero se postuló la práctica de la sexualidad sin la apertura al don de los hijos: la anticoncepción y el aborto. Después, la práctica de la sexualidad sin matrimonio: el llamado “amor libre”. Luego, la práctica de la sexualidad sin amor. Más tarde la “producción” de hijos sin relación sexual: la llamada reproducción asistida (fecundación in vitro, etc.). Por último, con el anticipo que significó la cultura unisex y la incorporación del pensamiento feminista radical, se separó la “sexualidad” de la persona: ya no habría varón y mujer; el sexo sería un dato anatómico sin relevancia antropológica. El cuerpo ya no hablaría de la persona, de la complementariedad sexual que expresa la vocación a la donación, de la vocación al amor. Cada cual podría elegir configurarse sexualmente como desee.
            Así se ha llegado a configurar una ideología con un lenguaje propio y unos objetivos determinados, de los que no parece estar ausente la intención de imponer a la sociedad una visión de la sexualidad que, en aras de un pretendido “liberacionismo”, “desligue” a las personas de concepciones sobre el sexo, consideradas opresivas y de otros tiempos.

               Descripción de la ideología de género. Con la expresión “ideología de género” nos referimos a un conjunto sistemático de ideas, encerrado en sí mismo, que se presenta como teoría científica respecto del “sexo” y de la persona. Su idea fundamental, derivada de un fuerte dualismo antropológico, es que el “sexo” sería un mero dato biológico: no configuraría en modo alguno la realidad de la persona. El “sexo”, la “diferencia sexual” carecería de significación en la realización de la vocación de la persona al amor. Lo que existiría –más allá del “sexo” biológico– serían “géneros” o roles que, en relación con su conducta sexual, dependerían de la libre elección del individuo en un contexto cultural determinado y dependiente de una determinada educación [Cfr. Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el mundo (31.VII.2004), n. 2: «La diferencia corpórea, llamada sexo, se minimiza, mientras la dimensión estrictamente cultural, llamada género, queda subrayada al máximo y considerada primaria».].
          “Género”, por tanto, es, según esta ideología un término cultural para indicar las diferencias socioculturales entre el varón y la mujer. Se dice, por eso, que es necesario distinguir entre lo que es “dado” por la naturaleza biológica (el “sexo”) y lo que se debe a las construcciones culturales “hechas” según los roles o tareas que cada sociedad asigna a los sexos (el “género”). Porque –según se afirma–, es fácil constatar que, aunque el sexo está enraizado en lo biológico, la conciencia que se tiene de las implicaciones de la sexualidad y el modo de manifestarse socialmente están profundamente influidos por el marco sociocultural.

Se puede decir que el núcleo central de esta ideología es el “dogma” pseudocientífico según el cual el ser humano nace “sexualmente neutro”. Hay –sostienen– una absoluta separación entre sexo y género. El género no tendría ninguna base biológica: sería una mera construcción cultural. Desde esta perspectiva la identidad sexual y los roles que las personas de uno y otro sexo desempeñan en la sociedad son productos culturales, sin base alguna en la naturaleza. Cada uno puede optar en cada una de las situaciones de su vida por el género que desee, independientemente de su corporeidad. En consecuencia, “hombre” y “masculino” podrían designar tanto un cuerpo masculino como femenino; y “mujer” y “femenino” podrían señalar tanto un cuerpo femenino como masculino. Entre otros “géneros” se distinguen: el masculino, el femenino, el homosexual masculino, el homosexual femenino, el bisexual, el transexual, etc. La sociedad atribuiría el rol de varón o de mujer mediante el proceso de socialización y educación de la familia. Lo decisivo en la construcción de la personalidad sería que cada individuo pudiese elegir sobre su orientación sexual a partir de sus preferencias. Con esos planteamientos no puede extrañar que se “exija” que a cualquier “género sexual” se le reconozcan los mismos derechos. De no hacerlo así, sería discriminatorio y no respetuoso con su valor personal y social.
           Sin necesidad de hacer un análisis profundo, es fácil descubrir que el marco de fondo en el que se desenvuelve esta ideología es la cultura “pansexualista”. Una sociedad moderna –se postula– ha de considerar bueno “usar el sexo” como un objeto más de consumo. Y si no cuenta con un valor personal, si la dimensión sexual del ser humano carece de una significación personal, nada impide caer en la valoración superficial de las conductas a partir de la mera utilidad o la simple satisfacción. Así se termina en el permisivismo más radical y, en última instancia, en el nihilismo más absoluto. No es difícil constatar las nocivas consecuencias de este vaciamiento de significado: una cultura que no genera vida y que vive la tendencia cada vez más acentuada de convertirse en una cultura de muerte [Cfr. Juan Pablo II, Evangelium vitae, n. 12.].

                         Tomado de: CEE, "La verdad del amor humano. Orientaciones sobre el amor conyugal, la ideología de género y la legislación familiar", 26.IV,2012 , nn. 54-58

EDUCACIÓN AFECTIVO-SEXUAL


            Una educación afectivo-sexual adecuada exige, en primer lugar, cuidar la formación de toda la comunidad cristiana en los fundamentos del evangelio del matrimonio y de la familia. Una buena formación es el mejor modo para responder a los problemas y cuestiones que pueda presentar cualquier ideología. Todos los cristianos responsables de su fe han de estar capacitados para «dar explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza» (1 Pe 3, 15). Para la consecución de ese objetivo puede prestar un gran servicio el Catecismo de la Iglesia Católica [Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 2331-2400.], además de otros documentos relevantes [Al menos: Pontifico Consejo Justicia y Paz, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia y Pontificio Consejo de la Familia, Lexicón. Términos ambiguos y discutidos sobre familia, vida y cuestiones éticas (2004).]. En cualquier caso, serán siempre necesarios planteamientos que busquen la formación integral. Ese es el marco adecuado para que la persona responda, como debe hacerlo, a su vocación al amor.

La familia es, sin duda, el lugar privilegiado para esa educación y formación. Se desarrollan allí las relaciones personales y afectivas más significativas, llamadas a transmitir los significados básicos de la sexualidad [Cfr. Conferencia Episcopal Española, Directorio de la Pastoral Familiar de la Iglesia en España, nn. 70 y 91.]. La familia es el sujeto primero e insustituible de la formación de sus miembros. Y por eso, aunque podrá y deberá ser ayudada desde las diferentes instancias educativas de la Iglesia y del Estado, nunca deberá ser sustituida o interferida en el derecho-deber que le asiste. Así lo recordaba ya, entre otros documentos, el Directorio de pastoral familiar [Cfr. Cfr. Conferencia Episcopal Española, Directorio de la Pastoral Familiar de la Iglesia en España  n. 93: «Como complemento y ayuda a la tarea de los padres, es absolutamente necesario que todos los colegios católicos preparen un programa de educación afectivo-sexual, a partir de métodos suficientemente comprobados y con la supervisión del obispo. La delegación diocesana de Pastoral Familiar debe preparar personas expertas en este campo».]. Pero se hace ahora más urgente si se advierte que las disposiciones legales al respecto permiten al Estado dirigir este ámbito de educación. Y no es pequeño el riesgo de sucumbir a las imposiciones de la ya referida ideología de “género”.
             La educación afectivo-sexual, acorde con la dignidad del ser humano, no puede reducirse a una información biológica de la sexualidad humana. Tampoco debe consistir en unas orientaciones generales de comportamiento, a merced de las estadísticas del momento. Sobre la base de una “antropología adecuada”, como subrayaba el beato Juan Pablo II [Cf. Juan Pablo II, Catequesis (2.IV.1980), nn. 3-6.], la educación en esta materia debe consistir en la iluminación de las experiencias básicas que todo hombre vive y en las que encuentra el sentido de su existencia. Así se evitará el subjetivismo que conduce a nuestros jóvenes a juzgar sus actos tan solo por el sentimiento que despiertan, lo que les hace poco menos que incapaces para construir una vida en la solidez de las virtudes. Esa educación, que debe comenzar en la infancia, se ha de prolongar después en la pre-adolescencia; las instituciones educativas deben de velar por ella, siempre en estrecha colaboración con la ya dada por los padres en la familia.

Descubrir la verdad y significado del lenguaje del cuerpo permitirá saber identificar las expresiones del amor auténtico y distinguirlas de aquellas que lo falsean. Se estará en disposición de valorar debidamente el significado de la fecundidad, sin cuyo respeto no es posible asumir responsablemente la donación propia de la sexualidad en todo su valor personal. Se abre así a los jóvenes un camino de conocimiento de sí mismos, que, mediante la integración de las dimensiones implicadas en la sexualidad –la inclinación natural, las respuestas afectivas, la complementariedad psicológica y la decisión personal–, les llevará a apreciar el don maravilloso de la sexualidad y la exigencia moral de vivirlo en su integridad. Se comprende enseguida que una educación afectivo-sexual auténtica no es sino una educación en la virtud de la castidad[118].

 Tomado de: CEE, "La verdad del amor humano. Orientaciones sobre el amor conyugal,la ideología de género y la legislación familiar", 26.IV.2012, nn. 122-126.

 

DOMINGO 2 DE DICIEMBRE, 2012


            Ya llegan días –oráculo del Señor- en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá. En aquellos días y en aquella hora, suscitaré a David un vástago legítimo que hará justicia y derecho en la tierra. En aquellos días se salvará Judá, y en Jerusalén vivirán tranquilos, y la llamarán así: “El Señor es nuestra justicia”. La venida de Dios a la tierra es el acontecimiento central de la historia. El Señor lo preparó durante siglos, anunciándolo por boca de los profetas de Israel. En el tiempo  de Adviento que hoy comienza, la Iglesia actualiza aquellos siglos de espera del Mesías. Estas palabras del profeta Jeremías son una invitación a apoyarnos en las promesas de Jesucristo, a pedir y aguardar la bendición divina para alcanzar la visión de Dios. Hoy podemos servirnos de las palabras del salmo para levantar nuestra alma hacia el Señor, para poner nuestra confianza en Dios y dejarnos ayudar por Él: “Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad; enséñame porque tú eres mi Dios y Salvador.

             Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo serán sacudidas. Entonces verán  al Hijo del hombre venir en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación. El evangelio de hoy es una visión anticipada del retorno de Cristo al final de los tiempos. Con la primera venida de Dios a la tierra comienza la última etapa de la historia humana que acabará con la venida triunfal de Jesucristo.  La Navidad y el juicio final son dos momentos que se implican mutuamente. Dios ha pronunciado –nos ha enviado- su Palabra, su Verbo, para salvarnos. En este tiempo intermedio sólo cabe esperar que los hombres queramos escucharla. El intervalo entre la primera y la segunda venida de Jesús es el plazo que se nos da los hombres para decidir. De ahí la llamada apremiante de Jesús al final de este pasaje de S. Lucas.

           Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder y manteneros en pie ante el Hijo del hombre. Jesús nos previene contra una manera de vivir en la que el disfrute inmoderado de lo que se posee impide sentir la necesidad de acoger la salvación divina. Entonces el corazón se embota y la esperanza desaparece. Sólo se busca asegurar en esta vida los bienes materiales para calmar el anhelo de felicidad que sólo Dios puede saciar. Se vive como en un sueño, anestesiado por el señuelo de los placeres y distraído por el afán de novedades. Jesús, despiértame, conviérteme, dame la lucidez de estar en la realidad, ven a mi corazón en el sacramento de la Penitencia y de la Eucaristía, entra en mi vida con tu vida cuando medito la Palabra de Dios cada día.

Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos a vosotros. Se trata de pedir a Jesús que nos ayude a cursar la asignatura central de nuestra vida: la caridad; que nos dé su manera de querer, que es olvido de sí y entrega a los demás. Y que afiance así vuestros corazones, de modo que os presentéis ante Dios, nuestro Padre, santos e irreprochables, en la venida de nuestro Señor Jesús con todos sus santos. Necesito tu fuerza, tu fortaleza, Jesús, pues yo sólo no puedo. Renueva en mí y en todos los cristianos el deseo de ser santos.

viernes, 23 de noviembre de 2012

CÓMO CURAR LAS HERIDAS AFECTIVAS DE LOS JÓVENES

Resumen de la ponencia de Mons. Munilla en el Congreso Nacional de Pastoral Juvenil, celebrado en Valencia, XI-2012, titulada: "La evangelización de los jóvenes ante la emergencia afectiva".
 Introducción. Si queremos conocer al joven de nuestros días necesitamos conocer en profundidad a Jesucristo, ya que solo en Cristo conoceremos en profundidad al joven. Decía la propia Santa Teresa de Jesús: «A mi parecer, jamás acabamos de conocernos si no procuramos conocer a Dios». Y el Vaticano II hace cincuenta años: «Bajo la luz de Cristo, imagen de Dios invisible, primogénito de toda la creación, el Concilio habla a todos para esclarecer el misterio del hombre.» (‘Gaudium et Spes’ nº 10). Necesitamos conocer la realidad de los jóvenes desde Cristo y en Cristo, porque como decía San Bernardo: «El desconocimiento propio genera soberbia, pero el desconocimiento de Dios genera desesperación». ¿Cuáles son los daños principales que la cultura moderna y postmoderna ha generado y genera en la afectividad de los jóvenes? ¿Cómo sanar esas heridas y volver a nacer en Cristo?
 
1.      Primera herida: NARCISISMO
            Descripción. El narcicismo es  quedarse encerrado en la contemplación de uno mismo. El mito cuenta que una ninfa se enamora de Narciso, y este no le corresponde. Mientras huía de ella, se queda pasmado ante su propia imagen reflejada en las aguas de un río, y se enamora perdidamente de sí mismo, lo que le lleva a lanzarse al agua y morir ahogado. El narcisismo es la incapacidad, o dificultad de amar a un ‘tú’ distinto de uno mismo. El narcisismo está ligado a la hipersensibilidad, a la absolutización de los sentimientos y temores, a la percepción errónea de que todo en la vida gira en torno a uno mismo…
                     Manifestaciones del narcisismo. El narcisismo tiene dos manifestaciones que parecen –sin serlo– contradictorias. En los momentos de euforia, el Narciso actual tiene la ridícula pretensión de ocupar en cualquier escenario el puesto de la ‘novia de la boda’ o del ‘niño del bautizo’. Pero en los momentos de depresión – cada vez  más frecuentes–, nuestro Narciso se consuela y hasta se complace con ser el ‘muerto del entierro’. Considera siempre como insuficiente lo que se recibe de los demás, es un mendigo perpetuamente insatisfecho. Paradójicamente  busca ansiosamente la realización personal por medio de la lamentación victimista: «¡Nadie me hace caso!», «¡Todo me toca a mí!», «¡Soy un incomprendido!» Aunque las formulaciones sean diferentes en un momento de ‘subidón’ o de ‘bajonazo’,  se respira siempre por la misma herida afectiva, buscando ansiosamente aprecio, reconocimiento, elogio, admiración… Sin la sanación del narcisismo es imposible conocer, amar y –sobre todo– seguir a Jesucristo, en profundidad y con coherencia; y, en último término, ser feliz.
       Qué es amar. La Revelación judeo-cristiana  ha mostrado que amar es un éxodo. Dios llama a su pueblo para que salga  de su entorno y vaya  en busca de una tierra nueva, distinta, desconocida, sabiendo que Dios quiere su felicidad. Dios nos ha creado –hombre y mujer- a su imagen y semejanza y nos llama a la comunión en el amor. Hombres y mujeres somos distintos y complementarios. Amar es promover el bien que hay en el otro; lo contrario de ‘poseer’ al prójimo, asimilándolo a uno mismo, hasta el punto de hacerlo desaparecer. El móvil del joven es de última generación, pero su corazón se asemeja a la tortuga de la aporía de Zenón («Aquiles y la tortuga»): ésta no parece terminar nunca de llegar a la meta… a la meta del amor.
2.      CURACIÓN DEL NARCISISMO
                   A)   La experiencia de ser amado por Dios. En realidad, lo opuesto al narcisismo no es el autodesprecio, sino una equilibrada autoestima. La curación del narcisismo pasa por una educación en un sano y equilibrado amor a uno mismo. Es más, dicho ‘amor a uno mismo’ (‘autoestima’, que diríamos hoy), es la medida indicada por Cristo para tomarla como referencia a la hora de amar al prójimo («Amarás al prójimo como a ti mismo»). La autoestima no proviene de hacer muchas cosas, ni de lograr éxitos, ni de la apariencia física, sino de saberse amado. Uno de los motivos principales de la falta de autoestima en nuestra cultura, es la crisis de la familia, unida a la falta de conciencia del amor personal e incondicional que Dios nos tiene. Por eso es preciso anunciar a los jóvenes el infinito amor que Dios tiene a cada persona, sea cual sea su conducta y, sobre todo, ayudarles a adquirir una experiencia vida y actual de esa realidad, enseñándoles a cultivar la amistad con Jesucristo vivo y resucitado por medio de la meditación de la Palabra de Dios contenida en la Sagrada Escritura.
             Quien tiene la experiencia de ser amado incondicionalmente por Dios, se encuentra a sí mismo, y es entonces cuando puede olvidarse de sí mismo en cada relación con los demás; pero no por un afán de autodespreciarse, sino porque se siente sobrado de aprecio y conciencia del amor incondicional recibido de Dios.
Nuestra autoestima no puede depender de que otros hablen bien o mal de nosotros, ni siquiera de que las cosas nos salgan mejor o peor… Cristo crucificado es la medida exacta de lo que cada uno de nosotros valemos para Dios. No se trata de entenderlo solo en la teoría, sino de interiorizarlo y personalizarlo, haciendo de ello nuestro carnet de identidad. Sin esta fe, sería literalmente imposible la abnegación de uno mismo, y estaríamos condenados a la esclavitud del narcisismo .
                  B) Redescubrir la Cruz.  El Evangelio de Jesucristo nos presenta y propone la mística del amor, que integra una ascética del olvido de nosotros mismos y la oblación generosa. Tal vez, en las últimas décadas no hayamos subrayado los pasajes evangélicos que resaltan esta dimensión ascética: «El que quiera seguirme, que cargue con su cruz y me siga», «El que no está conmigo, está contra mí», «No podéis servir a dos señores», «El que busque su vida la perderá, pero el que la pierda por mí la encontrará»… El Evangelio nos presenta la abnegación de uno mismo, como indispensable para la propia madurez y para poder abrirse al encuentro con Dios.
           En el contexto la crisis afectiva en la que nos encontramos, no es suficiente proclamar el ideal del amor, sino que es necesario profundizar en los pasajes del Evangelio en los que la escuela del amor es el Corazón de Cristo. El lugar del Evangelio en el que la mística y la ascética se unen es la Cruz de Cristo. La Pasión de Cristo es pura mística y pura ascética, al mismo tiempo. Para sanar las heridas afectivas de los jóvenes hemos de presentarles la Pasión de Cristo, no sólo como el lugar en el que se revela el amor divino, sino también como escuela del amor humano. Sin la escuela de la Cruz de Cristo, el anuncio de la Resurrección se reduce a un hermoso mensaje de consolación,  incapaz de sanar nuestras heridas y de movernos al amor. Cuando hablamos de ‘resurrección’, estamos hablando siempre de ‘Resurrección del Crucificado’.
                  C)  El Sacramento de la Penitencia y el acompañamiento espiritual para lograr la «la aceptación humilde de la realidad». El narcisista tiende a refugiarse en la utopía, o escudarse en ella: justifica su descontento y queja permanente con un falso recurso a los sueños utópicos. El Evangelio nos  enseña a aspirar más alto, sin despegar los pies del suelo. La aceptación de la realidad no nos impide aspirar a cambiarla, es más, es un presupuesto indispensable para poder mejorarla. El narcisista quiere cambiarlo todo menos a sí mismo, mientras que el cristiano aspira a cambiarlo todo, pero empezando por uno mismo.
El Sacramento de la Penitencia y el acompañamiento espiritual ayudan a conjugar nuestros ‘ideales’ con nuestra ‘realidad’. No hay verdadero idealismo si no parte de la propia conversión. El idealismo de la generación utópica del ‘Mayo del 68’. se tradujo más en una queja contra el sistema político, que en un esfuerzo por la propia renovación.
         En el ideal cristiano, el máximo de utopía convive junto al máximo de realismo. Se trata de abrazar la propia realidad –nuestros estudios, las relaciones con la familia, el trabajo…–, viéndola como el lugar donde sale el Señor a nuestro encuentro: «Mirad mis manos y mis pies: soy yo mismo», dijo Jesús resucitado. «Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo» (cf. Lc 24, 39).
                 D)  Acercarse al sufrimiento del prójimo. Una de las mejores formas de superar el narcisismo que  lleva a sentirse “víctimas”  es acercarse y conocer a las verdaderas víctimas, es decir, a los ancianos que viven en soledad, enfermos psíquicos que son esquivados  por la sociedad, usuarios de los comedores de emergencia, pobres del Tercer Mundo… Es una terapia de choque,  muy efectiva para la sanación de nuestro narcisismo y para la educación en el amor generoso. Los hemos comprobado en los jóvenes que han participado campos de trabajo, grupos de apoyo a proyectos misioneros, voluntariado en África u otros lugares, etc. La experiencia nos ha enseñando la conveniencia de acompañar adecuadamente estas inserciones en el mundo del dolor y de la marginación. No es la mera pobreza la que educa el corazón del joven, sino la posibilidad de descubrir a Cristo en toda situación de sufrimiento. Es Él quien sale al encuentro de los que salen al encuentro de los sufrientes.
 
3.      Segunda herida: PANSEXUALISMO
           Descripción. Vivimos en una ‘alerta sexual’ permanente, que condiciona lo más cotidiano de la vida. El bombardeo de erotismo facilita las adicciones y conductas compulsivas, provoca  desequilibrios y la falta de dominio de la propia voluntad, nos incapacita para  para la donación. La fe se ve seriamente comprometida en la medida en que los jóvenes no mantienen una capacidad crítica ante una visión fragmentada y desintegrada de la afectividad, la sexualidad y el amor. Muchos jóvenes han nacido y crecido en este contexto cultural pansexualista y lo perciben como normal, como el que ha nacido y vivido a seis mil metros de altura se  acostumbra a esa presión atmosférica. Pero aunque él no se dé cuenta, la presión atmosférica en la que vive afecta a su organismo y a su salud.
         La pérdida del sentido y valor de la sexualidad. El origen del amor no se encuentra en el hombre, ya que la fuente originaria del amor es el misterio de Dios mismo, que se revela y sale al encuentro del hombre. A partir de ese amor originario entendemos que el hombre ha sido creado para amar, y que el amor humano es una respuesta al amor divino. La verdad del amor está inscrita en el lenguaje de nuestro cuerpo. En efecto, el hombre es espíritu y materia, alma y cuerpo; en una unión sustancial, de forma que el sexo no es una especie de prótesis en la persona, sino que pertenece a su núcleo más íntimo. Es la persona misma la que siente y se expresa a través de la sexualidad, de forma que jugar con el sexo, es jugar con la propia personalidad. A la situación actual se ha llegado a través de un proceso largo, en la segunda parte del siglo pasado.
         Las tres rupturas y sus consecuencias. En primer lugar se produjo un ‘divorcio’ entre sexo y procreación: La difusión de la anticoncepción fue determinante. La utilización masiva de anticonceptivos ha cambiado el modo de enfocar la sexualidad humana. La relación sexual ya no significa abrir la puerta a la vida. El gesto sexual se ha banalizado y ha  pasado a ser un gesto sin densidad y sin trascendencia, una mera diversión, un juego. Al separarse sexo e inicio de  vida humana, la vida se ha desvinculado de la relación sexual: La ‘fecundación in vitro’  termina de completar el desgaje entre sexo y procreación.
         De la mano del primer ‘divorcio’ entre sexo y procreación, vino el segundo ‘divorcio’ entre amor y matrimonio. El «Mayo del 68» llama ‘fríos papeles grises’ a ese contexto legal que protege a los débiles: la madre y sobre todo, al niño. Sin embargo, la mentalidad  de «Mayo del 68» presenta el matrimonio como la tumba del amor. ¿Por qué iba a ser necesario un contrato jurídico para vivir un encuentro sexual cuando dos personas se aman? Muchas  parejas conviven antes del matrimonio
       El tercer ‘divorcio’ es la separación entre sexo y amor. Muchas  parejas conviven antes del matrimonio, consecuencia de “divorcio” entre sexo y amor. La sexualidad ha dejado de ser la expresión de la entrega total de dos personas que se aman, para pasar a ser un instrumento de diversión, o  para hacer daño: «si él ha jugado conmigo, yo también sabré jugar con otros. No voy a volver a sufrir de esta manera, no me volverán a hacer daño. Simplemente me divertiré con ellos».
        Como consecuencia de estas tres rupturas el amor ha dejado de informar la sexualidad desde dentro. El sexo tendría sentido por sí mismo, y deja de ser un vehículo del afecto y del amor. Según el Ministerio de Salud Pública, la edad de comienzo en el consumo del alcohol son los 13 años. Es obvio que el consumo del alcohol está directamente vinculado a eso que se llama ‘el rollo’, ‘pillar cacho’. El recurso al alcohol suele conllevar la anulación del sentido del pudor, y la desinhibición de los principios morales. Esta ruptura entre el lenguaje sexual del cuerpo y el amor, es una distorsión que incapacita claramente para la fidelidad. Toda esta deriva dificulta vivir la vocación al amor en fidelidad, que  es lo único que puede hacernos felices. La infidelidad no sólo impide establecer relaciones de amor duraderas, sino que impide construir la propia personalidad. La cultura del ‘rollo’ termina provocando una crisis, porque  la idea de que la libertad se identifica con no comprometerse: la fidelidad implicaría esclavitud, mientras que la infidelidad implicaría libertad.
 
        4. CURACIÓN DEL PANSEXUALISMO
                A.- Poner de moda la virtud de la castidad. El cristiano no es alguien arrastrado por sus pasiones, sino que participa del señorío de Cristo que le permite ser dueño de sí mismo, gobernar sus tendencias pasionales, poniéndolas al servicio de los demás, para gloria de Dios. Para poder ‘darse’, primero hay que ‘poseerse’. La conquista del mundo pasa por la conquista de uno mismo. La castidad consiste en poner en sintonía lo que expresa el lenguaje corporal sexual, con la autenticidad del afecto y del amor expresado. Con frecuencia, los jóvenes que ni viven esta virtud, no lo hacen por una decisión libre y voluntaria, sino por la esclavitud que genera la dinámica de la lujuria. Cuando un joven decide a seguir a Cristo con todas las consecuencias, no le resulta tan fácil romper  con todos sus malos hábitos anteriores: el cuerpo tiene ‘memoria’ y pide su ‘tributo’. La batalla por la castidad puede ser largapero merece la pena luchar; con la santa rebeldía de quienes no se conforman con menos que con la bienaventuranza de Cristo: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios»
 
                B.- Cursos de formación afectivo-sexual.  Una de las grandes carencias en las familias y en los colegios es la educación en el amor humano. La felicidad de nuestros jóvenes depende en buena medida del descubrimiento del verdadero sentido del amor humano, y de la educación para la madurez afectivo-sexual.
                 C.- Educación en la belleza. Hoy en día está muy extendida la mentalidad que reduce los cánones de la belleza a un modelo corporal erótico, que está lejos de ser expresión de la interioridad del ser humano y de su riqueza espiritual. El cuerpo deja de ser el icono del alma, para pasar a ser una incitación de nuestras pasiones. La belleza es el esplendor de la verdad, al mismo tiempo que «la santidad es la belleza absoluta”. La belleza es una clave fundamental para la comprensión del misterio de la existencia. Encierra una invitación a gustar la vida y a abrirse a la plenitud de la eternidad. La belleza es un destello del Espíritu de Dios que transfigura la materia, abriendo nuestras mentes al sentido de lo eterno. Dostoievski escribió: «La belleza salvará al mundo». Pero nosotros no identificamos la belleza con la «guapura», con lo «atractivo», con lo «placentero»… En realidad, la belleza no es para nosotros una mera experiencia estética. El concepto pleno y consumado de belleza se identifica con la  «santidad».
 
5.      Tercera herida: EL SÍNDROME DE DESCONFIANZA
          Descripción. Este síndrome presupone una ‘inseguridad en uno mismo’, acompañado de una notable dificultad para confiar en los otros y en Dios. Los jóvenes tienen la sensación de no pisar suelo firme y les asusta el futuro. Muchos jóvenes viven aislados en su Twitter o en su Facebook. La soledad es uno de los grandes dramas de nuestro tiempo; y difícilmente podrá ser paliada por la comunicación en las redes sociales, en numerosas ocasiones en el anonimato, a través de un ‘nick’ falso o inidentificable.
           Causas. La constatación del egoísmo que nos rodea lleva a replegarse en uno mismo y hace nacer  una desconfianza generalizada hacia el prójimo, y hasta hacia Dios mismo. Uno de los fenómenos más determinantes en la extensión de esta desconfianza ha sido el divorcio y la falta de estabilidad familiar. Cuando un niño o un adolescente  escucha a sus padres discutir, faltándose al respeto, llega a dudar sobre si su familia continuará unida al día siguiente o si se separarán cualquier día. La crisis de autoridad y la ausencia de referentes morales dificultan el desarrollo de  la confianza en Dios. Las traiciones en las amistades, así como las infidelidades en las relaciones amorosas, suelen provocar decepción y desconfianza hacia todos y hacia todo. Se llega a desconfiar de la vida en sí misma, e incluso de Dios, autor de la vida.
            Consecuencias. Son muchas  serias: erosión de las relaciones sociales, aislamiento personal, suspicacias e hipersensibilidades… La misma experiencia religiosa puede verse seriamente comprometida por el síndrome de desconfianza. Al que desconfía de todos, le cuesta mucho confiar en Dios. A los jóvenes de ahora, las experiencias decepcionantes en esta vida no les llevan a refugiarse en Dios.
 
            6. CURACIÓN DE LA HERIDA DE LA DESCONFIANZA
                      A.- Experiencia de comunión en el seno de la Iglesia: confiar en los jóvenes, sin asustarse de los riesgos. Cuando un joven comprueba que nos fiamos de él, que poco a poco vamos delegando en él pequeñas responsabilidades, que lo sentimos como miembro vivo de la Iglesia y no como mero cliente de ella, empieza a superar su tendencia a la desconfianza. Si quieres que alguien confíe en Dios, empieza tú por confiar en él. Al joven no podemos transmitirle la imagen de que le queremos interesadamente: exclusivamente para darle un sacramento. ¡No!, le queremos a él, nos interesa él, su vida, sus inquietudes, sus problemas… Y de ahí se deriva, obviamente, nuestro deseo de llevarle a Cristo. Como decía San Juan Bosco: «Amad aquello que aman los jóvenes, y ellos aprenderán a amar lo que vosotros queréis que amen».
                   B.- Evangelio de la confianza y del abandono: El Evangelio de Jesucristo es el Evangelio de la confianza: Pedro camina sobre las aguas, Jesús nos invita a fijarnos en el cuidado amoroso que Dios tiene de los lirios del campo, la tempestad calmada, etc. Para aprender a confiar hay que  de afrontar los propios miedos, mirarlos a los ojos, y comprobar qe, unidos a Cristo, los miedos se disipan como la nieve al sol. Así nos enseña San Pablo a sanar el síndrome de la desconfianza: «Después de esto, ¿qué diremos? Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, que murió, más todavía resucitó, y está a la derecha de Dios, y que además intercede por nosotros? ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?; como está escrito: Por tu causa nos degüellan cada día, nos tratan como a ovejas de matanza. Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor»… ¿A qué temeremos? ¿A la oscuridad? –Cristo es nuestra luz ¿A la soledad? –Cristo es compañero de camino ¿A la pobreza? –Cristo es nuestro tesoro ¿A la burla? –Cristo es nuestra honra ¿A la propia incapacidad? –El Espíritu Santo es dador de toda gracia ¿A la enfermedad o a la muerte? –Cristo es la Resurrección y la Vida.
              La escuela para confiar en el Padre es la vida de Jesucristo: Es verdad que a veces la vida resulta opaca más que transparente; pero hemos aprendido de Cristo, que dijo en la cruz «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»; a decir con Él, «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu».
            Como he dicho al comienzo, no dudemos de que la emergencia afectiva que padece esta generación, nos ofrece una oportunidad única para recordar a todos los jóvenes que «Dios es amor», que hemos sido creados en una vocación a la comunión de amor, y que necesitamos descubrir la eterna novedad del Evangelio de Cristo para alcanzar nuestra plenitud.

DOMINGO 25 DE NOVIEMBRE, 2012, JESUCRISTO REY

              Mientras miraba, en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él. Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin. Daniel describe en esta visión oscura y nebulosa la investidura real del Hijo por parte del Padre, un acontecimiento eterno, previo a la creación y a la redención. Los profetas suelen ver fundidos en uno los diversos planos temporales, sin perspectiva. Por eso en este pasaje podemos ver  descrita la segunda venida de Cristo, que usó estas palabras de Daniel al responder a Caifás: “Veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo”. Así introduce la liturgia de la Palabra la fiesta de Jesucristo, Rey del universo. El final del año litúrgico sirve para anunciar el último acto de la historia: la venida triunfal de Jesucristo.

             En aquel tiempo, dijo Pilato a Jesús: -“¿Eres tú el rey de los judíos?” Jesús le contestó: -“¿Dices esto por tu cuenta  o te lo han dicho otros de mí?” Aunque el sanedrín había condenado a Jesús a muerte por blasfemo pues con las palabras de la visión de Daniel se proclamó Hijo del Altísimo, la acusación que los judíos presentaron ante el procurador romano fue: “Hemos encontrado a éste sublevando a nuestro pueblo y prohibiendo pagar tributo al César, y dice que él es Cristo Rey” De ahí la pregunta con que Jesús responde a la investigación de Pilato.

           Pilato replicó: -“¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?” Jesús le contestó: -“Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.”  Pilato le dijo: -“Con que, ¿tú eres rey?” Jesús le contestó: - “Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.” Atado, humillado por las huellas del maltrato de la noche anterior en casa de Caifás, acusado de delitos gravísimos, a punto de ser clavado en la cruz, Jesús habla con claridad de su identidad, proclama la verdad: Soy rey. Jesús, tu reino no es de este mundo porque no has venido a dominar, sino a salvar. Dios es amor infinito, Dios es el Padre que entrega a su único Hijo a la muerte para liberarnos a nosotros, criaturas suyas, del poder del demonio, del pecado y de la muerte.  Esta es la verdad que anuncias con tu muerte en la Cruz. Aquí tu palabra  toma un lenguaje que todos pueden entender. Reina, Jesús, en mi vida, sé tu mi Rey y mi Amor. Que escuche siempre esa canción de amor que sale de tu Cruz. Y que te siga.

          Jesucristo es aquel que nos amó, nos ha librado de nuestros pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre. A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén. Reino de sacerdotes porque Jesús nos ha obtenido con su sacrificio una nueva relación con Dios. Por el Bautismo, somos hijos en el Hijo, Sacerdote eterno y podemos convertir nuestra vida en una ofrenda, que en la Misa unimos a la única ofrenda de Jesús en el Calvario. Así podremos ayudar a los demás a escuchar su Palabra de amor en la Cruz.  

 
         Mirad: El viene en las nubes. Todo ojo lo verá; también los que lo atravesaron. Todos los pueblos de la tierra se darán golpes de pecho por él.  La Apocalipsis  relee a  Daniel, y nos invita a convertirnos, porque nuestros pecados siguen atravesando el corazón de Jesús.   

DOMINGO 18 DE NOVIEMBRE, 2012

             Dice el Señor: Tengo designios de paz y no de aflicción, me invocaréis y yo os escucharé, os congregaré sacándoos de los países y comarcas por donde os dispersé. La antífona de entrada a la Misa de hoy nos ofrece la clave para leer y meditar de modo correcto las lecturas.

            Por aquel tiempo se levantará Miguel, el arcángel que se ocupa de tu pueblo: serán tiempos difíciles, como no los ha habido desde que hubo naciones hasta ahora. Entonces se salvará tu pueblo: todos los inscritos en el libro. Muchos de los que duermen en el polvo despertarán: unos para vida eterna, otros para ignominia perpetua. Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad. Nuestro Dios es todo Amor. Por eso quiere que todos los hombres se salven. Con facilidad nos dejamos llevar por la somnolencia de la comodidad. Para despertarnos, en este tramo final del año litúrgico, el Señor nos sacude con unos pasajes de la Escritura en los que se describen los “últimos acontecimientos” de la historia.
          
           En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -“En aquellos días, después de esa gran angustia, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte.” El contexto de estas palabras es la observación de un discípulo sobre la grandeza y belleza del Templo de Jerusalén, reconstruido poco tiempo atrás por Herodes el Grande. Jesús le responde: ¿Veis estos grandes edificios? Pues se derrumbarán sin que quede piedra sobre piedra” Los discípulos le piden que precise cuándo será eso y Jesús les habla del final de Jerusalén como imagen anticipada del fin del mundo.

          Aprended de esta parábola de la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a la puerta. Os aseguro que no pasará esta generación antes de que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán, aunque el día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre.”

           Jesús quiere suscitar en nosotros una disposición de vigilancia para arrancarnos del adormecimiento que produce la “instalación permanente” en este mundo. El final de su vida puede llegar en cualquier momento. De ahí la necesidad de vivir preparados para recibir la nueva y definitiva vida, la vida en Dios. Somos débiles, con peligro de despistarnos. De ahí la necesidad de vivir despiertos, pues no conocemos “el día ni la hora”.    

           Cristo ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio; está sentado a la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies. Con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados. Estas palabras de la Carta a los Hebreos sobre el sacrificio de Jesús, actualizado en cada Misa, nos llenan de esperanza. No estamos solos: Jesús nos busca a cada uno para ofrecernos su perdón en la Confesión y su Cuerpo resucitado en la Eucaristía. Como reza el salmo: “Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas, y mi carne descansa serena.(…)  Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha”.

                 

jueves, 22 de noviembre de 2012

DOMINGO 11 DE NOVIEMBRE, 2012

           En aquellos días, el profeta Elías se puso en camino hacia Sarepta y, al llegar a la puerta de la ciudad, encontró allí una viuda que recogía leña. La llamó y le dijo: -“Por favor, tráeme un poco de agua en un jarro para que beba.” Mientras iba a buscarla, le gritó: -“Por favor, tráeme también en la mano un trozo de pan.” Respondió ella: -“Te juro por el Señor, tu Dios, que no tengo ni pan; me queda sólo un puñado de harina en el cántaro y un poco de aceite en la alcuza. Ya ves que estaba recogiendo un poco de leña. Voy a hacer un pan para mí y para mi hijo; nos lo comeremos y luego moriremos.” Respondió Elías: -“No temas. Anda, prepáralo como has dicho, pero primero hazme a mí un panecillo y tráemelo; para ti y para tu hijo lo harás después. Porque así dice el Señor, Dios de Israel: “La orza de harina no se vaciará, la alcuza de aceite no se agotará, hasta el día en el que el Señor envíe la lluvia sobre la tierra.”. Ella se fue, hizo lo que le había dicho Elías, y comieron él, ella y su hijo. Ni la orza de harina se vació, ni la alcuza de aceite de agotó, como lo había dicho el Señor por medio de Elías. ¡Qué ejemplo de fe en la Palabra de  Dios, y de generosidad! Cualquiera de nosotros habría pensado primero en su propia supervivencia y, después de asegurarla, en los demás. Pero, fiada en el Dios de Israel, pone a su profeta delante de sí y de su hijo. Y Dios, que nunca se deja ganar en generosidad, salva a ella, a su hijo y a su familia de morir de hambre.

           Estando Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales. La viuda en Israel, si su marido no le había dejado medios, estaba desamparada. Ni su familia –a la que había renunciado al casarse- ni la de su marido, la acogían. No había pensión de viudedad, ni tenía posibilidad de trabajar. Llamando a sus discípulos, les dijo: -“Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.” Acaba de suceder algo grande. Nadie se ha dado cuenta, los dos reales de la viuda apenas han hecho ruido al caer en el arca de las ofrendas. Nadie se ha fijado en aquella mujer mayor vestida de negro. Pero Jesús se ha estremecido. Aquella viuda ha dado todo lo que tenía. Ningún profeta se lo ha pedido. Ha salido de ella. Con ese acto de entrega total, ha puesto su vida en manos de Dios. Jesús se conmueve. Quizá le recuerda a su Padre, que también nos ha entregado a su Hijo, todo lo que tenía. Quizá ve en la donación total de la viuda un reflejo de su propia vida, entregada por amor “hasta el fin”. Jesús quiere que los suyos le entiendan. Por eso les convoca y les explica lo que ha pasado. El quiere asociarles y asociarnos a la donación  sin límites de su Padre  y a su propia entrega amorosa en la Cruz. La Misa actualiza esa entrega de Jesús, gratis total, nos muestra  el camino para seguirle y nos da la fuerza para andar por él. Sin ella no podemos vivir vida cristiana. ¡Te necesito Jesús, más que el alimento material!
            
        Cristo se ha manifestado una sola vez, al final de la historia, para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo. Por cuanto el destino de los hombres es morir una sola vez. Y después de la muerte, el juicio. De la misma manera, Cristo se ha ofrecido una sola vez para quitar los pecados de todos.  ¡Cómo debería estremecerme yo también, en cada Comunión! Porque Tú eres ese Dios que no tiene nunca nada para sí, sino siempre para el otro. El Padre para el Hijo, el Hijo para el Padre, el Padre y el Hijo para el Espíritu Santo común. Pero tampoco el Espíritu Santo tiene nada para sí, sino todo para el Padre y el Hijo. Cada uno sólo vive y piensa para el otro, de tal forma que son un solo Dios. Jesús, en la Comunión, nos mete dentro de esa corriente trinitaria de amor y su Espíritu nos empuja a ofrecernos, a darnos gratuitamente a los demás por amor al que se dio enteramente a nosotros.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

sábado, 3 de noviembre de 2012

DOMINGO 4 NOVIEMBRE, 2012


        En aquellos días, habló Moisés al pueblo, diciendo: (...) "Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es solamente uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas. Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria." Esto es el corazón de la fe de Israel. Tres veces al día recitan los judíos estas palabras del Deuteronomio para grabarlas en su corazón, " quedarán en tu memoria." Estas palabras son un regalo de Dios, una luz que nos ayuda a orientarnos en la vida: Dios es lo primero, lo que da sentido a todo lo demás. Estamos hechos para amarle como dice  S. Agustín en "Las Confesiones": "Nos has hecho, Señor, para tí, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en tí".

         En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: -"¿Qué mandamiento es el primero de todos? "Respondió Jesús:-" El primero es: "Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser." El segundo es éste: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que éstos." La novedad cristiana que introduce aquí Jesús es unir estas dos dimensiones del amor: el amor a Dios y el amor al prójimo. No se dan uno sin el otro. Santidad es Caridad.

         El escriba replicó:-"Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios." En el Antiguo Testamento los judíos manifestaban su amor a Dios ofreciéndole sacrificios de animales. Con frecuencia la inmolación de víctimas para honrar a Dios no cambiaba el corazón y la conducta de las gentes. Por eso los profetas hacían eco a la queja de Dios: "Misericordia quiero y no sacrificios". El escriba lo había captado y por eso Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: -"No estás lejos del reino de Dios."

        “Hermanos: Ha habido multitud de sacerdotes del Antiguo Testamento, porque la muerte les impedía permanecer; como éste (Jesucristo), en cambio, permanece para siempre, tiene el sacerdocio que no pasa. De ahí que puede salvar definitivamente a los que por medio de él se acercan a Dios, porque vive siempre para interceder en su favor”. Jesús se ofrece a sí mismo en la cruz como víctima para salvarnos. Este sacrificio suyo es un hecho real, histórico, pero no queda en el pasado porque su sacerdocio "no pasa" con su muerte. La Eucaristía hace presente aquí y ahora su único sacrificio de la Cruz. En la Última Cena Jesús anticipó milagrosamente la entrega de su vida por la muerte en la Cruz y la transformó en una "ofrenda de amor". La Eucaristía introduce en nuestros corazones la manera de amar de Jesús: une el amor a su Padre y a los demás.

          Por eso la Eucaristía nos proporciona la fuerza para vivir el mandamiento que engloba toda la Ley y los Profetas. Sin ella no podemos seguir a Jesús ni reproducir en nuestra vida su amor por el Padre y por los hermanos. De ahí que la Iglesia nos exhorte para que convirtamos la Misa en el centro de nuestra vida y saquemos de ella la orientación de nuestra existencia. De la Eucaristía sale nuestra fe y nuestra manera de vivir. Ella es el espejo en que los cristianos nos miramos para ver si nuestro seguimiento de Jesús es auténtico, si, con su fuerza, convertimos nuestra existencia diaria -oración, trabajo, vida en familia, amistad, descanso, etc.- en una ofrenda amorosa unida a la de Cristo.

DOMINGO 28 OCTUBRE, 2012


             En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Así me veo yo muchas veces, Jesús: sentado al borde del camino, sin luces para mirar lo importante y quizá mendigando consuelos de aquí abajo para compensar mi falta de fe, esa fe que permite descubrirte cuando pasas a nuestro lado. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: -“Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.”¡Qué oración más sentida! No es larga, un grito que le sale del alma. Te llama Hijo de David,  Mesías Salvador. Y apela a tus entrañas de misericordia,  abiertas para todos. ¡Jesús!  ¡Ten ahora compasión de nosotros! ¡Ten compasión de mí!

              Muchos lo regañaban para que se callara. Todos hemos padecido estos reproches de personas de la propia familia o amigos que nos riñen cuando intuimos que Jesús está pasando a nuestro lado y gritamos: ¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!  “Cállate –nos dicen- no molestes, esa inquietud que notas pasará, no te compliques, eso no es una llamada divina…” Pero él gritaba más: -“Hijo de David, ten compasión de mí.” Jesús se detuvo y dijo: -“Llamadlo.” Jesús, Tú nos escuchas desde el primer grito. ¡Cómo no nos vas a escuchar, si estás siempre buscándonos para que te llamemos y te paremos! Pero te gusta que insistamos como Bartimeo o la mujer sirofenicia, quizá para fortalecer nuestra confianza en Ti. Llamaron al ciego, diciéndole: -“Ánimo, levántate, que te llama.”  Tú, Señor, llamas, y llamas. A veces en directo, otras veces por medio del ejemplo y la amistad de otros. Y tu llamada es una invitación a levantarnos, a dejar de pensar en nosotros mismos, a buscarte, a seguirte.

             Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. El manto, que antes lo era todo para él, su casa, su abrigo, su tesoro, ahora es un estorbo para saltar y dejarse conducir   -Bartimeo es ciego-  hasta Jesús. Por eso lo suelta y lo tira a un lado. ¡Jesús! que deje  a un lado lo que me impide saltar para alcanzarte, ahora como cuando oí tu llamada por primera vez. La fe exige estas obras que liberan nuestro corazón de obstáculos para amar.

            Jesús le dijo: “¿Qué quieres que haga por ti?  Muchos  piensan que acercarse a Jesús para conocerle y amarle,  meditar la Palabra de Dios que se contiene en la Escritura  para escuchar a Dios es peligroso porque seguramente con el paso del tiempo el Señor le puede invitar a seguirle y eso va a limitar su libertad. Pero cuando el ciego Bartimeo –símbolo de la falta de luces del hombre para mirar más allá de lo material- está frente a Cristo,  las palabras que escucha de labios del Mesías Salvador, Dios eterno hecho hombre, son la respuesta  típica de un siervo cuando le llama su señor: ¿Qué quieres que haga?

            El ciego le contestó: -“Maestro, que pueda ver.” Jesús le dijo: -“Anda, tu fe te ha curado.”  Jesús, que pueda ver. Mis ojos ven pero mi corazón está ciego. Gracias por esta oración que hoy me ofreces para repetir una y otra vez. Necesito cada día tu luz, ver con tus ojos, Jesús.

            La historia de Bartimeo no terminó aquí.   San Marcos nos da una información  que es única en los relatos de curaciones. Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino. Cuando ya ve el camino, en vez de dirigirse hacia donde le impulsa su inclinación humana, en vez de ir a satisfacer sus propias aspiraciones naturales, sigue a Jesús. Una vez que ha escuchado la voz de Jesús, ya no puede separarse de Él. Y lo seguía por el camino. ¿Hay alguien más libre y feliz que tú, Bartimeo, el nuevo discípulo de Jesús?