Ya llegan días –oráculo del
Señor- en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de
Judá. En aquellos días y en aquella hora, suscitaré a David un vástago legítimo
que hará justicia y derecho en la tierra. En aquellos días se salvará Judá, y
en Jerusalén vivirán tranquilos, y la llamarán así: “El Señor es nuestra
justicia”. La venida de Dios a la tierra es el acontecimiento central de la
historia. El Señor lo preparó durante siglos, anunciándolo por boca de los
profetas de Israel. En el tiempo
de
Adviento que hoy comienza, la Iglesia actualiza aquellos siglos de espera del
Mesías. Estas palabras del profeta Jeremías son una invitación a apoyarnos en
las promesas de Jesucristo, a pedir y aguardar la bendición divina para
alcanzar la visión de Dios. Hoy podemos servirnos de las palabras del salmo
para levantar nuestra alma hacia el Señor, para poner nuestra confianza en Dios
y dejarnos ayudar por Él:
“Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas:
haz que camine con lealtad; enséñame porque tú eres mi Dios y Salvador.
Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la
tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje,
desfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene
encima al mundo, pues las potencias del cielo serán sacudidas. Entonces
verán al Hijo del hombre venir en una
nube con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad
la cabeza; se acerca vuestra liberación. El evangelio de hoy es una visión
anticipada del retorno de Cristo al final de los tiempos. Con la primera venida
de Dios a la tierra comienza la última etapa de la historia humana que acabará
con la venida triunfal de Jesucristo. La
Navidad y el juicio final son dos momentos que se implican mutuamente. Dios ha
pronunciado –nos ha enviado- su Palabra, su Verbo, para salvarnos. En este
tiempo intermedio sólo cabe esperar que los hombres queramos escucharla. El
intervalo entre la primera y la segunda venida de Jesús es el plazo que se nos
da los hombres para decidir. De ahí la llamada apremiante de Jesús al final de
este pasaje de S. Lucas.
Tened
cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas,
borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel
día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad,
pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que
está por suceder y manteneros en pie ante el Hijo del hombre. Jesús nos
previene contra una manera de vivir en la que el disfrute inmoderado de lo que
se posee impide sentir la necesidad de acoger la salvación divina. Entonces el
corazón se embota y la esperanza desaparece. Sólo se busca asegurar en esta
vida los bienes materiales para calmar el anhelo de felicidad que sólo Dios
puede saciar. Se vive como en un sueño, anestesiado por el señuelo de los
placeres y distraído por el afán de novedades. Jesús, despiértame, conviérteme,
dame la lucidez de estar en la realidad, ven a mi corazón en el sacramento de
la Penitencia y de la Eucaristía, entra en mi vida con tu vida cuando medito la
Palabra de Dios cada día.
Que el
Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que
nosotros os amamos a vosotros. Se trata de pedir a Jesús que nos ayude a
cursar la asignatura central de nuestra vida: la caridad; que nos dé su manera
de querer, que es olvido de sí y entrega a los demás. Y que afiance así
vuestros corazones, de modo que os presentéis ante Dios, nuestro Padre, santos
e irreprochables, en la venida de nuestro Señor Jesús con todos sus santos. Necesito
tu fuerza, tu fortaleza, Jesús, pues yo sólo no puedo. Renueva en mí y en todos
los cristianos el deseo de ser santos.
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