viernes, 30 de noviembre de 2012

DOMINGO 2 DE DICIEMBRE, 2012


            Ya llegan días –oráculo del Señor- en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá. En aquellos días y en aquella hora, suscitaré a David un vástago legítimo que hará justicia y derecho en la tierra. En aquellos días se salvará Judá, y en Jerusalén vivirán tranquilos, y la llamarán así: “El Señor es nuestra justicia”. La venida de Dios a la tierra es el acontecimiento central de la historia. El Señor lo preparó durante siglos, anunciándolo por boca de los profetas de Israel. En el tiempo  de Adviento que hoy comienza, la Iglesia actualiza aquellos siglos de espera del Mesías. Estas palabras del profeta Jeremías son una invitación a apoyarnos en las promesas de Jesucristo, a pedir y aguardar la bendición divina para alcanzar la visión de Dios. Hoy podemos servirnos de las palabras del salmo para levantar nuestra alma hacia el Señor, para poner nuestra confianza en Dios y dejarnos ayudar por Él: “Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad; enséñame porque tú eres mi Dios y Salvador.

             Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo serán sacudidas. Entonces verán  al Hijo del hombre venir en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación. El evangelio de hoy es una visión anticipada del retorno de Cristo al final de los tiempos. Con la primera venida de Dios a la tierra comienza la última etapa de la historia humana que acabará con la venida triunfal de Jesucristo.  La Navidad y el juicio final son dos momentos que se implican mutuamente. Dios ha pronunciado –nos ha enviado- su Palabra, su Verbo, para salvarnos. En este tiempo intermedio sólo cabe esperar que los hombres queramos escucharla. El intervalo entre la primera y la segunda venida de Jesús es el plazo que se nos da los hombres para decidir. De ahí la llamada apremiante de Jesús al final de este pasaje de S. Lucas.

           Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder y manteneros en pie ante el Hijo del hombre. Jesús nos previene contra una manera de vivir en la que el disfrute inmoderado de lo que se posee impide sentir la necesidad de acoger la salvación divina. Entonces el corazón se embota y la esperanza desaparece. Sólo se busca asegurar en esta vida los bienes materiales para calmar el anhelo de felicidad que sólo Dios puede saciar. Se vive como en un sueño, anestesiado por el señuelo de los placeres y distraído por el afán de novedades. Jesús, despiértame, conviérteme, dame la lucidez de estar en la realidad, ven a mi corazón en el sacramento de la Penitencia y de la Eucaristía, entra en mi vida con tu vida cuando medito la Palabra de Dios cada día.

Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos a vosotros. Se trata de pedir a Jesús que nos ayude a cursar la asignatura central de nuestra vida: la caridad; que nos dé su manera de querer, que es olvido de sí y entrega a los demás. Y que afiance así vuestros corazones, de modo que os presentéis ante Dios, nuestro Padre, santos e irreprochables, en la venida de nuestro Señor Jesús con todos sus santos. Necesito tu fuerza, tu fortaleza, Jesús, pues yo sólo no puedo. Renueva en mí y en todos los cristianos el deseo de ser santos.

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