Antecedentes. Los antecedentes de esta ideología hay
que buscarlos en el feminismo radical y en los primeros grupos organizados a
favor de una cultura en la que prima la despersonalización absoluta de la
sexualidad. Este primer germen cobró cuerpo con la interpretación sociológica
de la sexualidad llevada a cabo por el informe Kinsey, en los años cincuenta
del siglo pasado. Después, a partir de los años sesenta, alentado por el
influjo de un cierto marxismo que interpreta la relación entre hombre y mujer
en forma de lucha de clases, se ha extendido ampliamente en ciertos ámbitos
culturales. El proceso de “deconstrucción” de la persona, el matrimonio y la
familia, ha venido después propiciado por filosofías inspiradas en el
individualismo liberal, así como por el constructivismo y las corrientes freudo-marxistas.
Primero se postuló la práctica de la sexualidad sin la apertura al don de los
hijos: la anticoncepción y el aborto. Después, la práctica de la sexualidad sin
matrimonio: el llamado “amor libre”. Luego, la práctica de la sexualidad sin
amor. Más tarde la “producción” de hijos sin relación sexual: la llamada
reproducción asistida (fecundación in vitro, etc.). Por último, con el anticipo
que significó la cultura unisex y la incorporación del pensamiento feminista
radical, se separó la “sexualidad” de la persona: ya no habría varón y mujer;
el sexo sería un dato anatómico sin relevancia antropológica. El cuerpo ya no
hablaría de la persona, de la complementariedad sexual que expresa la vocación
a la donación, de la vocación al amor. Cada cual podría elegir configurarse
sexualmente como desee.
Así se ha llegado a configurar una
ideología con un lenguaje propio y unos objetivos determinados, de los que no
parece estar ausente la intención de imponer a la sociedad una visión de la
sexualidad que, en aras de un pretendido “liberacionismo”, “desligue” a las
personas de concepciones sobre el sexo, consideradas opresivas y de otros
tiempos.
Descripción de la ideología de género. Con la expresión “ideología de
género” nos referimos a un conjunto sistemático de ideas, encerrado en sí
mismo, que se presenta como teoría científica respecto del “sexo” y de la
persona. Su idea fundamental, derivada de un fuerte dualismo antropológico, es
que el “sexo” sería un mero dato biológico: no configuraría en modo alguno la
realidad de la persona. El “sexo”, la “diferencia sexual” carecería de
significación en la realización de la vocación de la persona al amor. Lo que
existiría –más allá del “sexo” biológico– serían “géneros” o roles que, en
relación con su conducta sexual, dependerían de la libre elección del individuo
en un contexto cultural determinado y dependiente de una determinada
educación [Cfr. Congregación para la Doctrina de la
Fe, Carta sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el
mundo (31.VII.2004), n. 2: «La diferencia corpórea, llamada sexo, se minimiza,
mientras la dimensión estrictamente cultural, llamada género, queda subrayada
al máximo y considerada primaria».].
“Género”, por tanto, es, según esta
ideología un término cultural para indicar las diferencias socioculturales entre
el varón y la mujer. Se dice, por eso, que es necesario distinguir entre lo que
es “dado” por la naturaleza biológica (el “sexo”) y lo que se debe a las
construcciones culturales “hechas” según los roles o tareas que cada sociedad
asigna a los sexos (el “género”). Porque –según se afirma–, es fácil constatar
que, aunque el sexo está enraizado en lo biológico, la conciencia que se tiene
de las implicaciones de la sexualidad y el modo de manifestarse socialmente
están profundamente influidos por el marco sociocultural.
Se puede decir que el núcleo central
de esta ideología es el “dogma” pseudocientífico según el cual el ser humano
nace “sexualmente neutro”. Hay –sostienen– una absoluta separación entre sexo y
género. El género no tendría ninguna base biológica: sería una mera
construcción cultural. Desde esta perspectiva la identidad sexual y los roles
que las personas de uno y otro sexo desempeñan en la sociedad son productos
culturales, sin base alguna en la naturaleza. Cada uno puede optar en cada una
de las situaciones de su vida por el género que desee, independientemente de su
corporeidad. En consecuencia, “hombre” y “masculino” podrían designar tanto un
cuerpo masculino como femenino; y “mujer” y “femenino” podrían señalar tanto un
cuerpo femenino como masculino. Entre otros “géneros” se distinguen: el
masculino, el femenino, el homosexual masculino, el homosexual femenino, el
bisexual, el transexual, etc. La sociedad atribuiría el rol de varón o de mujer
mediante el proceso de socialización y educación de la familia. Lo decisivo en
la construcción de la personalidad sería que cada individuo pudiese elegir
sobre su orientación sexual a partir de sus preferencias. Con esos
planteamientos no puede extrañar que se “exija” que a cualquier “género sexual”
se le reconozcan los mismos derechos. De no hacerlo así, sería discriminatorio
y no respetuoso con su valor personal y social.
Sin necesidad de hacer un análisis profundo, es fácil descubrir que el marco de
fondo en el que se desenvuelve esta ideología es la cultura “pansexualista”.
Una sociedad moderna –se postula– ha de considerar bueno “usar el sexo” como un
objeto más de consumo. Y si no cuenta con un valor personal, si la dimensión
sexual del ser humano carece de una significación personal, nada impide caer en
la valoración superficial de las conductas a partir de la mera utilidad o la
simple satisfacción. Así se termina en el permisivismo más radical y, en última
instancia, en el nihilismo más absoluto. No es difícil constatar las nocivas
consecuencias de este vaciamiento de significado: una cultura que no genera
vida y que vive la tendencia cada vez más acentuada de convertirse en una
cultura de muerte [Cfr. Juan Pablo II, Evangelium vitae, n. 12.].Tomado de: CEE, "La verdad del amor humano. Orientaciones sobre el amor conyugal, la ideología de género y la legislación familiar", 26.IV,2012 , nn. 54-58
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