domingo, 9 de diciembre de 2012

DOMINGO, 9 DE DICIEMBRE, 2012

               En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y Lisanio virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. En este pasaje de su evangelio, S. Lucas sitúa el comienzo de la salvación en el marco de la historia del mundo. Con estos detallados datos históricos y cronológicos nos muestra que lo que va a narrar no son imágenes o símbolos, sino hechos concretos. El primero de ellos es éste: vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías. Dios es quien toma la iniciativa en los albores de la salvación. Así lo señala el profeta Baruc en la primera lectura: Jerusalén, Dios mostrará tu esplendor a cuantos viven bajo el cielo. Dios te dará un nombre para siempre: “Paz en la justicia” y “Gloria en la piedad”. (…) Dios traerá a tus hijos con gloria, como llevados en carroza real. Dios ha mandado abajarse a todos los montes elevados y a las colinas encumbradas, ha mandado llenarse a los barrancos hasta allanar el suelo, para que Israel camine con seguridad, guiado por la gloria de Dios. Ha mandado al boscaje y a los árboles aromáticos hacer sombra a Israel. Porque Dios guiará a Israel con alegría a la luz de su gloria, con su justicia y su misericordia.

             Vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. El desierto de Judá  es lugar de silencio, de soledad, ideal para estar a solas con Dios. Hoy se admite la necesidad de la soledad, pero se entiende por soledad un tiempo para mí sólo, para recargas las “baterías” tranquilo. La soledad de Juan y de todos los que han seguido y siguen ahora a Jesús no es un lugar terapéutico privado sino el lugar donde escuchamos la palabra de Dios haciendo silencio en nuestro interior, el lugar donde muere el viejo yo y nace uno nuevo con la conversión.

              Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados. El desierto es el lugar donde recibe la Palabra; el Jordán es el lugar donde proclama esta Palabra invitando a todos a  la conversión. Para que la salvación que Dios nos trae en Jesucristo llegue a cada uno, se precisa nuestra libre colaboración, nuestra apertura, nuestra recepción agradecida del don de Dios. La llamada a la conversión que hoy escuchamos de labios de Juan Bautista es una invitación a “cambiar de posición”. Casi sin darnos cuenta situamos nuestro yo en el centro de una circunferencia en cuya periferia colocamos todo lo demás, incluido el mismo Dios. Convertirse es “cambiar de sitio”: dejar que el centro de nuestra vida sea Dios y sus cosas.

              Juan, tomando las palabras de Isaías, dice: Una voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor. Cuando un rey viajaba por su país, iba precedido por unos heraldos que, además de anunciarle, arreglaban los caminos para facilitar su llegada. El camino del que habla Juan es nuestra actitud ante la salvación que trae Jesús. Allanad sus senderos: quita, Jesús, de mi corazón lo que estorba a tu venida. Elévense los valles: expulsa de mí la desconfianza de fondo que me impide vivir como un niño en tus brazos. Desciendan los montes y colinas: cura, Jesús, mi autosuficiencia. Que lo torcido se enderece: que mi mirada no se tuerza y te pierda de vista durante el día. Que lo escabroso se iguale: rebaja Jesús, mi egoísmo, para que aprenda a querer como  quieres tú. Y todos verán la salvación de Dios: dame tu afán de almas, enséñame a anunciarte con una efectiva preocupación por el bien de los que me rodean, mostrándoles con mi vida tu rostro misericordioso para que accedan a la alegría que sólo tú  puedes dar.

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