sábado, 3 de noviembre de 2012

DOMINGO 28 OCTUBRE, 2012


             En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Así me veo yo muchas veces, Jesús: sentado al borde del camino, sin luces para mirar lo importante y quizá mendigando consuelos de aquí abajo para compensar mi falta de fe, esa fe que permite descubrirte cuando pasas a nuestro lado. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: -“Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.”¡Qué oración más sentida! No es larga, un grito que le sale del alma. Te llama Hijo de David,  Mesías Salvador. Y apela a tus entrañas de misericordia,  abiertas para todos. ¡Jesús!  ¡Ten ahora compasión de nosotros! ¡Ten compasión de mí!

              Muchos lo regañaban para que se callara. Todos hemos padecido estos reproches de personas de la propia familia o amigos que nos riñen cuando intuimos que Jesús está pasando a nuestro lado y gritamos: ¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!  “Cállate –nos dicen- no molestes, esa inquietud que notas pasará, no te compliques, eso no es una llamada divina…” Pero él gritaba más: -“Hijo de David, ten compasión de mí.” Jesús se detuvo y dijo: -“Llamadlo.” Jesús, Tú nos escuchas desde el primer grito. ¡Cómo no nos vas a escuchar, si estás siempre buscándonos para que te llamemos y te paremos! Pero te gusta que insistamos como Bartimeo o la mujer sirofenicia, quizá para fortalecer nuestra confianza en Ti. Llamaron al ciego, diciéndole: -“Ánimo, levántate, que te llama.”  Tú, Señor, llamas, y llamas. A veces en directo, otras veces por medio del ejemplo y la amistad de otros. Y tu llamada es una invitación a levantarnos, a dejar de pensar en nosotros mismos, a buscarte, a seguirte.

             Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. El manto, que antes lo era todo para él, su casa, su abrigo, su tesoro, ahora es un estorbo para saltar y dejarse conducir   -Bartimeo es ciego-  hasta Jesús. Por eso lo suelta y lo tira a un lado. ¡Jesús! que deje  a un lado lo que me impide saltar para alcanzarte, ahora como cuando oí tu llamada por primera vez. La fe exige estas obras que liberan nuestro corazón de obstáculos para amar.

            Jesús le dijo: “¿Qué quieres que haga por ti?  Muchos  piensan que acercarse a Jesús para conocerle y amarle,  meditar la Palabra de Dios que se contiene en la Escritura  para escuchar a Dios es peligroso porque seguramente con el paso del tiempo el Señor le puede invitar a seguirle y eso va a limitar su libertad. Pero cuando el ciego Bartimeo –símbolo de la falta de luces del hombre para mirar más allá de lo material- está frente a Cristo,  las palabras que escucha de labios del Mesías Salvador, Dios eterno hecho hombre, son la respuesta  típica de un siervo cuando le llama su señor: ¿Qué quieres que haga?

            El ciego le contestó: -“Maestro, que pueda ver.” Jesús le dijo: -“Anda, tu fe te ha curado.”  Jesús, que pueda ver. Mis ojos ven pero mi corazón está ciego. Gracias por esta oración que hoy me ofreces para repetir una y otra vez. Necesito cada día tu luz, ver con tus ojos, Jesús.

            La historia de Bartimeo no terminó aquí.   San Marcos nos da una información  que es única en los relatos de curaciones. Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino. Cuando ya ve el camino, en vez de dirigirse hacia donde le impulsa su inclinación humana, en vez de ir a satisfacer sus propias aspiraciones naturales, sigue a Jesús. Una vez que ha escuchado la voz de Jesús, ya no puede separarse de Él. Y lo seguía por el camino. ¿Hay alguien más libre y feliz que tú, Bartimeo, el nuevo discípulo de Jesús?

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