En aquel tiempo, al salir
Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo
de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Así me veo
yo muchas veces, Jesús: sentado al borde del camino, sin luces para mirar lo
importante y quizá mendigando consuelos de aquí abajo para compensar mi falta
de fe, esa fe que permite descubrirte cuando pasas a nuestro lado. Al oír
que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: -“Hijo de David, Jesús, ten compasión
de mí.”¡Qué oración más sentida! No es larga, un grito que le sale del
alma. Te llama Hijo de David, Mesías
Salvador. Y apela a tus entrañas de misericordia, abiertas para todos. ¡Jesús! ¡Ten ahora compasión de nosotros! ¡Ten
compasión de mí!
Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. El manto, que antes lo era todo para él, su casa, su abrigo, su tesoro, ahora es un estorbo para saltar y dejarse conducir -Bartimeo es ciego- hasta Jesús. Por eso lo suelta y lo tira a un lado. ¡Jesús! que deje a un lado lo que me impide saltar para alcanzarte, ahora como cuando oí tu llamada por primera vez. La fe exige estas obras que liberan nuestro corazón de obstáculos para amar.
Jesús
le dijo: “¿Qué quieres que haga por ti? Muchos
piensan que acercarse a Jesús para conocerle
y amarle, meditar la Palabra de Dios que
se contiene en la Escritura para
escuchar a Dios es peligroso porque seguramente con el paso del tiempo el Señor
le puede invitar a seguirle y eso va a limitar su libertad. Pero cuando el
ciego Bartimeo –símbolo de la falta de luces del hombre para mirar más allá de
lo material- está frente a Cristo, las
palabras que escucha de labios del Mesías Salvador, Dios eterno hecho hombre, son
la respuesta típica de un siervo cuando
le llama su señor: ¿Qué quieres que haga?
El ciego le contestó: -“Maestro, que pueda ver.” Jesús le
dijo: -“Anda, tu fe te ha curado.” Jesús,
que pueda ver. Mis ojos ven pero mi corazón está ciego. Gracias por esta
oración que hoy me ofreces para repetir una y otra vez. Necesito cada día tu
luz, ver con tus ojos, Jesús.
La
historia de Bartimeo no terminó aquí. San
Marcos nos da una información que es
única en los relatos de curaciones. Y al momento recobró la vista y lo
seguía por el camino. Cuando ya ve el camino, en vez de dirigirse hacia
donde le impulsa su inclinación humana, en vez de ir a satisfacer sus propias
aspiraciones naturales, sigue a Jesús. Una vez que ha escuchado la voz de
Jesús, ya no puede separarse de Él. Y lo seguía por el camino. ¿Hay
alguien más libre y feliz que tú, Bartimeo, el nuevo discípulo de Jesús?
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