lunes, 4 de marzo de 2013

DOMINGO 24 DE FEBRERO, 2013

             En aquel tiempo, Jesús toma consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, sube aparte con ellos solos a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Sólo S. Lucas menciona el motivo -subió a lo alto del monte para orar-  y da la clave para entender este acontecimiento: Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor.  Jesús conversa con su Padre, en una perfecta compenetración. Cuando Moisés bajó del monte Sinaí, donde le había hablado Dios, tenía radiante la piel de la cara, relata el Éxodo. Esa luz  que emanaba del rostro de Moisés venía de fuera. En el caso de Jesús, Él mismo es la Luz, es Dios Hijo, Luz de Luz, por eso su resplandor viene de dentro, reverbera en su humanidad la gloria de su divinidad.

            Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Aquí se hace visible lo que Jesús resucitado explicará a los discípulos de Emaús: que la Ley -representada por Moisés-  y los Profetas  -representados por Elías- hablan de Jesús. De nuevo S. Lucas nos dice de qué hablaban: hablaban de su éxodo, que él iba a consumar en Jerusalén. El éxodo de Jesús es su salida de esta vida a través de la Cruz - “mar Rojo”, color de sangre- que iba a  sufrir en Jerusalén para alcanzar la gloria. El tema de la charla de Elías y Moisés con Jesús es la Pasión de Cristo. Mientras hablan con el Transfigurado, nos enseñan que esa Pasión nos salva, porque se transforma en luz, en liberación y gozo. El episodio de la Transfiguración ilumina el camino escogido por Dios para salvarnos: la Pasión y Muerte del Hijo. Desde ahora, toda la Escritura –la Ley y los Profetas- ha de ser leída a la luz de esta revelación novedosa. Benedicto XVI comenta en su libro “Jesús de Nazaret”: “Tenemos que dejar que el Señor nos introduzca de nuevo en su conversación con Moisés y Elías; tenemos que aprender a comprender  la Escritura de nuevo a partir de Él, el Resucitado”.

            Entonces Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. No sabía qué decir, pues estaban asustados. En esos días, los judíos  celebraban la fiesta de las Tiendas, para recordar y agradecer la protección de Dios  cuando Israel vivía en tiendas al atravesar el desierto camino de la tierra prometida. Una de las características de los tiempos mesiánicos era que los justos vivirían en las “moradas divinas”, de las cuales eran figura las tiendas de Israel. Por eso Pedro, al ver a Jesús transfigurado, piensa que en ese momento se ha hecho realidad lo que esperaban con la fiesta de las Tiendas. El Papa comenta: “Al bajar del monte, Pedro debe aprender a comprender de un modo nuevo que el tiempo mesiánico es, en primer lugar, el tiempo de la cruz; y que la transfiguración –ser luz en virtud del Señor y con Él- comporta nuestro ser abrasados por la luz de la pasión”.

           Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: “Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo”. Durante la travesía por el desierto, la presencia de Dios se manifestaba en forma de nube que cubría con su sombra la “tienda del encuentro”. Ahora, Jesús es la Tienda donde habita Dios, y su sombra cubre a sus amigos. Se repite la escena del Bautismo de Cristo, cuando el Padre proclama a Jesús como su Hijo, el amado. Y añade: “Escuchadlo”: un mandato del Padre. Escuchar al Hijo, su Palabra, es meditar la Escritura Santa. A través de esas “palabras de vida eterna”, leídas y meditadas según el sentir de la Iglesia, Dios se pone en contacto con nosotros.  Jesús, que yo y todos los cristianos nos alimentemos con tu Palabra cada día.

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