lunes, 18 de marzo de 2013

DOMINGO 10 DE MARZO, 2013

           Solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Ese acoge a los pecadores y come con ellos». Jesús les dijo esta parábola. «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”. El padre les repartió los bienes. La parábola del padre misericordioso y sus dos hijos está dirigida a los fariseos y escribas  que critican a Jesús. Para ellos un pecador siempre es y será un pecador y como tal ha de ser condenado y rechazado. Al mismo tiempo, con esta parábola Jesús nos revela el corazón de su Padre celestial y el suyo, en sintonía perfecta con su Padre. La herencia que Dios nos ha repartido es nuestra propia vida, nuestra libertad personal, aunque sabe que la vamos a usar mal.
         No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada. Recapacitando entonces, se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre.  Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti;  ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”.  Se levantó y vino a donde estaba su padre” Después de derrochar su herencia –su “sustancia”, es decir, su mismo ser que, al pecar, se deteriora- el hijo menor acaba perdiendo su dignidad: tiene que trabajar como criado, dedicarse a cuidar cerdos,   -animal inmundo para los judíos-, y al llegar la carestía comienza a padecer  hambre.
           Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.  Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Pero el padre dijo a sus criados: “Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”. Y empezaron a celebrar el banquete. Su padre le reconoce de lejos porque cada día subía a la loma cercana a la casa para ver si venía su hijo. El padre no le espera, sino que sale a por él, “echando a correr”. Al ver el estado en que se halla –flaco, desarrapado, sucio, casi irreconocible- el padre le abraza y le llena de besos, no le deja hablar. Así es nuestro Padre Dios. Ojalá mantuviésemos esta imagen de Dios en nuestro pensamiento constantemente. La mejor túnica y el anillo son expresiones de la dignidad de hijo del rey que su padre le devuelve. No le recrimina, no le castiga, sino que hace una fiesta.
            Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Este le contestó: “Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”. Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Entonces él respondió a su padre: “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”. Él le dijo: “Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo;  pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”».El hijo mayor se comporta de manera impecable pero no comprender la misericordia de su padre. Piensa que a su hermano habría que humillarle, y no hacer una fiesta en su honor. Él ni le considera ya hermano, le llama “ese hijo tuyo”. Después echa en cara a su padre que nunca le haya regalado un cabrito. Este hijo representa a los fariseos y letrados, y a todos los que ven la religión como un “cumplir unas obligaciones exteriores” y lo hacen, pero no tienen la relación filiar y gradecida con su padre que ahora tiene el hijo menor. Cumplen, pero no aman. Por eso no entienden la misericordia y la generosidad de nuestro Padre Dios. Jesús, ayúdanos a volver a ti una y otra vez como el hijo pequeño.

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