sábado, 4 de mayo de 2013

DOMINGO 28 DE ABRIL, 2013


Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: “Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará”. La gloria de Dios y, por tanto, también la de Jesús, es la gloria de amar. La glorificación de Jesús comienza cuando inicia su Pasión. En ella, movido por un amor inmenso, lleva a cabo voluntariamente el plan de su Padre que nos entrega a su Hijo para que dé la vida por nosotros. En el amor con que Jesús se abraza a la Cruz está la semilla de su resurrecc
ión. El misterio Pascual aúna la Pasión, la Muerte y la Resurrección de Jesús.
 
             Hijitos, me queda poco de estar con vosotros. (…) Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros» Jesús quiere prolongar de un modo nuevo su presencia en el mundo después de su partida al Padre por la muerte en la Cruz. Se queda en la Eucaristía, en su Palabra, custodiada por la Iglesia en  la Sagrada Escritura, y en el amor con que los suyos debemos amar, que es el mismo amor con que Jesús nos ama. Este mandamiento, resumen y culminación de la Ley de Cristo, es nuevo porque su referencia es la misma persona de Jesús y especialmente la entrega amorosa de su vida en la Cruz. Jesús, ¿me identifican como discípulo tuyo por mi modo de querer? ¿Está en mí tu amor generoso, sin límites, universal, capaz de transformar las circunstancias negativas y los obstáculos en ocasión de servir y entregar mi vida a los demás por Ti? Porque tú transformaste la peor situación –rechazado, escarnecido, abandonado, condenado, ajusticiado- en oportunidad de ofrecernos el amor más grande.
 
              Pablo y Bernabé, después de predicar el Evangelio en aquella ciudad y de ganar bastantes discípulos, volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquía, animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios. Pablo ha experimentado que para amar como Jesús hay que pasar por muchas tribulaciones, como el Señor le había revelado a Ananías refiriéndose a Pablo:”Yo le mostraré lo que tiene que sufrir por mi nombre”. Realmente amar como Jesús nos supera. Tenemos en nosotros muchas tendencias que se oponen al amor y provocan divisiones, resentimientos, rencores, odios… Pero Jesús no nos ha dejado solos. La fuerza para amar como Él nos la ofrece en la Eucaristía. Cuando recibimos a Jesús, entra en nosotros su corazón repleto de amor-entrega. Por eso, contigo dentro, Jesús, nosotros podemos decir como Santiago y Juan: “Podemos”.
 
              Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe.  Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén que descendía del cielo, de parte de Dios, preparada como una esposa que se ha adornado para su esposo.  Y oí una gran voz desde el trono que decía: «He aquí la morada de Dios entre los hombres, y morará entre ellos, y ellos serán su pueblo, y el “Dios con ellos” será su Dios».  Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor, porque lo primero ha desaparecido.  Y dijo el que está sentado en el trono: «Mira, hago nuevas todas las cosas». Esta renovación de cielos y tierra es el resultado final de la resurrección de Jesús. Con ella comienza una cadena de transformaciones que culminará en esta escena de la Apocalipsis. Nosotros ahora estamos inmensos en este proceso de “renovación” de todas las cosas. Viviendo el “mandamiento nuevo” colaboramos con Dios a preparar este mundo nuevo  en el que Dios enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor, porque lo primero ha desaparecido. Vale la pena.
                                                                                                                    

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