Y sucedió que, cuando todo el
pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado; y, mientras oraba, se
abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre él con apariencia corporal
semejante a una paloma y vino una voz del cielo: “Tú eres mi Hijo, el amado; en
ti me complazco”. Jesús está en oración. Dialoga con su Padre, que le ha
enviado al mundo para que cargue con la culpa de toda la humanidad. Al ponerse
a la cola para ser bautizado, Jesús abraza el querer de su Padre, y se
solidariza con todos los pecadores. La inmersión en el agua es una anticipación
de su muerte y sepultura; y la salida del río, un acto de confianza en su Padre
que le resucitará. Con esta humillación,
Jesús acepta “un bautismo de sangre”, su muerte en la Cruz.
El profeta Isaías nos presenta en la
primera lectura un retrato interior del “Siervo de Dios”, como llama al
personaje que vendrá para restablecer la alianza rota por nuestros pecados: Mirad
a mi Siervo, a quien sostengo; mi elegido, en quien me complazco. Jesús se
hace nuestro siervo, desde que nace en Belén hasta su muerte en el Calvario, y
resume toda su vida cuando lava los pies a sus discípulos, oficio del último
esclavo de la casa. He puesto mi espíritu sobre él, manifestará la justicia
a las naciones. Mesías significa “ungido”. Jesús fue ungido con el Espíritu
Santo.
No gritará, no clamará, no
voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no
la apagará. Así describe el profeta Isaías la mansedumbre de Jesús y su
humildad de corazón. No vendrá con violencia, no arrasará a los enemigos de Israel. Se pondrá a disposición de todos, se dejará
perseguir, insultar, calumniar y malinterpretar. Se dejará conducir al
suplicio “como un cordero que es llevado
al matadero”, pero su amor vencerá a la muerte, y el poder de su bondad a la
maldad del pecado, y su humildad a la arrogancia del demonio.
Manifestará la justicia con
verdad. No vacilará ni se quebrará, hasta implantar la justicia en el país. Con
esta firmeza Jesús hace frente a su pasión. No se echó atrás, sino que marchó
voluntariamente a Jerusalén para ser crucificado. Cuando le arrestaron, impidió
a sus discípulos que le defendieran: quería “beber el cáliz” hasta el final, para
traernos la salvación.
Yo, el Señor, te he llamado en mi
justicia, te cogí de la mano, te formé e hice de ti alianza de un pueblo y luz
de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos
de la cárcel, de la prisión a los que habitan en tinieblas. Esta es la
misión del “Siervo de Dios”, que encarna Jesús, y transmite a los suyos
mediante el Bautismo. Hoy es un día para tomar conciencia de la misión que
hemos recibidos al ser sepultados en la muerte de Cristo y resucitar con Él:
dejar a Jesús vivir en nosotros para mostrarle a los demás con nuestra
conducta, que ha de reproducir la suya en toda
circunstancia.
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