miércoles, 9 de enero de 2013

FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR, 13 ENERO 2012

             Como el pueblo estaba expectante y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió dirigiéndose a todos: “Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará con Espíritu Santo y fuego.” El bautismo de Juan era un rito que preparaba para acoger la salvación del Mesías. La gente venía al Jordán, confesaban sus pecados y Juan les sumergía en el río y les levantaba. La inmersión simbolizaba la muerte a la vida anterior, como si el agua fuese un sepulcro. La salida del agua expresaba el deseo de renacer a una vida nueva. 

            Y sucedió que, cuando todo el pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado; y, mientras oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre él con apariencia corporal semejante a una paloma y vino una voz del cielo: “Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco”. Jesús está en oración. Dialoga con su Padre, que le ha enviado al mundo para que cargue con la culpa de toda la humanidad. Al ponerse a la cola para ser bautizado, Jesús abraza el querer de su Padre, y se solidariza con todos los pecadores. La inmersión en el agua es una anticipación de su muerte y sepultura; y la salida del río, un acto de confianza en su Padre que le resucitará. Con esta humillación,  Jesús  acepta  “un bautismo de sangre”, su muerte en la Cruz.
           El profeta Isaías nos presenta en la primera lectura un retrato interior del “Siervo de Dios”, como llama al personaje que vendrá para restablecer la alianza rota por nuestros pecados: Mirad a mi Siervo, a quien sostengo; mi elegido, en quien me complazco. Jesús se hace nuestro siervo, desde que nace en Belén hasta su muerte en el Calvario, y resume toda su vida cuando lava los pies a sus discípulos, oficio del último esclavo de la casa. He puesto mi espíritu sobre él, manifestará la justicia a las naciones. Mesías significa “ungido”. Jesús fue ungido con el Espíritu Santo.

            No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará. Así describe el profeta Isaías la mansedumbre de Jesús y su humildad de corazón. No vendrá con violencia, no  arrasará a los enemigos de Israel.  Se pondrá a disposición de todos, se dejará perseguir, insultar, calumniar y malinterpretar. Se dejará conducir al suplicio  “como un cordero que es llevado al matadero”, pero su amor vencerá a la muerte, y el poder de su bondad a la maldad del pecado, y su humildad a la arrogancia del demonio.
            Manifestará la justicia con verdad. No vacilará ni se quebrará, hasta implantar la justicia en el país. Con esta firmeza Jesús hace frente a su pasión. No se echó atrás, sino que marchó voluntariamente a Jerusalén para ser crucificado. Cuando le arrestaron, impidió a sus discípulos que le defendieran: quería “beber el cáliz” hasta el final, para traernos la salvación.

            Yo, el Señor, te he llamado en mi justicia, te cogí de la mano, te formé e hice de ti alianza de un pueblo y luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la cárcel, de la prisión a los que habitan en tinieblas. Esta es la misión del “Siervo de Dios”, que encarna Jesús, y transmite a los suyos mediante el Bautismo. Hoy es un día para tomar conciencia de la misión que hemos recibidos al ser sepultados en la muerte de Cristo y resucitar con Él: dejar a Jesús vivir en nosotros para mostrarle a los demás con nuestra conducta, que ha de reproducir la suya en toda  circunstancia.   

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