viernes, 12 de octubre de 2012

DOMINGO 14 DE OCTUBRE, 2012


          En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: -“Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?” Jesús le contestó: -“¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre.” Él replicó: -“Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño.” Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: -“Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme.” A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico. Entremos en el corazón de este joven. Tu mirada de cariño, Jesús, es el momento cumbre de su vida. ¿Hay algo mejor? ¿Qué es el cielo, sino esa mirada amorosa de Dios? Entonces, ¿por qué frunce el ceño y se marcha cuando Jesús le invita a seguirle? Le entró un miedo terrible. ¿A qué? A un futuro sin más seguridad que la mirada de Jesús. Se angustió porque el Señor le pidió que vendiese todo lo que tenía y diese el dinero a los pobres. El dinero era su pasado, su presente, su futuro, su seguridad, sus proyectos, su prestigio, su historia, su familia. Jesús le pide que se libere de todo eso y se ponga incondicionalmente en sus manos. Sin nada. ¿Sin mis riquezas, sin mi futuro asegurado por ellas? ¿Un salto al vacío?  Se va porque no puede saltar. Está atado. Para seguir a Jesús hace falta un corazón  libre para amar, y romper todas las ataduras requiere mucho coraje. Es  jugarse todo a una carta.

           Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: -“¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios!” ¿Quiénes son esos ricos? Los que se apegan a sus posesiones o riquezas. La cuantía de esas riquezas es lo de menos. Puede haber ricos que no estén apegados a sus bienes: algunas de las mujeres que seguían a Jesús y le ayudaban con sus bienes eran seguramente de familias acomodadas; e igual José de Arimatea, el propio Zaqueo, o  Mateo, el publicano. Del mismo modo puede haber pobres que no estén dispuestos a renunciar a algo de lo que poseen para ayudar a otros.

           Los discípulos se extrañaron de estas palabras. Se asombran porque el Antiguo Testamento habla de las riquezas de manera positiva: están prometidas a los que siguen la Ley del Señor. Jesús añadió: -“Hijos ¡qué difícil les es entrar en el reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios.” Ellos se espantaban y comentaban: -“Entonces, ¿quién puede salvarse? “Jesús se les quedó mirando y les dijo: -“Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo.” El apegamiento a los bienes materiales, en sí mismos buenos, nos vuelve ciegos a las necesidades de los demás. Jesús le pide al joven rico que venda sus bienes para dar ese dinero a los pobres. Hoy podemos examinar nuestro corazón para ver si, en la vida de cada día, damos al dinero el principal lugar en nuestro corazón (se nota, por ejemplo, cuando es el tema más frecuente de conversación) o bien tenemos el valor de reconocer que las cosas esenciales de nuestra vida son nuestra relación con Dios y con los demás.

           La palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo, penetrante hasta el punto donde se divide alma y espíritu, coyunturas y tuétanos. Juzga los deseos e intenciones del corazón. Jesús, ¡que tu Palabra despierte en mi interior el deseo de ponerte a Ti y a los demás por encima de todo lo demás! Yo sé bien que el dinero y los bienes materiales pueden darme una cierta felicidad momentánea,  pero no  la alegría permanente que aplaca la sed de mi corazón. Ese gozo sólo lo das Tú.

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