jueves, 4 de octubre de 2012

DOMINGO 7 DE OCTUBRE, 2012


             El Señor Dios se dijo: “No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que le ayude”. Hemos sido creados a imagen de Dios. Dios  es Amor. Por eso junto al varón creó Dios a la mujer, para hacerles capaces de vivir en un amor que refleje el amor que Dios nos tiene, un amor fiel. Entonces el Señor Dios dejó caer sobre el hombre un letargo, y el hombre se durmió. Le sacó una costilla y le cerró el sitio con carne. Y el Señor Dios trabajó la costilla que le había sacado al hombre, haciendo una mujer, y se la presentó al hombre. El hombre dijo: -“¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Su nombre será Mujer, porque ha salido del hombre. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne”. Una sola carne, significa una única realidad, indivisible, indestructible.

             Al principio de la creación  Dios “los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne”. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre. Jesús rectifica la permisividad  -“por vuestra terquedad” -del divorcio mosaico  (el marido podía dar a la mujer un acta de repudio) remitiéndose al plan original de Dios y nos ofrece la verdadera interpretación del texto del Génesis. La íntima unión del hombre y la mujer, origen de la familia, no procede sólo de una decisión de los dos, sino del mismo acto creador de Dios. Por el eso el hombre no la puede romper.

             La enseñanza de Jesús es exigente, pero consecuente: el amor auténtico implica permanencia,  fidelidad. Sólo así refleja el amor de Dios a nosotros. La fidelidad es la perfección del amor matrimonial. De ella depende la estabilidad de la familia, necesaria para el crecimiento y la educación de los hijos.

            La fidelidad matrimonial se parece  al camino que todos los bautizados hemos de recorrer para seguir a Jesucristo. Nadie nace santo. La vida espiritual está hecha de caídas y levantadas, de alejamientos y conversiones. Crecemos cuando volvemos a empezar, pues nos apartamos de Él casi sin darnos cuenta. Somos barro. Muchos atraviesan la “noche oscura del alma”, períodos a veces largos de crisis, de dudas, de tinieblas, con el sentimiento de haber perdido a Dios sin saber por qué. Basta leer las Memorias de la Beata Teresa de Calcuta. Es la poda del amor que hace Dios a sus amadores más fuertes, antes de llevarles a la cumbre.

          La perfección del amor, la fidelidad, es una aventura, una conquista. El matrimonio no es un producto de “usar y tirar”, sino de “usar y remendar”. Nuestras abuelas eran capaces de hacer remiendos invisibles. Quizá hoy necesitamos aprender a “poner remiendos” a las roturas y heridas que acompañan cualquier relación entre personas libres. La sabiduría está en intervenir al primer síntoma ante los ataques de fuera –atracción de otras personas- y ante los ataques  dentro de nosotros: enfados, orgullo, obsesión con los defectos del otro/a, imaginación que presenta engañosamente la rotura como solución, palabras-puñales que no se borran, ambiente divorcista, etc. Pero Jesús va por delante: Dios, para quien y por quien existe todo, juzgó conveniente, para llevar una multitud de hijos a la gloria, perfeccionar y consagrar con sufrimientos al guía de su salvación.  La fidelidad nos hace parecidos a Jesús, y de ahí viene la alegría “que el mundo no puede dar”.    

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