En
aquel tiempo, dijo Jesús: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y
ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre,
y nadie las arrebatará de mi mano. Jesús nos habla, al final de la alegría
del Buen Pastor, sobre las características de nuestra amistad con Él. Para que
esa relación sea profunda, lo primero es escuchar su voz, la Palabra de Dios.
Para seguir a Jesús hemos de meditar la Sagrada Escritura y, en particular, los
Evangelios, corazón de la Biblia. Sin la lectura meditada de la Palabra de
Dios, tal como nos la ofrece la Iglesia, nuestra relación con Jesús será
superficial y apenas se reflejará en la vida.
Mi
Padre, que me las ha dado, es mayor que todo, y nadie puede arrebatarlas de la
mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno”. Nuestro
acercamiento a Jesús realmente es iniciativa del Padre celestial, como dijo el
Señor en otra ocasión: “Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que
me ha enviado”. La fuerza de nuestro amor a Jesús está basada en la fe, la
esperanza y el amor, en los sacramentos, dones de Dios. El
Buen Pastor nos conoce personalmente y nosotros, meditando su Palabra con las
luces del Espíritu Santo, entramos en comunión con Jesús, Camino y Puerta para
entrar en Dios-Trinidad.
Disuelta
la asamblea sinagogal, muchos judíos y prosélitos adoradores de Dios siguieron
a Pablo y Bernabé, que hablaban con ellos exhortándolos a perseverar fieles a
la gracia de Dios. El sábado siguiente, casi toda la ciudad acudió a oír
la palabra del Señor. Al ver el gentío, los judíos se llenaron de envidia
y respondían con blasfemias a las palabras de Pablo. Entonces Pablo y
Bernabé dijeron con toda valentía: «Teníamos que anunciaros primero a vosotros
la palabra de Dios; pero como la rechazáis y no os consideráis dignos de la
vida eterna, sabed que nos dedicamos a los gentiles. Así nos lo ha
mandado el Señor: Yo te he puesto como luz de los gentiles, para que lleves la
salvación hasta el confín de la tierra». Cuando los gentiles oyeron esto, se
alegraron y alababan la palabra del Señor; y creyeron los que estaban
destinados a la vida eterna. Muchos judíos escucharon y se adhirieron a Jesús
cuando Pablo y Bernabé hablaron de Él en la sinagoga de Antioquía de Pisidia.
Pero otros tuvieron celos porque pensaban que la salvación era exclusivamente
para los judíos. Con esta actitud se cierran a amor universal del Padre, y por
eso rechazan a Jesús.
Yo
les doy la vida eterna, dice Jesús. No os consideráis dignos de la vida
eterna, espeta Pablo a los judíos que rechazan a Jesús. La fe es semilla de
vida eterna. Cuando recibimos los sacramentos, especialmente la Sagrada Eucaristía,
la vida eterna, vida de Dios, entra en
nosotros. Después de esto vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría
contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del
trono y delante del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en
sus manos. Y
uno de los ancianos me dijo: «Estos que están vestidos con vestiduras blancas,
¿quiénes son y de dónde han venido?». Yo le respondí: «Señor mío, tú lo
sabrás». Él me respondió: «Estos son los que vienen de la gran tribulación: han
lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero. Los santos no han
vivido una existencia perfecta, sin manchas, sin pecados, sino que se han
dejado curar por el Buen Pastor: Porque el Cordero que está delante del
trono los apacentará y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas. Jesús,
Buen Pastor convertido en Cordero degollado y resucitado, danos el buen alimento
de tu Palabra y guíanos en esta vida hacia Ti, única fuente de aguas vivas.
Condúcenos al sacramento de la reconciliación cuando nos veamos manchados por
nuestros pecados y faltas.