En aquellos días, el Señor
bajó de la nube, habló con Moisés y, apartando algo del espíritu que poseía, se
lo pasó a los setenta ancianos. Al posarse sobre ellos el espíritu, se pusieron
a profetizar enseguida. Habían quedado en el campamento dos del grupo, llamados
Eldad y Medad. Aunque estaban en la lista, no habían acudido a la tienda. Pero
el espíritu se posó sobre ellos, y se pusieron a profetizar en el campamento.
Un muchacho corrió a contárselo a Moisés: -“Eldad y Medad están profetizando en
el campamento.”Josué, hijo de Nun, ayudante de Moisés desde joven, intervino:
-“Señor mío, Moisés, prohíbeselo.” Moisés le respondió: -“¿Estás celoso de mí?
¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del
Señor!” Al Espíritu del Señor, que “sopla donde quiere”, no se le
puede poner barreras “organizativas” desde fuera. Eldad y Medad estaban entre
los elegidos, pero no habían acudido al lugar previsto. La acción de Dios no
tiene por qué ceñirse a unos cauces preestablecidos.
En
aquel tiempo, dijo Juan a Jesús: -“Maestro, hemos visto a uno que echaba
demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los
nuestros.” Jesús respondió: -“No se lo impidáis, porque uno que hace milagros
en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra vosotros
está a favor vuestro. Y, además, el que os dé a beber un vaso de agua, porque
seguís al Mesías, os aseguro que no se quedará sin recompensa. Gracias,
Jesús, por esta lección de apertura de mente, gracias por corregir nuestra
tendencia al exclusivismo, a poner límites a tu acción salvadora. Tú puedes, Señor,
suscitar también actitudes cristianas –el vaso de agua ofrecido gratuitamente- fuera de la Iglesia y recompensar a quienes
obran el bien.
Vuestra riqueza está corrompida. (…) Habéis vivido en
este mundo con lujo y entregados al placer. Os habéis cebado para el día de la
matanza. Condenasteis y matasteis al justo; él no es resiste. Tú eres mi
riqueza, Jesús.