lunes, 3 de septiembre de 2012

DOMINGO 9 SEPTIEMBRE, 2012


Decid a los cobardes de corazón: “Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios que trae el desquite, viene en persona, resarcirá y os salvará.” Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará. Porque han brotado aguas en el desierto, torrentes en la estepa; el páramo será un estanque, lo reseco, un manantial. Con estas palabras, el profeta Isaías anima a los judíos exiliados en Babilonia y les anuncia una futura  intervención de Dios, que llevará a cabo curaciones asombrosas. Esos milagros que Isaías predijo los realizó siglos después Jesús, Dios hecho hombre, nuestro Salvador. 

            En aquel tiempo, dejó Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron a un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos. Aquí la sordera y la mudez no es sólo una enfermedad, -muy penosa por cierto, porque impide que la persona pueda comunicarse-  sino el símbolo de la situación en que se encontraba el pueblo de Israel cuando no quería escuchar a Dios y caía en la “dureza de corazón”. Jesús, además de cumplir la profecía con que Isaías había anunciado la llegada del Mesías Salvador: “los oídos del sordo se abrirán”, se nos muestra en esta curación como el que viene a devolvernos la capacidad de escuchar la Palabra de Dios y, como consecuencia, de responderle con una vida nueva.

            El, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Jesús no busca el espectáculo, por eso se separa un poco de los que le siguen. Al usar los dedos de sus manos y la saliva de su boca para curar nos muestra que Él es el Dios hecho hombre por la Encarnación. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: -“Éffeta”, esto es: “Ábrete.”Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. Primero mira al cielo porque el milagro que va a realizar es una obra de su Padre; después lanza un suspiro porque está lleno del Espíritu Santo que le guía; finalmente, resuena esa palabra –que Marcos nos conserva en arameo, tal como salió de la boda de Jesús: “Éffeta”, “ábrete”- que no sólo produce la curación corporal sino la apertura a la Palabra de Dios para Israel y para toda la humanidad.

            La Iglesia ha conservado hasta hoy el gesto de Jesús al curar a este sordomudo   -incluso la palabra “Éffeta”-  al administrar el Bautismo, que da la capacidad de escuchar la Palabra de Dios y, por tanto, de entrar en comunicación con Dios. Con el Bautismo Jesús cura además de la sordera, la mudez: nos da la facultad de hablar a Dios, que es orar y alabar, y de hablar de Dios, dando testimonio de la propia fe. Así es como los bautizados entran en la familia de Dios, la Iglesia, al entrar en comunión con Dios.

            Hermanos míos: No juntéis la fe en nuestro Señor Jesucristo glorioso con el favoritismo. Por ejemplo: llegan dos hombres a la reunión litúrgica. Uno va bien vestido y hasta con anillos en los dedos; el otro es un pobre andrajoso. Veis al bien vestido  y le decís: “Por favor, siéntate aquí, en el puesto reservado.” Al pobre en cambio: “Estáte ahí de pie o siéntate en el suelo”. ¡Jesús!, abre mi corazón para escuchar tu Palabra en la Sagrada Escritura;  y ayúdame a responderte no sólo con la boca, sino con la vida, con una vida de fe que obra por la caridad. Líbrame de actuar por favoritismos personales, que son expresión de egoísmo, pues hacemos favores a alguien para recibir favores de ella; que mis favores vayan siempre a los que no pueden devolverlos, los necesitados, tus predilectos. 
            

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