Decid a los cobardes de
corazón: “Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios que trae el desquite,
viene en persona, resarcirá y os salvará.” Se despegarán los ojos del ciego,
los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del
mudo cantará. Porque han brotado aguas en el desierto, torrentes en la estepa;
el páramo será un estanque, lo reseco, un manantial. Con estas palabras, el
profeta Isaías anima a los judíos exiliados en Babilonia y les anuncia una
futura intervención de Dios, que llevará
a cabo curaciones asombrosas. Esos milagros que Isaías predijo los realizó siglos
después Jesús, Dios hecho hombre, nuestro Salvador.
En
aquel tiempo, dejó Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago
de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron a un sordo que, además,
apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos. Aquí la sordera y
la mudez no es sólo una enfermedad, -muy penosa por cierto, porque impide que la
persona pueda comunicarse- sino el
símbolo de la situación en que se encontraba el pueblo de Israel cuando no
quería escuchar a Dios y caía en la “dureza de corazón”. Jesús, además de
cumplir la profecía con que Isaías había anunciado la llegada del Mesías
Salvador: “los oídos del sordo se abrirán”, se nos muestra en esta
curación como el que viene a devolvernos la capacidad de escuchar la Palabra de
Dios y, como consecuencia, de responderle con una vida nueva.
El,
apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la
saliva le tocó la lengua. Jesús no busca el espectáculo, por eso se separa
un poco de los que le siguen. Al usar los dedos de sus manos y la saliva de su
boca para curar nos muestra que Él es el Dios hecho hombre por la Encarnación. Y,
mirando al cielo, suspiró y le dijo: -“Éffeta”, esto es: “Ábrete.”Y al momento
se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin
dificultad. Primero mira al cielo porque el milagro que va a realizar es
una obra de su Padre; después lanza un suspiro porque está lleno del Espíritu
Santo que le guía; finalmente, resuena esa palabra –que Marcos nos conserva en
arameo, tal como salió de la boda de Jesús: “Éffeta”, “ábrete”- que no
sólo produce la curación corporal sino la apertura a la Palabra de Dios para
Israel y para toda la humanidad.
La
Iglesia ha conservado hasta hoy el gesto de Jesús al curar a este sordomudo -incluso
la palabra “Éffeta”- al
administrar el Bautismo, que da la capacidad de escuchar la Palabra de Dios y,
por tanto, de entrar en comunicación con Dios. Con el Bautismo Jesús cura
además de la sordera, la mudez: nos da la facultad de hablar a Dios, que es
orar y alabar, y de hablar de Dios, dando testimonio de la propia fe. Así es
como los bautizados entran en la familia de Dios, la Iglesia, al entrar en
comunión con Dios.
Hermanos
míos: No juntéis la fe en nuestro Señor Jesucristo glorioso con el favoritismo.
Por ejemplo: llegan dos hombres a la reunión litúrgica. Uno va bien vestido y
hasta con anillos en los dedos; el otro es un pobre andrajoso. Veis al bien
vestido y le decís: “Por favor, siéntate
aquí, en el puesto reservado.” Al pobre en cambio: “Estáte ahí de pie o
siéntate en el suelo”. ¡Jesús!, abre mi corazón para escuchar tu Palabra en
la Sagrada Escritura; y ayúdame a
responderte no sólo con la boca, sino con la vida, con una vida de fe que obra
por la caridad. Líbrame de actuar por favoritismos personales, que son
expresión de egoísmo, pues hacemos favores a alguien para recibir favores de
ella; que mis favores vayan siempre a los que no pueden devolverlos, los
necesitados, tus predilectos.
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