sábado, 22 de septiembre de 2012

DOMINGO 23 DE SEPTIEMBRE, 2012



              Se dijeron los impíos: “Acechemos al justo, que nos resulta incómodo: se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada; veamos si sus palabras son verdaderas, comprobando el desenlace de su vida. Si es el justo hijo de Dios, lo auxiliará y lo librará del poder de sus enemigos. Estas últimas palabras de los que persiguen al justo en el Libro de la Sabiduría las repetirán las autoridades judías al pie de la Cruz del Justo, Jesucristo. Lo someteremos a la prueba de la afrenta y la tortura, para comprobar su moderación y apreciar su paciencia; lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues dice que hay quien se ocupa de él. Así pensaban los que condenaron a Jesús a muerte de Cruz. Para ellos, como para tantos, el valor primero es el poder, el éxito, estar arriba. Y se plantean comprobar la autenticidad del Justo desde esos valores. Pero la mente de Jesús es otra. A los ojos de ellos, Jesús es un fracasado porque no se defendió.

          Oh Dios, escucha mi súplica, atiende a mis palabras. Porque unos insolentes se alzan contra mí, y hombres violentos me persiguen a muerte, sin tener presente a Dios. Pero Dios es mi auxilio, el Señor sostiene mi vida. Te ofreceré un sacrificio voluntario, dando gracias a tu nombre, que es bueno. Este salmo refleja la mente de Jesús al entregar su vida voluntariamente por amor para salvarnos. Su defensa está, como en el caso de los niños, en manos de su Padre. En él pone toda su confianza, alabando su bondad.

            En aquel tiempo, Jesús (…) iba instruyendo a sus discípulos. Les decía: -“El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará.” La respuesta del Padre a la oración y la entrega de Jesús no fue bajarle de la Cruz como pensaban sus enemigos, sino resucitarle y ensalzarle con la gloria divina. Pero (los discípulos) no entendían aquello y les daba miedo preguntarle. Llegaron a Cafarnaún y, una vez en casa, les preguntó: -“¿De qué discutíais por el camino?” Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Así somos también tus discípulos de hoy, Jesús. Nuestro modo de pensar está modelado por criterios mundanos y se nos mete sin que nos demos cuenta la ambición de ser más, de mandar, de tener poder… Por eso necesitamos  escuchar una y otra vez tus enseñanzas y, sobre todo, mirarte en la Cruz, indefenso, como un niño, en brazos de tu Padre.

          Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: -“Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.” Jesús, estas palabras describen tu vida. Tú, el más grande, nuestro Amo y Señor, te abajas hasta hacerte nuestro servidor. Haz que también reflejen la mía. Cambia mi mente, sintonízala con la tuya, y que no me importe lo que piensen y digan los demás. Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: -“El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado. Ese niño, débil y necesitado, sin poder, sin fuerza, sin capacidad de defenderse por sí mismo, es el símbolo de este Dios cuya grandeza es arrodillarse ante nosotros para lavarnos los pies, bajar hasta las profundidades del dolor y de la muerte para liberarnos de nuestros pecados y salvarnos. ¡Ayúdame a entenderte, Jesús, y dame la valentía de seguirte!

         ¿De dónde proceden las guerras y las contiendas entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, que luchan en vuestros miembros? Codiciáis y no tenéis. Cuando la ambición y no el servicio mueven nuestra vida, empiezan las peleas.

 

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