jueves, 13 de septiembre de 2012

DOMINGO 16 SEPTIEMBRE, 2012

               En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Felipe; por el camino, preguntó a sus discípulos: -“¿Quién dice la gente que soy yo?” Ellos le contestaron: -“Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas.”Él les preguntó: -“Y vosotros, ¿quién decís que soy?” Pedro le contestó: -“Tú eres el Mesías.” Y les ordenó taxativamente que no lo dijeran a nadie. Los discípulos llevaban un tiempo siguiendo a Jesús. Le habían visto sanar a un leproso, enderezar a un paralítico, arrojar demonios, calmar la tempestad, resucitar a una niña, alimentar a una multitud con pocos panes, caminar sobre las aguas, curar a un sordomudo.  Ellos y la gente de Galilea le tenían por un gran profeta. Pedro dice que es el Mesías que todos esperaban. Jesús no le desmiente, pero les prohíbe decirlo a la gente. ¿Por qué? Los judíos –también los discípulos de Jesús- pensaban que el Mesías provocaría una insurrección para tomar el poder y liberar a  Israel de la dominación romana por la fuerza de las armas. Esta idea  no gustaba a Jesús porque no respondía al proyecto de salvación universal por medio de la Cruz.
               Y empezó a instruirlos: -“El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días.” Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro: -“¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!” Al revivir este pasaje, Jesús, nos podrías preguntar: ¿Quién soy Yo para ti? Tu idea de Mí, ¿responde a la realidad de mi Persona, o te has fabricado un “Jesús” a tu gusto, como el de Pedro, sin padecimientos, sin condena por los poderes de este mundo, sin muerte en la Cruz por amor?  Jesús, no te canses de explicarme quién eres verdaderamente, cómo nos salvas. No me dejes imaginarte sin la Cruz.

               Después llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo: -“El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará” Jesús, ¿sabes por qué me cuesta tanto responder a tu pregunta sobre quién eres? Porque la respuesta afecta a  mi vida de cada día. ¡Ten paciencia conmigo, Jesús, y dame fuerza para seguir tus pasos, aunque de vez en cuando “vuelva a las andadas”! ¡Me has hecho saborear tantas veces la alegría verdadera, la del olvido de mí mismo, la de una vida que se pierde al entregarse a tu servicio y al servicio de los demás! Pero no aprendo.

            ¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Es que esa fe le podrá salvar? Supongamos que un hermano o una hermana andan sin ropa y faltos de alimento diario, y que uno de vosotros les dice: “Dios os ampare; abrigaos y llenaos el estómago”, y no le dais lo necesario para el cuerpo; ¿de qué sirve? Esto pasa con la fe: si no tiene obras, por sí sola está muerta. No basta aceptar por la fe a un Mesías que padece.  Seguir a Jesús  es compartir con Él la entrega de la propia vida, gastarla en servir, en ayudar, en comprender, en acompañar, en consolar a los que llevan solos el dolor de la enfermedad, de la soledad, de la falta de trabajo y medios económicos. Tú sigues sufriendo en ellos, Jesús, y  me pides que sea tu cirineo. ¡Ayúdame a no dejarte sólo!

 

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