Pero tú cíñete los lomos: prepárate para decirles
todo lo que yo te mande. No les tengas miedo, o seré yo quien te intimide.
Desde ahora te convierto en plaza fuerte, en columna de hierro y muralla de
bronce, frente a todo el país: frente a los reyes y príncipes de Judá, frente a
los sacerdotes y al pueblo de la tierra. Lucharán contra ti, pero no te podrán,
porque yo estoy contigo para librarte. Estas palabras de Dios a Jeremías son la
pauta de la conducta de Jesús en su ciudad natal. Ante el anuncio de su misión
redentora, sus paisanos reaccionan con una visión puramente terrena de Jesús:
“¿No es este el hijo de José?”.
“En
verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo. Puedo aseguraros
que en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo cerrado
el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin
embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en
el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del
profeta Eliseo; sin embargo ninguno de
ellos fue curado sino Naamán, el sirio. Con estos dos ejemplos de la historia de
Israel Jesús quiere mostrar a los nazarenos que abrirse a la salvación de Dios
requiere renunciar al amor posesivo que
ellos le tienen y abrirse a todos.
Al
oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron
fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que
estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió
paso entre ellos y seguía su camino. Cuando es decepcionado, el amor posesivo
se transforma en odio. Esta reacción es un anticipo de lo que sucedió años
después cuando algunos judíos de la diáspora vieron que el mensaje de Cristo se
difundía también entre los paganos.
En
la segunda lectura, San Pablo nos describe las características del auténtico
amor. Veía que los cristianos de Corinto estaban más interesados en tener carismas
–dones extraordinarios para el bien de la comunidad como el don de lenguas o el
don de profecía- que en vivir el amor que nos enseña Jesús con su vida. El
amor es paciente –amamos cuando conllevamos con paciencia los defectos de
los que nos rodean- es benigno –tiene “buen arder”, es entrega constante
y callada –el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es
indecoroso ni egoísta; no se irrita –nos enfadamos cuando nos parece que
nos atropellan o molestan- no lleva cuentas del amor –no tiene “lista de
agravios”, diríamos hoy- no se alegra de la injusticia, sino que goza con la
verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. Amar,
en buena medida, es aguantar. Jesús, ¡méteme en esta escuela! ¡Que noten por mi
manera de querer, que soy de los tuyos!
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